viernes, 17 de octubre de 2014

¿QUIÉN ES EL COMANDANTE ‘PABLITO’ QUE TOMÓ LA PALABRA EN LOS DIÁLOGOS ENTRE ELN Y GOBIERNO?








El jefe del frente Domingo Laín, el grupo más fuerte del ELN, reveló que los diálogos exploratorios están estancados y habló de la posible unificación con las Farc.

En el Sararé (Arauca) todos saben quién es Gustavo Giraldo, alias Pablito. Recuerdan que fue guerrillero desde que tuvo conciencia. Sus padres, campesinos que llegaron en los años sesenta provenientes de Antioquia a colonizar las tierras que hoy componen los municipios de Sarabena, Fortul y Tame, más adelante conformarían el grupo de campesinos que se radicalizaron ante los incumplimientos de los gobiernos de la época que les prometieron resolver el problema de propiedad de las tierras y movilidad en la zona, entonces se alzaron en armas.  En 1978 crearon el frente Domingo Laín, hoy llamado Comando Oriental, el más poderoso del ELN con cerca de 500 hombres en sus filas y unos 1.500 milicianos al mando de Pablito.

Pablito se convirtió en el comandante del frente Domingo Laín cuando el jefe máximo de la época, Armel Robles Cermeño, un profesor y sindicalista fue capturado en Bogotá. Desde entonces Pablito es el líder máximo y las fuerzas de dicho grupo se han multiplicado. Este frente ha sido el responsable de los atentados contra la infraestructura petrolera en Arauca y han hecho notar su poderío militar. Ver

A propósito de los 50 años del ELN, Pablito aprovechó para hacer pública su posición frente los diálogos que el comando central de esta guerrilla, al mando de Nicolás Rodríguez Bautista, adelanta en Ecuador y Venezuela con Frank Pearl, el vocero del gobierno Santos. Además, se refirió a una posible unificación con la guerrilla de las Frac: “Fue un error confrontarnos como guerrillas. Un error que solo ayudó a fortalecer al Estado. Nuestra reflexión como organizaciones guerrilleras es no volver a caer en este error fratricida en una confrontación militar en el que no podemos caer por ninguna razón. Nuestro compromiso fue fortalecer la unidad con los avances a nivel nacional en la parte política y en la convivencia y la cooperación que hemos venido teniendo como guerrillas’’.

Sobre los diálogos exploratorios que avanzan con el gobierno Santos, Pablito reveló que los avances han sido pocos y que no están dispuestos a un sometimiento sino a una negociación política entre iguales: “Los avances son muy mínimos. Son facultades de nuestro comandante Nicolás Rodríguez Bautista, Gabino”. Asimismo, recalcó que el ELN “tiene toda la voluntad de entablar los diálogos dentro de una correspondencia en el reconocimiento por el Estado de nuestra vigencia y de nuestra realidad revolucionaria. A lo que el Estado a veces trata de confundir, enredar y mal informar. El ELN no está dispuesto a un sometimiento. El ELN está planteando una negociación política. Quieren vernos como unos terroristas y no lo somos”, aseguró uno de los hombres más radicales de esta guerrilla.


martes, 14 de octubre de 2014

Los acuerdos en La Habana: tranquilidad para tirios y troyanos

Libardo Sánchez Gómez

Varios amigos me solicitaron que dedicara unas líneas al análisis del discurso del presidente Juan Manuel Santos en la recientemente celebrada Asamblea de la ONU;  para lograrlo, intenté centrarme en algunos aspectos cognitivos e individuales, en los significados y representaciones socialmente construidas así como en los aspectos de la materialidad presentes en la interacción social. Se  puede deducir que su discurso se dirigió hábilmente, al mismo tiempo, a dos audiencias, a una internacional a quien    buscó impresionar con datos y cifras llenas de buenas intenciones y grandes logros, y  a la doméstica,  a la que, con lo  mismo,    quiso controlarle   mentalmente, como uno de los mecanismos utilizados para perpetuar la dominación; hábilmente recurrió a la interpelación de   actitudes  ideológicas (de derecha) para mostrase  como defensor de  normas y valores   “democráticos”, artilugio que   mantiene en el poder a la burguesía. Santos  Mostró un país pujante a pesar de la guerra interna de más cincuenta años, entre otros aspectos, mencionó: “Colombia –a pesar de esto (el conflicto)–  ha logrado avances sin precedentes en los últimos años en materia de seguridad, de lucha contra la pobreza y de desempeño económico”.  Pero  no hizo referencia a  que gracias al TLC firmado con el imperio ya no somos dueños de las reservas genéticas de nuestra  fauna y flora, que no podemos sembrar nuestras semillas autóctonas, que no vale la pena sembrar  cereales  como maíz, trigo, cebada y arroz, porque nos los envía subsidiados  el imperio. No dijo que para consolidar la Alianza del Pacífico, necesidad geoestratégica de dominación gringa, se está desplazando a sangre y fuego  a la población pobre de la costa pacífica especialmente de Buenaventura. Tampoco hizo alusión alguna a la persistencia  de las abismales diferencias sociales,  a la concentración de la tierra en un puñado de terratenientes, al pírrico acceso del pueblo  a la educación superior, a la falta de servicios públicos esenciales a lo largo y ancho de la nación, a los bajos niveles de infraestructura que nos ponen en incapacidad de competir eficientemente con todos los países con quienes se han firmado TLCs y, tampoco,  dijo nada acerca de   la corrupción que carcome las entrañas  del Régimen. Una vez más tiene vigencia  el análisis de Ana María Rivero Santos de los discursos de Juan Manuel ante la ONU,  dice la investigadora en “Representaciones sobre la violencia en el discurso del presidente Juan Manuel Santos ante la asamblea general de la ONU” (Discurso & Sociedad, Vol. 7(2), 2013)   que: “(…)las intervenciones presidenciales en el organismo internacional están atravesadas por representaciones de la violencia, aparentemente contradictorias, que tienen como finalidad legitimar la agenda  política interna y contribuir a reproducir los discursos del terrorismo y, con ello, la  ‘securitización’ de la agenda política internacional”. Sólo que esta vez Santos contó, como novedad, que se habían  firmado en La Habana unos acuerdos parciales con  las FARC-EP y que la paz total está a la vuelta de la esquina ya que el ELN camina por el mismo camino. Aclarando, eso sí, que el statu quo no cambiará en modo alguno  ahora ni después que se firmen los acuerdos finales.

Develado el misterio acerca de lo que se discute entre FARC- EP y Gobierno en La Habana le volvió el alma al cuerpo a la burguesía terrateniente y al capital transnacional.  La confianza inversionista sigue intacta, el saqueo de nuestras reservas minerales está asegurada.  Santos  remarcó que “nada está acordado hasta que todo esté acordado” y que “no se está negociando el modelo económico, la estructura de la tenencia de la tierra ni el tamaño del ejército”, es decir nada que les afecte el bolsillo ni su permanencia eterna en el poder.   

