sábado, 25 de mayo de 2013

JAQUE A LA MAFIA. Continuación... (2da PARTE)

Continuación primer capítulo...
_ Aquí no hay más que niñas perversas— gritó belicoso —   y se alejó a todo  galope maldiciendo  y levantando polvareda.

_ Chirchir, dígale a su viejo que se comporte… — anotó el “raspachín” Isaías Díaz. 

Realmente  ninguno le dimos mayor importancia al incidente dado que se trataba del padre de nuestro compañero.

_ Después que le pase “la rasca” el viejo vendrá a ofrecer disculpas…—  explicó su hijo   Chirchir, y habiendo  agotado sus últimos restos, sin más, decidió seguir a su padre.

 _ Bueno… muchachos ya vuelvo, voy a traer plataaa… y   suerteee…— gritó cuando iba bien lejos.

Cómo se soportaban padre e hijo si ambos militaban en bandos contrarios,  que luchaban a muerte.  Parece que la mamá de Chirchir era el catalizador.  
La constitución bioquímica del paralelo Castañeda  era bastante diferente  a los demás coterráneos, cuando perdía los estribos ni un balín de sustancias  psicoactivas le calmaba; definitivamente,   era absolutamente inmune a la actividad   de los psicoactivos, el mismo hijo, en muchas oportunidades, con la esperanza de hacerle cambiar su manera de comportarse y ver la vida, mientras dormía la borrachera le inyectaba en las venas la droga de la verdad , pero sus esfuerzos siempre fueron en vano.

Al descompletarse el grupo en la mesa de mi hermano los jugadores se pasaron a la nuestra.  Mientras  se comentaba el incidente se apuraban una tras otra sendas copas de aguardiente.  Aproveché  para ir  al mostrador  donde  se encontraba  la Negra Melia  allí cruzamos pocas palabras,  pues era grande el trajín;   un pellizquito en su monumental trasero fue suficiente motivo para obligarla a concederme una cita. Acordamos que tan pronto terminase  el juego de cartas nos encontraríamos furtivamente bajo el  tatabuco,  un corpulento árbol  el cual era escogido  por  todas las parejas enamoradas  como generoso alcahuete. El vegetal repartía sombras entre la parte urbana del caserío y los predios rurales del Manco Matías.

_ Si no tienen chipolo o relancina  tiren la toalla  — les dije amenazadoramente,  la amenaza iba para el  jugador que no tuviese dos ases o un as y una figura.

Al  reiniciar la partida los había azuzado hasta quitarles  la talla, y luego de arrebatársela a Maciel ninguno pudo quitármela.

 _ ¿Apuestan?     La suerte les espera..  _ luego de repartirles a  todos, destapé las mías,  el doce de espadas  y el doce de oros, y sabía  que sobres estas luego caerían respectivos ases; todos aspiraban a ganarme al menos en una de las manos; las cartas altas son un dolor de cabeza para cualquiera, pues en este caso es muy probable que el tallador o cualquier jugador al pedir una carta más quede con un puntaje muy bajo y al pedir otra sobrepase los veintiún puntos.

_ Carta para esta... y en la otra me quedo — indicó el manco Matías señalando con el muñón la carta de la izquierda.

Me di cuenta que no pedía otra carta dado que  tenía  una sota y un ocho, me era fácil adivinar  las cartas ya que, en un abrir y cerrar de ojos, las  había marcado  en la esquina derecha.  Yo con el rey de espadas y el cuatro de oros aseguraba veinte y media. Todos dudaban,  no estaban seguros sí los estaba cañando o en realidad me acercaba a veintiún puntos, pues casi todas las manos se las había ganado a puros triquitraques.  Matías se rascaba la calva,  se había ido en una con veinticuatro puntos y en la otra, como lo suponía,  apenas tenía diez y ocho puntos; no se atrevió a pedir más cartas.

_ ¿Doy  cartas? mejor no arriesguen su dinero…,  con ambas  gano — lo dije para presionarlos una vez más.

Esta vez estaban seguros que  cañaba por lo que todos  plantaron con lo poco o mucho que tenían.  Pero  quedaron  boquiabiertos cuando  tiré el rey y un cuatro, haciendo veinte y media; a dos manos retiré de la mesa el abultado montón de billetes.

_ Doy cartas señores…_ grité de nuevo, y  lancé una  ronda de cartas tapadas.

_ Relancina… relancina… — anunció Matías frotándose las manos, y lanzó sobre la mesa el rey de bastos y el as de copas.