Pero así como volvió la tranquilidad al bolsillo de los despojadores también calmó la ansiedad  de vastos sectores populares, especialmente del campesinado pobre, los indígenas de base,  las barriadas pauperizadas de medianas y grandes ciudades y de aquellos trabajadores y grupos minoritarios que, aún, conservan un mínimo de conciencia de clase, el grueso de la pobrería anda al lado de la burguesía.  Los guerrilleros, a su vez, aludiendo al mismo principio de “nada hasta lograr el todo”, aseguraron que no es cierto que la paz esté a la vuelta de la esquina, “…eso es completamente falso. Obedece a intereses venenosos de ciertos y poderosos sectores del país, que sueñan con ver rendidas las guerrillas y domesticadas las luchas populares, para poder aplicar todos sus planes y proyectos neoliberales, consistentes en la entrega a compañías multinacionales, de los recursos naturales y humanos más importantes del país”.  A renglón seguido afirman,  “Las FARC-EP y el pueblo colombiano jamás hemos pensado eso. Nunca hemos entendido que las mesas de diálogo con las oligarquías que gobiernan el país, fieles sirvientes de los intereses imperialistas, tengan como propósito la entrega de nuestras banderas y la traición a nuestra patria y a nuestras clases más necesitadas”.  Son contundentes al afirmar  que no habrá cese de su lucha hasta no lograr las transformaciones sociales y políticas que la nación demanda, “Nunca hemos estado tan lejos de una entrega o rendición como ahora.”

Un somero vistazo a lo acordado deja ver que las soluciones que las vastas mayorías excluidas demandan no están contempladas en dichos acuerdos, por ejemplo, en el tema agrario, aspecto medular de las negociaciones, no hay mínimo consenso  sobre lo fundamental, el gobierno no cede un ápice en los temas,  “Latifundio y delimitación de la propiedad, freno a la extranjerización del territorio, extracción minero energética y conflictos de uso del territorio, regulación de la explotación del territorio para la generación de agro combustibles, revisión y renegociación de los Tratados de Libre Comercio contra la economía”; tampoco hay coincidencias en  “ajustes al Ordenamiento Territorial, financiación de la política de Desarrollo Rural y Agrario Integral, cuantificación del fondo de tierras, creación del Consejo Nacional de la Tierra y el Territorio y definiciones sobre el derecho real de superficie”.  

En cuanto al segundo   punto de la agenda, que tiene que ver con la Participación Política, las reformas sustanciales siguen en el limbo, en  el grupo de lo que han  llamado  salvedades están:
La Reestructuración democrática de Estado y la reforma política en función de la expansión democrática.  La  Revisión, reforma y democratización del sistema político electoral. La  Revisión y reforma de mecanismos de participación ciudadana. Estas reformas chocan con los intereses de la clase política acomodada y corrupta, que bajo ningún aspecto permite cambios que atenten contra sus privilegios. Otro aspecto en el que el gobierno no cede es en la “proscripción del tratamiento militar a la movilización y protesta y al desmantelamiento del ESMAD”.

En cuanto al tema de la Solución al problema de las drogas ilícitas, el gobierno no quiere ni puede comprometerse a pactar soluciones que eliminen de da raíz dicho problema, con razón se quejan los insurgentes,  “Nuestra posición, obviamente, resultó confrontada por las posiciones del gobierno nacional, innegablemente ligadas, de una u otra forma, a las posiciones represivas esgrimidas por el gobierno de los Estados Unidos en su fracasada política de guerra contra las drogas, de las que pese a ciertas declaraciones del Presidente de la República, siguen determinando los enfoques y soluciones planteados por el gobierno colombiano”.  Las salvedades en este punto, léase negativas del Gobierno, son: “1. Nueva política criminal contra las drogas ilícitas. 2. Suspensión inmediata de las aspersiones aéreas con glifosato y reparación integral de las víctimas. 3. Transformación estructural del sistema de salud pública que permita encuadrar el desarrollo del programa de prevención y consumo. 4. Conferencia Nacional sobre política de lucha contra las drogas”.

Aún falta desarrollar el tema de víctimas, al respecto las FARC dejan claro que, “Nuestra posición central se funda en que son el Estado y las clases dominantes en Colombia los principales responsables por la aparición y desarrollos del conflicto colombiano, incluidas sus millones de víctimas.”


Por lo visto y dicho todo indica que en el horizonte cercano  no se van a ver los  estallidos de la paz. No habrá tierra para quien la trabaja, pero tampoco tranquilidad para el que la usurpa.  

viernes, 10 de octubre de 2014

Breve biografía de Bolívar por Carlos Marx



Archivo Marx/Engels


C. Marx

BOLÍVAR Y PONTE

(1858)


BOLÍVAR Y PONTE, Simón, el "Libertador" de Colombia, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas y murió en San Pedro, cerca de Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Descendía de una de las familias mantuanas, que en la época de la dominación española constituían la nobleza criolla en Venezuela. Con arreglo a la costumbre de los americanos acaudalados de la época, se le envió Europa a la temprana edad de 14 años. De España pasó Francia y residió por espacio de algunos años en París. En 1802 se casó en Madrid y regresó a Venezuela, donde su esposa falleció repentinamente de fiebre amarilla. Luego de este suceso se trasladó por segunda vez a Europa y asistió en 1804 a la coronación de Napoleón como empe rador, hallándose presente, asimismo, cuando Bonaparte se ciñó la corona de hierro de Lombardía. En 1809 volvió a su patria y, pese a las instancias de su primo José Félix Ribas, rehusó adherirse a la revolución que estalló en Caracas el 19 de abril de 1810. Pero, con posterioridad a ese acontecimiento, aceptó la misión de ir a Londres para comprar armas y gestionar la protección del gobierno británico. El marqués de Wellesley, a la sazón ministro de relaciones exteriores, en apariencia le dio buena acogida. pero Bolívar no obtuvo más que la autorización de exportar armas abonándolas al contado y pagando fuertes derechos. A su regreso de Londres se retiró a la vida privada, nuevarnente, hasta que en setiembre de 1811 el general Miranda, por entonces comandante en jefe de las fuerzas rectas de mar y tierra, lo persuadió de que aceptara el rango de teniente coronel en el estado mayor y el mando de Puerto Cabello, la principal plaza fuerte de Venezuela.
Cuando los prisioneros de guerra españoles, que Miranda enviaba regularmente a Puerto Cabello para mantenerlos encerrados en la ciudadela, lograron atacar por sorpresa la guardia y la dominaron, apoderándose de la ciudadela, Bolívar, aunque los españoles estaban desarmados, mientras que él disponía de una fuerte guarnición y de un gran arsenal, se embarcó precipitadamente por la noche con ocho de sus oficiales, sin poner al tanto de lo ocurría ni a sus propias tropas, arribó al amanecer a Guaira y se retiró a su hacienda de San Mateo. Cuando la guarnición se enteró de la huida de su comandante, abandonó en buen orden la plaza, a la que ocupade inmediato los españoles al mando de Monteverde. Este acontecimiento inclinó la balanza a favor de España y forzó a Miranda a suscribir, el 26 de julio de 1812, por encargo del congreso, el tratado de La Victoria, que sometió nuevamente a Venezuela al dominio español. El 30 de julio llegó Miranda a La Guaira, con la intención embarcarse en una nave inglesa. Mientras visitaba al coronel Manuel María Casas, comandante de la plaza, se encontró con un grupo numeroso, en el que se contaban don Miguel Peña y Simón Bolívar, que lo convencieron de que se quedara, por lo menos úna noche, en la residencia de Casas. A las dos de la madrugada, encontrándose Miranda profundamente dormido, Casas, Peña y Bolívar se introdujeron en su habitación con cuatro soldados armados, se apoderaron precavidamente de su espada y su pistola, lo despertaron y con rudeza le ordenaron que se levantara y vistiera, tras lo cual lo engrillaron y entregaron a Monteverde. El jefe español lo remitió a Cádiz, donde Miranda, encadenado, murió después de varios años de cautiverio. Ese acto, para cuya justificación se recurrió al pretexto de que Miranda había traicionado a su país la capitulación de La Victoria, valió a Bolívar el especial favor de Monteverde, a tal punto que cuando el primero le solicitó su pasaporte, el jefe español declaró: "Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con laentrega de Miranda".
Se autorizó así a Bolívar a que se embarcara con destino a Curazao, donde permaneció seis semanas. En cornpañía de su primo Ribas se trasladó luego a la pequeña república de Cartagena. Ya antes de su arribo habían huido a Cartagena gran cantidad de soldados, ex combatientes a las órdenes del general Miranda. Ribas les propuso emprender una expedición contra los españoles en Venezuela y reconocer a Bolívar como comandante en jefe. La primera propuesta recibió una acogida entusiasta; la segunda fue resistida, aunque finalmente accedieron, a condición de que Ribas fuera el lugarteniente de Bolívar. Manuel Rodríguez Torices, el presidente de la república de Cartagena, agregó a los 300 soldados así reclutados para Bolívar otros 500 hombres al mando de su primo Manuel Castillo. La expedición partió a comienzos de enero de 1813. Habiéndose producido rozamientos entre Bolívar y Castillo respecto a quién tenía el mando supremo, el segundo se retiró súbitamente con sus granaderos. Bolívar, por su parte, propuso seguir el ejemplo de Castillo y regresar a Cartagena, pero al final Ribas pudo persuadirlo de que al menos prosiguiera en su ruta hasta Bogotá, en donde a la sazón tenía su sede el Congreso de Nueva Granada. Fueron allí muy bien acogidos, se les apoyó de mil maneras y el congreso los ascendió al rango de generales. Luego de dividir su pequeño ejército en dos columnas, marcharon por distintos caminos hacia Caracas. Cuanto más avanzaban, tanto más refuerzos recibían; los crueles excesos de los españoles hacían las veces, en todas partes, de reclutadores para el ejército independentista. La capacidad de resistencia de los españoles estaba quebrantada, de un lado porque las tres cuartas partes de su ejército se componían de nativos, que en cada encuentro se pasaban al enemigo; del otro debido a la cobardía de generales tales como Tízcar, Cajigal y Fierro, que a la menor oportunidad abandonaban a sus propias tropas. De tal suerte ocurrió que Santiago Mariño, un joven sin formación, logró expulsar de las provincias de Cumaná y Barcelona a los españoles, al mismo tiempo que Bolívar ganaba terreno en las provincias occidentales. La única sistencia seria la opusieron los españoles a la columna de Ribas, quien no obstante derrotó al general Monteverde en Los Taguanes y lo obligó a encerrarse en Puerto Cabello el resto de sus tropas.
Cuando el gobernador de Caracas, general Fierro, tuvo noticias de que se acercaba Bolívar, le envió parlamentarios para ofrecerle una capitulación, la que se firmó en La Victoria. Pero Fierro, invadido por un pánico repentino y sin aguardar el regreso de sus propios emisarios, huyó secretamente por la noche y dejó a más de 1.500 españoles librados a la merced del enemigo. A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la man, fue llevado en una media hora desde la entrada la ciudad hasta su residencia. Se proclamó "Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela" --Mariño había adoptado el título de "Dictador de las Provincias Orientales"--, creó la "Orden del Libertador", formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte. Pero, como la mayoría de sus compatriotas, era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas. De este modo el novel entusiasmo popular se transformó en descontento, y las dispersas fuerzas del enemigo dispusieron de tiempo para rehacerse. Mientras que a comienzos de agosto de 1813 Monteverde estaba encerrado en la fortalede Puerto Cabello y al ejército español sólo le quedaba una angosta faja de tierra en el noroeste de Venezuela, apenas tres meses después el Libertador había perdido su prestigio y Caracas se hallaba amenazada por la súbita aparición en sus cercanías de los españoles victoriosos, al mando de Boves. Para fortalecer su poder tambaleante Bolívar reunió, el 1de enero de 1814, una junta constituida por los vecinos caraqueños más influyentes y les manifestó que no deseaba soportar más tiempo el fardo de la dictadura. Hurtado de Mendoza, por su parte, fundamentó en un prolongado discurso "la necesidad de que el poder supremo se mantuviese en las manos del general Bolívar hasta que el Congreso de Nueva Granada pudiera reunirse y Venezuela unificarse bajo un solo gobierno". Se aprobó esta propuesta y, de tal modo, la dictadura recibió una sanción legal.
Durante algún tiempo se prosiguió la guerra contra los españoles, bajo la forma de escaramuzas, sin que ninguno de los contrincantes obtuviera ventajas decisivas. En junio de 1814 Boves, tras concentrar sus tropas, marchó de Calabozo hasta La Puerta, donde los dos dictadores, Bolívar y Mariño, habían combinado sus fuerzas. Boves las encontró allí y ordenó a sus unidades que las atacaran sin dilación. Tras una breve resistencia, Bolívar huyó a Caracas, mientras que Mariño se escabullía hacia Cumaná. Puerto Cabello y Valencia cayeron en las manos de Boves, que destacó dos columnas (una de ellas al mando del coronel González) rumbo a Caracas, por distintas rutas. Ribas intentó en vano contener el avance de González. Luego de la rendición de Caracas a este jefe, Bolívar evacuó a La Guaira, ordenó a los barcos surtos en el puerto que zarparan para Cumaná y se retiró con el resto de sus tropas hacia Barcelona. Tras la derrota que Boves infligió a los insurrectos en Arguita, el 8 de agosto de 1814, Bolívar abandonó furtivamente a sus tropas, esa misma noche, para dirigirse apresuradamente y por atajos hacia Cumaná, donde pese a las airadas protestas de Ribas se embarcó de inmediato en el "Bianchi", junto con Mariño y otros oficiales. Si Ribas, Páez y los demás generales hubieran seguido a los dictadores en su fuga, todo se habría perdido. Tratados como desertores a su arribo a Juan Griego, isla Margarita, por el general Arismendi, quien les exigió que partieran, levaron anclas nuevamente hacia Carúpano, donde, habiéndolos recibido de manera análoga el coronel Bermúdez, se hicieron a la mar rumbo a Cartagena. Allí a fin de cohonestar su huida, publicaron una memoria de justificación, henchida de frases altisonantes.