_ No se emocione tanto, porque aquí hay chipolo —  le atajé — Y  lancé sobre las cartas del Manco los ases de oros y  espadas.  Esta vez,  recogí sin avidez  lo poco que   había sobre la mesa.

_ Doy cartas...—  esta vez fui yo quien quedé tragándome las palabras.  El   viejo Castañeda,  apareciendo de la nada, afirmó  las espuelas sobre el costillar del sudoroso cuatro patas y lo lanzó sobre nuestra mesa.

_ ¿Quién dijo que soy un hijo de puta…? A ese maldito…  le voy quitar la lengua para que se la coman los chulos…

Mi hermano   dejando de lado su decencia y buenas maneras dio un brinco adelante,   tratando de calmar al viejo; entre tanto el raspachín a quien le decían el Chato José  le gritó pausadamente:

_ Yo..., yo lo dije... y se lo repito:  Hijo... de…pu…ta… barata...— el tono y  la mirada desafiante del jugador terminaron por enardecer al viejo caporal.

Los  ojos de ébano de Silvio expelieron chispas, saltó del caballo  con sorprendente agilidad quedando frente de Maciel y del Chato José. El olor a muerte se expandió por el patio y sobrevoló la cocalera alcanzando una manada de jirigüelos.   Yo seguía atento los movimientos de los tres hombres con el dedo en el gatillo de mi revólver, un Smith Wetson treinta y ocho largo recortado, el cual se movía nervioso dentro de la funda.

Mi corazón, caballo desbocado, quería saltar hacia la nada, intenté calmarlo tragando saliva, pero había más agua en Marte que saliva en mí boca.

_ ¡Maldito!_  tronó Castañeda_ ¡ lo voy a mandar derecho al infiernooo…!_  Con  una palmada en las ancas espantó al bayo el cual desapareció como un fantasma en busca del esquivo sol del atardecer.

El viejo se veía más pálido que  el rey de espadas;  completamente desencajado por la ira piafaba más fuerte que el caballo; el labio inferior le temblaba y la hiel le salía en espumarajos.  Maciel permanecía en actitud de arquero de fútbol listo a tapar un penalti. Me hice a la derecha de Castañeda a menos de un metro, el viejo se sorprendió y de momento no supo a quién  atender. Cuando noté que el energúmeno retador mandó la mano a la funda  de su revólver el mío  ya estaba apuntándole al corazón. Pensé que hasta ahí le llegaba la bravuconada; creí que al ver la muerte a pocos centímetros envainaría su arma y sus amenazas.  Pero  no, desafiando la parca,  con la agilidad de un matón avezado dio un salto atrás y desenfundó el arma  tan rápido como lo haría un pistolero del Oeste, apuntó  el cañón a la altura de la cabeza de mi hermano y disparó; el estruendo hizo temblar al mundo y volar en desbandada a los jirigüelos los que espantados volaron hasta la horqueta de un corpulento árbol de conservo a esperar el desenlace.  Un  chisguete de sangre llegó hasta mis ojos cegándome por un instante.  Maciel dio un paso atrás trastabillando como si hubiese atrapado un balón y fuesen juntos al fondo del arco, en ese instante temí que el tiro hubiese sido mortal. Afortunadamente la bala  tan sólo le mordió la base de la oreja derecha y fue a estrellarse en una ruleta haciéndola girar locamente. El viejo dirigió de nuevo el arma hacia la cabeza de Maciel, pero antes  que alcanzara a apretar de nuevo el gatillo una acerada lámina surcó invisible el viento y penetró  en la parte ventral de la muñeca del agresor.   Ninguno nos dimos cuenta en qué momento Maciel arrancó de la vaina el  machete al raspachín Chato José, éste desesperado intentaba inútilmente encontrar la lámina en la funda vacía,  habiendo quedado sin saber qué hacer  como si también le hubiesen arrebatado el cerebro. El Chato al verse desarmado de esa manera  en el momento menos oportuno se sintió  inútil,  y abrigó más rabia hacia Maciel que contra el mismo Castañeda; entonces sin oficio, escapó de las balas y del filo de su propia espada encogido como un pangolín.
_ !Es tuyo Alejo..!— gritó Maciel en tanto el revólver corría tras de mí. 


El revólver de Castañeda voló en mi dirección,  lo apañé a media altura; era otro treinta y ocho largo, un antiguo Sánchez Amaya, venía hecho a la medida de mí mano.  Antes que Castañeda pudiera sacar con la otra mano una pistola que llevaba en la espalda,...
CONTINUARÁ......

Nota: si alguien se interesa  en editarla, favor comunicarse con: lisago25@gmail.com

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