Habiéndose sumado Bolívar a una conspiración para derrocar al gobierno de Cartagena, tuvo que abandonar esa pequeña república y seguir viaje hacia Tunja, donde etaba reunido el Congreso de la República Federal de Nueva Granada. La provincia de Cundinamarca, en ese entonces, estaba a la cabeza de las provincias independientes que se negaban a suscribir el acuerdo federal neogranadino, mientras que Quito, Pasto, Santa Marta y otras provincias todavía se hallaban en manos de los españoles. Bolívar, que llegó el 22 de noviembre de 1814 a Tunja, designado por el congreso comandante en jefe de las fuerzas armadas federales y recibió la doble misión de obligar al presidente de la provincia de Cundinamarca a reconociera la autoridad del congreso y de marchar luego sobre Santa Marta, el único puerto de mar fortificado granadino aún en manos de los españoles. No presentó dificultades el cumplimiento del primer cometido, puesto que Bogotá, la capital de la provincia desafecta, carecía de fortificaciones. Aunque la ciudad había capitulado, Bolívar permitió a sus soldados que durante 48 horas la saquearan. En Santa Marta el general español Montalvo, disponía tan sólo de una débil guarnición de 200 hombres y de una plaza fuerte en pésimas condiciones defensivas, tenía apalabrado ya un barco francés para asegurar su propia huida; los vecinos, por su parte, enviaron un mensaje a Bolívar participándole que, no bien apareciera, abrirían las puertas de la ciudad y expulsarían a la guarnición. Pero en vez de marchar contra los españoles de Santa Marta, tal como se lo había ordenado el congreso, Bolívar se dejó arrastrar por su encono contra Castillo, el comandante de Cartagena, y actuando por su propia cuenta condujo sus tropas contra esta última ciudad, parte integral de la República Federal. Rechazado, acampó en Popa, un cerro situado aproximadamente a tiro de cañon de Cartagena. Por toda batería emplazó un pequeño cañón, contra una fortaleza artillada con unas 80 piezas. Pasó luego del asedio al bloqueo, que duró hasta comienzos de mayo, sin más resultado que la disminución de sus efectivos, por deserción o enfermedad, de 2.400 a 700 hombres. En el ínterin una gran expedición española comandada por el general Morillo y procedente de Cádiz había arribado a la isla Margarita, el 25 de marzo de 1815. Morillo destacó de inmediato poderosos refuerzos a Santa Marta y poco después sus fuerzas se adueñaron de Cartagena. Previamente, empero, el 10 de mayo 1815, Bolívar se había embarcado con una docena de oficiales en un bergantín artillado, de bandera británica, rumbo a Jamaica. Una vez llegado a este punto de refugio publicó una nueva proclama, en la que se presentaba como la víctima de alguna facción o enemigo secreto y defendía su fuga ante los españoles como si se tratara una renuncia al mando, efectuada en aras de la paz pública.
Durante su estada de ocho meses en Kingston, los genrales que había dejado en Venezuela y el general Arismendi en la isla Margarita presentaron una tenaz resistencia las armas españolas. Pero después que Ribas, a quién Bolívar debía su renombre, cayera fusilado por los españoles tras la toma de Maturín, ocupó su lugar un hombre de condiciones militares aun más relevantes. No pudiendo desempeñar, por su calidad de extranjero, un papel autónomo en la revolución sudamericana, este hombre decidió entrar al servicio de Bolívar. Se trataba de Luis Brion. Para prestar auxilios a los revolucionarios se había hecho a la mar en Londres, rumbo a Cartagena, con una corbeta de 24 cañones, equipada en gran parte a sus propias expensas y cargada con 14.000 fusiles y una gran cantidad de otros pertrechos. Habiendo llegado demasiado tarde y no pudiendo ser útil a los rebeldes, puso proa hacia Cayos, en Haití, adonde muchos emigrados patriotas habían huido tras la capitulación de Cartagena. Entretanto Bolívar se había trasladado también a Puerto Príncipe donde, a cambio de su promesa de liberar a los esclavos, el presidente haitiano Pétion le ofreció un cuantioso apoyo material para una nueva expedición contra los españoles de Venezuela. En Los Cayos se encontró con Brion y los otros emigrados y en una junta general se propuso a sí mismo como jefe de la nueva expedición, bajo la condición de que, hasta la convocatoria de un cóngreso general, él reuniría en sus manos los poderes civil y militar. Habiendo aceptado la mayoría esa condición, los expedicionarios se hicieron a la mar el 16 de abril de 1816 con Bolívar como comandante y Brion en calidad de almirante. En Margarita, Bolívar logró ganar para su causa a Arismendi, el comandante de la isla, quien había rechazado a los españoles a tal punto que a éstos sólo les restaba un único punto de apoyo, Pampatar. Con la formal promesa de Bolívar de convocar un congreso nacional en Venezuela no bien se hubiera hecho dueño del país, Arismendi hizo reunir una junta en la catedral de Villa del Norte y proclamó públicamente a Bolívar jefe supremo de las repúblicas de Venezuela y Nueva Granada. El 31 de mayo de 1816 desembarcó Bolívar en Carúpano, pero no se atrevió a impedir que Mariño y Piar se apartaran de él y efectuaran, por su propia cuenta, una campaña contra Cumaná. Debilitado por esta separación y siguiendo los consejos de Brion se hizo a la vela rumbo a Ocumare [de la Costa], adonde arribó el 3 de julio de 1816 con 13 barcos, de los cuales sólo 7 estaban artillados. Su ejército se componía tan sólo de 650 hombres, que aumentaron a 800 por el reclutamiento de negros, cuya liberación había proclamado. En Ocumare difundió un nuevo manifiesto, en el que prometía "exterminar a los tiranos" y "convocar al pueblo para que designe sus diputados al congreso. Al avanzar en dirección a Valencia, se topó, no lejos de Ocumare, con el general español Morales, a la cabeza de unos 200 soldados y 100 milicianos. Cuando los cazadores de Morales dispersaron la vanguardia de Bolívar, éste, según un testigo ocular, perdió "toda presencia de ánimo y sin pronunciar palabra, en un santiamén volvió grupas y huyó a rienda suelta hacia Ocumare, atravesó el pueblo a toda carrera, llegó a la bahía cercana, saltó del caballo, se introdujo en un bote y subió a bordo del « Diana», dando orden a toda la escuadra de que lo siguiera a la pequeña isla de Bonaire y dejando a todos sus compañeros privados del menor auxilio". Los reproches y exhortaciones de Brion lo indujeron a reunirse a los demás jefes en la costa de Cumaná; no obstante, como lo recibieron inamistosamente y Piar lo amenazó con someterlo a un consejo de guerra por deserción y cobardía, sin tardanza volvió a partir rumbo a Los Cayos. Tras meses y meses de esfuerzos, Brion logró finalmente persuadir a la mayoría de los jefes militares venezolanos -que sentían la necesidad de que hubiera un centro, aunque simplemente fuese nominal- de que llamaran una vez más a Bolívar como comandante en jefe, bajo la condición expresa de que convocaría al congreso y no se inmiscuiría en la administración civil. El 31 de diciembre de 1816 Bolívar arribó a Barcelona con las armas, municiones y pertrechos proporcionados por Pétion. El 2 de enero de 1817 se le sumó Arismendi, y el día 4 Bolívar proclamó la ley marcial y anunció que todos los poderes estaban en sus manos. Pero 5 días después Arismendi sufrió un descalabro en una emboscada que le tendieran los españoles, y el dictador huyó a Barcelona. Las tropas se concentraron nuevamente en esa localidad, adonde Brion le envió tanto armas como nuevos refuerzos, de tal suerte que pronto Bolívar dispuso de una nueva fuerza de 1.100 hombres. El 5 de abril los españoles tomaron la ciudad de Barcelona, y las tropas de los patriotas se replegaron hacia la Casa de la Misericordia, un edificio sito en las afueras. Por orden de Bolívar se cavaron algunas trincheras, pero de manera inapropiada para defender contra un ataque serio una guarnición de 1.000 hombres. Bolívar abandonó la posición en la noche del 5 de abril, tras comunicar al coronel Freites, en quien delegó el mando, que buscaría tropas de refresco y volvería a la brevedad. Freites rechazó un ofrecimiento de capitulación, confiado en la promesa, y después del asalto fue degollado por los españoles, al igual que toda la guarnición.
Piar, un hombre de color, originario de Curazao, concibió y puso en práctica la conquista de la Guayana, a cuyo efecto el almirante Brion lo apoyó con sus cañoneras. El 20 de julio, ya liberado de los españoles todo el territorio, Piar, Brion, Zea, Mariño, Arismendi y otros convocaron en Angostura un congreso de las provincias y pusieron al frente del Ejecutivo un triunvirato; Brion, que detestaba a Piar y se interesaba profundamente por Bolívar, ya que en el éxito del mismo había puesto en juego su gran fortuna personal, logró que se designase al último como miembro del triunvirato, pese a que no se hallaba presente. Al enterarse de ello Bolívar, abandonó su refugio y se presentó en Angostura, donde, alentado por Brion, disolvió el congreso y el triunvirato y los remplazó por un "Consejo Supremo de la Nación", del que se nombró jefe, mientras que Brion y Francisco Antonio Zea quedaron al frente, el primero de la sección militar y el segundo de la sección política. Sin embargo Piar, el conquistador de Guayana, que otrora había amenazado con someter a Bolívar ante un consejo de guerra por deserción, no escatimaba sarcasmos contra el "Napoleón de las retiradas", y Bolívar aprobó por ello un plan para eliminarlo. Bajo las falsas imputaciones de haber conspirado contra los blancos, atentado contra la vida de Bolívar y aspirado al poder supremo, Piar fue llevado ante un consejo de guerra presidido por Brion y, condenado a muerte, se le fusiló el 16 de octubre de 1817. Su muerte llenó a Mariño de pavor. Plenamente consciente de su propia insignificancia al hallarse privado del concurso de Piar, Mariño, en una carta abyectísima, calumnió públicamente a su amigo victimado, se dolió de su propia rivalidad con el Libertador y apeló a la inagotable magnanimidad de Bolívar.
La conquista de la Guayana por Piar había dado un vuelco total a la situación, en favor de los patriotas, pues esta provincia sola les proporcionaba más recursos que las otras siete provincias venezolanas juntas. De ahí que todo el mundo confiara en que la nueva campaña anunciada por Bolívar en una flamante proclama conduciría a la expulsión définitiva de los españoles. Ese primer boletín, según el cual unas pequeñas partidas españolas que forrajeaban al retirarse de Calabozo eran "ejércitos que huían ante núestras tropas victoriosas", no tenía por objetivo disipar tales esperanzas. Para hacer frente a 4.000 españoles, que Morillo aún no había podido concentrar, disponía Bolívar de más de 9.000 hombres, bien armados y equipados, abundantemente provistos con todo lo necesario para la guerra. No obstante, a fines de mayo de 1818 Bolívar había perdido unas doce batallas y todas las provincias situadas al norte del Orinoco. Como dispersaba sus fuerzas, numéricamente superiores, éstas siempre eran batidas por separado. Bolívar dejó la dirección de la guerra en manos de Páez y sus demás subordinados y se retiró a Angostura. A una defección seguía la otra, y todo parecía encaminarse a un descalabro total. En ese momento extremadamente crítico, una conjunción de sucesos afortunados modificó nuevamente el curso de las cosas. En Angostura Bolívar encontró a Santander, natural de Nueva Granada, quien le solicitó elementos para una invasión a ese territorio, ya que la población local estaba pronta para alzarse en masa contra los españoles. Bolívar satisfizo hasta cierto punto esa petición. En el ínterin, llegó de Inglaterra una fuerte ayuda bajo la forma de hombres, buques y municiones, y oficiales ingleses, franceses, alemanes y polacos afluyeron de todas partes a Angostura. Finalmente, el doctor [Juan] Germán Roscio, consternado por la estrella declinante de la revolución sudamericana, hizo su entrada en escena, logró el valimiento de Bolívar y lo indujo a convocar, para el 15 de febrero de 1819, un congreso nacional, cuya sola mención demostró ser suficientemente poderosa para poner en pie un nuevo ejército de aproxi madamente 14.000 hombres, con lo cual Bolívar pudo pasar nuevamente a la ofensiva.
Los oficiales extranjeros le aconsejaron diera a entender que proyectaba un ataque contra Caracas para liberar a Venezuela del yugo español, induciendo así a Morillo a retirar sus fuerzas de Nueva Granada y concentrarlas para la defensa de aquel país, tras lo cual Bolívar debía volverse súbitamente hacia el oeste, unirse a las guerrillas de Santander y marchar sobre Bogotá. Para ejecutar ese plan, Bolívar salió el 24 de febrero de 1819 de Angostura, después de designar a Zea presidente del congreso y vicepresidente de la república durante su ausencia. Gracias a las maniobras de Páez, los revolucionarios batieron a Morillo y La Torre en Achaguas, y los habrían aniquilado completamente si Bolívar hubiese sumado sus tropas a las de Páez y Mariño. De todos modos, las victorias de Páez dieron por resultado la ocupación de la provincia de Barinas, quedando expedita así la ruta hacia Nueva Granada. Como aquí todo estaba preparado por Santander, las tropas extranjeras, compuestas fundamentalmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias sucesivas alcanzadas el 1 y 23 de julio y el 7 de agosto en la provincia de Tunja. El 12 de agosto Bolívar entró triunfalmente a Bogotá, mientras que los españoles, contra los cuales se habían sublevado todas las provincias de Nueva Granada, se atrincheraban en la ciudad fortificada de Mompós.
Luego de dejar en funciones al congreso granadino y al general Santander como comandante en jefe Bolívar marchó hacia Pamplona, donde paso mas de dos meses en festejos y saraos. El 3 de noviembre llego a Mantecal, Venezuela, punto que había fijado a los jefes patriotas para que se le reunieran con sus tropas Con un tesoro de unos 2.000.000 de dólares, obtenidos de los habitantes de Nueva Granada mediante contribuciones forzosas, y disponiendo de una fuerza de aproximadamente 9.000 hombres, un tercio de los cuales eran ingleses, irlandeses, hanoverianos y otros extranjeros bien disciplinados, Bolívar debía hacer frente a un enemigo privado de toda clase de recursos, cuyos efectivos se reducían a 4.500 hombres, las dos terceras partes de los cuales, además, eran nativos y mal podían, por ende, inspirar confianza a los españoles. Habiéndose retirado Morillo de San Fernando de Apure en dirección a San Carlos, Bolívar lo persiguió hasta Calabozo, de modo que ambos estados mayores, enemigos se encontraban apenas a dos días de marcha el uno del otro. Si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles. Pero prefirió prolongar la guerra cinco años más.
En octubre de 1819 el congreso de Angostura había forzado a renunciar a Zea, designado por Bolívar, y elegido en su lugar a Arismendi. No bien recibió esta noticia, Bolívar marchó con su legión extranjera sobre Angostura, tomó desprevenido a Arismendi, cuya fuerza se reducia a 600 nativos, lo deportó a la isla Margarita e invistió nuevamente a Zea en su cargo y dignidades. El doctor Roscio, que había fascinado a Bolívar con las perspectivas de un poder central, lo persuadió de que proclamara a Nueva Granada y Venezuela como "República de Colombia", promulgase una constitución para el nuevo estado --redactada por Roscio-- y permitiera la instalación de un congreso común para ambos países. El 20 de enero de 1820 Bolívar se encontraba de regreso en San Fernando de Apure. El súbito retiro de su legión extranjera, más temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos, brindó a Morillo una nueva oportunidad de concentrar refuerzos. Por otra parte, la noticia de que una poderosa expedición a las órdenes de O'Donnell estaba a punto de partir de la Península, levantó los decaídos ánimos del partido español. A pesar de que disponía de fuerzas holgadamente superiores, Bolívar se las arregló para no conseguir nada durante la campaña de 1820. Entretanto llegó de Europa la noticia de que la revolución en la isla de León había puesto violento fin a la programada expedición de O'Donnell. En Nueva Granada, 15 de las 22 provincias se habían adherido al gobierno de Colombia, y a los españoles sólo les restaban la fortaleza de Cartagena y el istmo de Panamá. En Venezuela, 6 de las 8 provincias se sometieron a las leyes colombianas. Tal era el estado de cosas cuando Bolívar se dejó seducir por Morillo y entró con él en tratativas que tuvieron por resultado, el 25 de noviembre de 1820, la concertación del convenio de Trujillo, por el que se establecía una tregua de seis meses. En el acuerdo de armisticio no figuraba una sola mención siquiera a la Republica de Colombia, pese a que el congreso había prohibido, a texto expreso, la conclusión de ningún acuerdo con el jefe español si éste no reconocía previamente la independencia de la república.
El 17 de diciembre, Morillo, ansioso de desempeñar un papel en España, se embarcó en Puerto Cabello y delegó el mando supremo en Miguel de Latorre; el 10 de marzo de 1821 Bolívar escribió a Latorre participándole que las hostilidades se reiniciarían al término de un plazo de 30 días. Los españoles ocupaban una sólida posición en Carabobo, una aldea situada aproximadamente a mitad de camino entre San Carlos y Valencia; pero en vez de reunir allí todas sus fuerzas, Latorre sólo había concentrado su primera división, 2.500 infantes y unos 1.500 jinetes, mientras que Bolívar disponía aproximadamente de 6.000 infantes, entre ellos la legión británica, integrada por 1.100 hombres, y 3.000 llaneros a caballo bajo el mando de Páez. La posición del enemigo le pareció tan imponente a Bolívar, que propuso a su consejo de guerra la concertación de una nueva tregua, idea que, sin embargo, rechazaron sus subalternos. A la cabeza de una columna constituida fundamentalmente por la legión británica, Páez, siguiendo un atajo, envolvió el ala derecha del enemigo; ante la airosa ejecución de esa maniobra, Latorre fúe el primero de los españoles en huir a rienda suelta, no deteniéndose hasta llegar a Puerto Cabello, donde se encerró con el resto de sus tropas. Un rápido avance del ejército victorioso hubiera producido, inevitablemente, la rendición de Puerto Cabello, pero Bolívar perdió su tiempo haciéndose homenajear en Valencia y Caracas. El 21 de setiembre de 1821 la gran fortaleza de Cartagena capituló ante Santander. Los últimos hechos de armas en Venezuela --el combate naval de Maracaibo en agosto de 1823 y la forzada rendición de Puerto Cabello en julio de 1824-- fueron ambos la obra de Padilla. La revolución en la isla de León, que volvió imposible la partida de la expediúión de O'Donnell, y el concurso de la legión británica, habían volcado, evidentemente, la situación a favor de los colombianos.
El Congreso de Colombia inauguró sus sesiones en enero de 1821 en Cúcuta; el 30 de agosto promulgó la nueva constitución y, habiendo amenazado Bolívar una vez mas con renunciar, prorrogó los plenos poderes del Libertador. Una vez que éste hubo firmado la nueva carta constitucional, el congreso lo autorizó a emprender la campaña de Quito (1822), adonde se habían retirado los españoles tras ser desalojados del istmo de Panamá por un levantamiento general de la población. Esta campaña, que finalizó con la incorporación de Quito, Pasto y Guayaquil a Colombia, se efectuó bajo la dirección nominal de Bolívar y el general Sucre, pero los pocos éxitos alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en particular al coronel Sands. Durante las campañas contra los españoles en el Bajo y el Alto Peru --1823-1824-- Bolívar ya no consideró necesario representar el papel de comandante en jefe, sino que delegó en el general Sucre la conducción de la cosa militar y restringio sus actividades a las entradas triunfales, los manifiestos y la proclamación de constituciones. Mediante su guardia de corps colombiana manipuló las decisiones del Congreso de Lima, que el 10 de febrero de 1823 le encomendó la dictadura; gracias a un nuevo simulacro de renuncia, Bolívar se aseguró la reelección como presidente de Colombia. Mientras tanto su posición se había fortalecido, en parte con el reconocimiento oficial del nuevo estado por Inglaterra, en parte por la conquista de las provincias altoperuanas por Sucre, quién unificó a las últimas en una república independiente, la de Bolivia. En este país, sometido a las bayonetas de Sucre, Bolívar dio curso libre a sus tendencias al despotismo y proclamó el Código Boliviano, remedo del Code Napoleón. Proyectaba trasplantar ese código de Bolivia al Perú, y de éste a Colombia, y mantener a raya a los dos primeros estados por medio de tropas colombianas, y al último mediante la legión extranjera y soldados peruanos. Valiéndose de la violencia, pero también de la intriga, de hecho logró imponer, aunque tan sólo por unas pocas semanas, su código al Perú. Como presidente y libertador de Colombia, protector y dictador del Perú y padrino de Bolivia, había alcanzado la cúspide de su gloria. Pero en Colombia había surgido un serio antagonismo entre los centralistas, o bolivistas, y los federalistas, denominación esta última bajo la cual los enemigos de la anarquía militar se habían asociado a los rivales militares de Bolívar. Cuando el Congreso dé Colombia, a instancias de Bolívar, formuló una acusación contra Páez, vicepresidente de Venezuela, el último respondió con una revuelta abierta, la que contaba secretamente con el apoyo y aliento del propio Bolívar; éste, en efecto, necesitaba sublevaciones como pretexto para abolir la constitución y reimplantar la dictadura. A su regreso del Perú, Bolívar trajo además de su guardia de corps 1.800 soldados peruanos, presuntamente para combatir a los federalistas alzados. Pero al encontrarse con Páez en Puerto Cabello no sólo lo confirmó como máxima autoridad en Venezuela, no sólo proclamó la amnistía para los rebeldes, sino que tomó partido abiertamente por ellos y vituperó a los defensores de la constitución; el decreto del 23 de noviembre de 1826, promulgado en Bogotá, le concedió poderes dictatoriales.
En el año 1826, cuando su poder comenzaba a declinar, logro reunir un congreso en Panamá, con el objeto aparente de aprobar un nuevo código democrático internacional. Llegaron plenipotenciarios de Colombia, Brasil, La Plata, Bolivia, México, Guatemala, etc. La intención real de Bolívar era unificar a toda América del Sur en una república federal, cuyo dictador quería ser él mismo. Mientras daba así amplio vuelo a sus sueños de ligar medio mundo a su nombre, el poder efectivo se le escurría rápidamente de las manos. Las tropas colombiams destacadas en el Perú, al tener noticia de los preparativos que efectuaba Bolívar para introducir el Código Boliviano, desencadenaron una violenta insurrección. Los pruanos eligieron al general Lamar presidente de su república, ayudaron a los bolivianos a expulsar del país las tropas colombianas y emprendieron incluso una victoriosa guerra contra Colombia, finalizada por un tratado que redujo a este país a sus límites primitivos, estableció la igualdad de ambos países y separó las deudas públicas de uno y otro. La Convención de Ocaña, convocada por Bolívar para reformar la constitución de modo que su poder no encontrara trabas, se inauguró el 2 de marzo de 1828 con la lectura de un mensaje cuidadosamente redactado, en el que se realzaba la necesidad de otorgar nuevos poderes al ejecutivo. Habiéndose evidenciado, sin embargo, que el proyecto de reforma constitucional diferiría esencialmente del previsto en un principio, los amigos de Bolívar abandonaron la convención dejándola sin quórum, con lo cual las actividades de la asamblea tocaron a su fin. Bolívar, desde una casa de campo situada a algunas millas de Ocaña, publicó un nuevo manifiesto en el que pretendía estar irritado con los pasos dados por sus partidarios, pero al mismo tiempo atacaba al congreso, exhortaba a las provincias a que adoptaran medidas extraordinarias y se declaraba dispuesto a tomar sobre sí la carga del poder si ésta recaía en sus hombros. Bajo la presión de sus bayonetas, cabildos abiertos reunidos en Caracas, Cartagena y Bogotá, adonde se había trasladado Bolívar, lo invisteron nuevamente con los poderes dictatoriales. Una intentona de asesinarlo en su propio dormitorio en Bogotá, de la cual se salvó sólo porque saltó de un balcón en plena noche y permaneció agazapado bajo un puente, le permitió ejercer durante algún tiempo una especie de terror militar. Bolívar, sin embargo, se guardó de poner la mano sobre Santander, pese a que éste había participado en la conjura, mientras que hizo matar al general Padilla, cuya culpabilidad no había sido demostrada en absoluto, pero que por ser hombre de color no podía ofrecer resu tencia alguna.
En 1829, la encarnizada lucha de las facciones desgarra ba a la república y Bolívar, en un nuevo llamado a la ciudadanía, la exhortó a expresar sin cortapisas sus deseos en lo tocante a posibles modificaciones de la constitución. Como respuesta a ese manifiesto, una asamblea de notables reunida en Caracas le reprochó públicamente su ambiciones, puso al descubierto las deficiencias de gobierno, proclamó la separación de Venezuela con respecto a Colombia y colocó al frente de la primera al general Páez. El Senado de Colombia respaldó a Bolivar, pero nuevas insurrecciones estallaron en diversos lugares. Tra haber dimitido por quinta vez, en enero de 1830 Bolívar aceptó de nuevo la presidencia y abandonó a Bogotá para guerrear contra Páez en nombre del congreso colombiano. A fines de marzo de 1830 avanzó a la cabeza de 8.000 hombres, tomó Caracuta, que se había sublevado, y se dirigió hacia la provincia de Maracaibo, donde Páez lo esperaba con 12.000 hombres en una fuerte posición. No bien Bolívar se enteró de que Páez proyectaba combatir seriamente, flaqueó su valor. Por un instante, incluso, pensó someterse a Páez y pronunciarse contra el congreso. Pero decreció el ascendiente de sus partidarios en ese cuerpo y Bolívar se vio obligado a presentar su dimision ya que se le dio a entender que esta vez tendría que atenerse a su palabra y que, a condición de que se retirara al extranjero, se le concedería una pensión anual. El 27 de abril de 1830, por consiguiente, presentó su renuncia ante el congreso. Con la esperanza, sin embargo, de recuperar el poder gracias a la influencia de sus adeptos, y debido a que se había iniciado un movimiento de reacción contra Joaquín. Mosquera, el nuevo presidente de Colombia, Bolívar fue postergando su partida de Bogotá y se las ingenió para prolongar su estada en San Pedro hasta fines de 1830, momento en que falleció repentinamente.
Ducoudray-Holstein nos ha dejado de Bolívar el siguiente retrato: "Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjunto, de mejilla hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasioness y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiatico para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas."
Por un decreto del Congreso de Nueva Granada los restos mortales de Bolívar fueron trasladados en 1842 a Caracas, donde se erigió un monumento a su memoria.
Véase: Histoire de Bolivar par Gén. Ducoudray-Holstein, continuée jusqu'á sa mort par Alphonse Viollet (Paris, 1831); Memoirs of Gen. John Miller (in the service of the Republic of Peru; Col. Hippisley's Account of his Journey to the Orinoco (London, 1819).


Artículo publicado en el tomo III de The New American Cyclopedia. Escrito en enero de 1858. Apareció en la edición alemana de MEW, t. XIV, pp. 217-231. Digitalizado para MIA-Sección en Español por Juan R. Fajardo, y transcrito a HTML por Juan R. Fajardo, febrero de 1999.

jueves, 9 de octubre de 2014

NACE DIGNIDAD AGROPECUARIA COLOMBIANA (DAC)


Cerca de un millar de dirigentes agrarios, provenientes de casi todas las regiones que constituyen nuestra organización política territorial y reunidos en Bogotá, darán comienzo legal a la organización que será la vocera de los campesinos y empresarios agrícolas colombianos, sumidos por errática política gubernamental, en la más profunda  crisis de los últimos tiempos.

 

Desde que en 1967, el gobierno de lleras Restrepo, creó la ANUC, que lideró la toma masiva de tierras en 1971, concentrada esta lucha principalmente en la Costa Atlántica, no se había estructurado una organización que cobijara el territorio nacional y reivindicara, mediante la movilización masiva, la defensa de la producción agraria y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural colombiana.

 

La propuesta programática de DAC, apunta a un nuevo modelo de desarrollo en el campo. La renegociación de los TLC y la oposición a los que Santos II pretende negociar y firmar, son básicos para reconstruir el agro nacional, lastimado alevosamente desde que en 1990 se lanzó la “internacionalización de la economía”, se implementó la “apertura económica” y se firmaron y empezaron a aplicarse los TLC; transcurridos 24 años el balance es desastroso para el sector primario de la economía nacional

 

Desmonte de importaciones, represión del contrabando, tasa de cambio favorable, apropiaciones presupuestales, precios de sustentación y compra de cosechas, red de acopio y almacenamiento, control de oligopolios compradores, créditos realmente de fomento y mecanismos automáticos para enfrentar crisis económicas y fitosanitarias, seguros de cosecha de amplia cobertura y subsidios sustanciales, control de precios y calidad de insumos, combustibles y energías utilizadas en los procesos productivos, participación del estado en la fabricación de fertilizantes, investigación científica y transferencia masiva de sus resultados en sistemas extendidos de asesoría técnica, protección de páramos, humedales y zonas agrarias contra la gran minería, fomento a la organización y comercialización de los pequeños productores, cumplimiento  estricto a la norma constitucional de entrega de tierras a trabajadores rurales, inversión pública en infraestructura vial y saneamiento básico, respeto a la cultura ancestral de pueblos indígenas y afro descendientes, constituyen los aspectos centrales de la propuesta programática de la naciente organización.

 

D.A.C. igualmente actuará independientemente del gobierno, de los partidos políticos y es ajena a los convenios agrarios que se firmen en el marco de los acuerdos de paz para “adelantar en un contexto de globalización y de políticas de inserción en ella…”, lo anterior normatizado para funcionar en el marco de democracia y claras normas de funcionamiento que le permitan defender de manera efectiva los intereses de los campesinos colombianos.
Por Eudoro. 
Se desconoce medio de publicación, texto que llegó al correo electrónico.

miércoles, 8 de octubre de 2014

“LA REVOLUCIÓN NO SE LLEVA EN LA BOCA”


Homar Garcés


El Che siempre resulta adecuado cuando se trata de hablar de la revolución socialista. Sus escritos son resultado de sus propias experiencias y reflexiones, sobre todo de aquellas que compartiera con Fidel y el pueblo de Cuba -en la Sierra Maestra y luego al conformarse el nuevo gobierno revolucionario que sacudió las conciencias adormecidas de nuestra América-, enfrentando al más poderoso imperio que la historia haya jamás conocido: Estados Unidos. A la par de ello, su ejemplo de combatiente guerrillero, internacionalista y antiimperialista, sigue más vigente que nunca, cuestión que no han podido minimizar ni deslucir las más enconadas campañas mediáticas orquestadas desde la contrarrevolución para hacer del Che Guevara una imagen inocua que bien puede lucirse en una camiseta sin alterar nunca el statu quo.

Pese a los años, Che enriquece esa búsqueda constante por acceder a un mejor modo de vida bajo los ideales revolucionarios del socialismo. Lo que escribiera en su época sirve de brújula para sortear algunos obstáculos que puedan presentarse en cualquier latitud del planeta durante el período de la construcción de la transición hacia el socialismo, tomando en cuenta que algunas de sus advertencias respecto al mismo (negadas desde la ortodoxia marxista-leninista) se verificaron una vez producida la implosión de la Unión Soviética y del bloque de repúblicas bajo su hegemonía política. De ahí el interés desatado por muchos revolucionarios en torno a sus observaciones críticas en relación al modelo económico implantado en la URSS y el que debía construirse en Cuba considerando sus especificidades, sin calcos automáticos que hicieran de camisas de fuerzas.  

Pero lo más relevante del Che Guevara quizás sea su posición en cuanto a la nueva moral de la cual debían ser modelos los revolucionarios. Según él, “La revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella”. Frase ésta que ha tenido una gran difusión hasta ahora en todo el mundo, sobre todo en nuestra América, sirviendo para descubrir a los oportunistas y reformistas que desnaturalizan los objetivos primordiales de la revolución a su favor, traicionando la confianza puesta en ellos por los sectores populares. Además de esto, también ha servido para concitar a muchos revolucionarios a mantenerse firmes en sus convicciones, independientemente de las circunstancias amargas que pudieran vivir en medio de la lucha revolucionaria por la conquista del poder y la emancipación integral de nuestros pueblos. Con esta ideología hecha carne y hueso en sí mismo, el Che Guevara es uno de los revolucionarios teóricos más auténticos y completos de quien pudiéramos obtener enseñanzas permanentes. Como complemento, igualmente pudiéramos citar de él: “nosotros no podemos ser hijos de la práctica absoluta, hay una teoría; que nosotros tengamos algunas fallas, algunos motivos de discusión de algunos de los aspectos de la teoría, bueno, pues, perfecto, para poder hacer eso hay que conocer aunque sea un poquito de teoría. Ahora, inventar la teoría totalmente a base de la acción, solamente eso, es un disparate, con eso no se llega a nada…”  No podría ser menos el Che: hombre de acción y de pensamiento en función de la construcción de la sociedad socialista y de la humanidad nueva.-

Maestro ambulante
¡¡¡Rebelde y Revolucionario itinerante!!!
 ¡¡¡Hasta la Victoria siempre!!!
¡¡¡Luchar hasta vencer!!!

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Enviado por: HOMAR GARCES <mandingacaribe@yahoo.es>

viernes, 3 de octubre de 2014

Oliver Stone hace trizas la historia oficial de EEUU



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LUIS MAIAS LOPEZ / PUBLICO.ES – Como de tapadillo, en pleno agosto, La 2 de Televisión Española ha repuesto la notable producción propia La forja de un rebelde, dirigida por Mario Camus y basada en la trilogía autobiográfica de Arturo Barea cuya publicación estuvo prohibida durante el franquismo. Hace dos años, con ocasión de su anterior reestreno, le dediqué ya una columna, por lo que me limito ahora a remarcar lo insólito de que, incluso en esta época en que la escasa audiencia del canal se ha reducido al mínimo, se emita una serie, rodada en 1989, en tiempos del PSOE, cuyo contenido choca abruptamente con la línea que impregna hoy la televisión pública. El capítulo del pasado domingo se centró en las elecciones de febrero de 1936, los preparativos del golpe militar y el inevitable estallido de la guerra civil.
Ese duende progresista infiltrado en la programación de La 2 parece que ha aprovechado de los ardores de agosto para colar también la emisión de un documental de 10 horas en el que Oliver Stone desmonta la historia oficial de su país desde la II Guerra Mundial hasta la presidencia de Obama. Con La historia no contada de Estados Unidos, el director de Platoon, JFK, Nixon y Comandante escapa del patrioterismo que anega el cine norteamericano para ofrecer una visión diferente y transgresora que le ha ganado feroces ataques desde los sectores derechistas que se han adueñado del partido republicano.
“Absurda regurgitación de propaganda estalinista” no es lo peor que ha tenido que leer o escuchar el cineasta sobre una obra que pretende nada más y nada menos que desmontar la sarta de mentiras con la que se construye la imagen que gran parte del mundo (y la inmensa mayoría de los propios norteamericanos) tienen de Estados Unidos: que se trata de una nación elegida por Dios, con un irrenunciable destino manifiesto, con el deber moral de difundir la democracia, un poder blando al servicio de causas justas, una sólida vocación por el intervencionismo humanitario, un ejército que garantiza la paz y la estabilidad mundiales, un altruista cruzado anticomunista que acabó con el imperio del mal soviético, y un misionero y desinteresado deseo de compartir parte de su riqueza con los países en desarrollo.
Tal es la potencia del aparato propagandístico de la gran superpotencia que esta verdad oficial construida a golpe de manipulación, dinero e incluso talento aplasta casi siempre a esa otra verdad basada en datos casi siempre incontestables, que supone el negativo de la versión que se ha impuesto de forma abrumadora. Ese otro Estados Unidos, mucho más ajustado a la realidad, es el que ha emprendido guerras injustas, defendido dictaduras y golpes militares fascistas, tomado decisiones brutales como utilizar la bomba atómica, contribuido a empobrecer aún más a los más pobres y basado su acción exterior en objetivos imperialistas de exclusivo interés económico e ideológico. Un poder, en fin, que no duda en actuar por motivos egoístas como policía del mundo.
La historia no contada de Estados Unidos, con Stone de director, narrador y guionista (junto a Peter Kuznick), es un documental que, sin dar tregua al aburrimiento, destila buen cine, sin apenas cabezas parlantes, construido con un habilidoso montaje de impactantes imágenes de archivo y una acertada selección de fragmentos de películas de Hollywood. No es un panfleto, aunque no oculta su clara carga ideológica, a contracorriente de la atmósfera que se respira en el país. Se entiende que haya levantado las iras de los sectores más conservadores, rabiosos porque se carguen las culpas de la Guerra Fría y de la catastrófica carrera de armamentos en las espaldas de sucesivos presidentes empeñados en debilitar a toda costa a la Unión Soviética, desaprovechar las oportunidades de paz y servir los intereses del todopoderoso complejo militar-industrial.
Stone peca quizá de ingenuo cuando sugiere que las cosas pudieron haber sido diferentes si el exvicepresidente izquierdista Henry Wallace, y no Harry Truman, hubiera sustituido en 1945 al fallecido Franklin D. Roosevelt. Wallace, acusado de comunista y agente del KGB por reconocer el papel vital de la URSS en la derrota del nazismo, defensor de un seguro sanitario público, opuesto radicalmente a la segregación racial, que incluso en campaña se negaba a hablar en locales en los que separase a negros y blancos, fue derrotado estrepitosamente tres años más tarde cuando se presentó a la Casa Blanca como candidato del Partido Progresista. Tal vez si hubiese ganado, opina Stone, la posguerra habría sido otra, sin carrera nuclear, crisis de los misiles de Cuba, Vietnam, Corea, Chile, Guatemala, Muro de Berlín, Granada, Panamá, 11-S, Afganistán, Irak…
El cineasta no es un cínico, sino un idealista que se atreve a soñar en utopías. Y su manera de hacerlo es mostrar, con hechos difícilmente rebatibles, los pies manchados de sangre y explotación de políticos, militares y grandes conglomerados industriales de su país.
La historia no contada de Estados Unidos es, también, la constatación de un fracaso. Imagen a imagen, palabra por palabra, muestra la atormentada historia del planeta desde la II Guerra Mundial y la decisiva participación norteamericana en ella, la muerte brutal de millones de personas en injustas guerras imperialistas, la impotencia de las protestas masivas, el lacerante aumento de la desigualdad incluso en la cuna del imperio, la incapacidad y falta de decisión para aprender de los errores del pasado, la frustración que siempre ha seguido a los escasos momentos de esperanza, como el último: la llegada de Obama a la Casa Blanca.
Stone demuestra que con escasos cinco millones de dólares (de los que él aportó uno), una mínima fracción de lo que cuesta cualquier mediocridad made in Hollywood, puede armarse un producto cinematográfico de factura impecable, perfecto en su composición, y destinado a quedar como referente de buen cine, político pero sobre todo histórico, por mucho que su difusión quede restringida, como en España, a las épocas de menor audiencia de un canal que solo frecuentan los cinéfilos y amantes de los documentales.