sábado, 17 de enero de 2015

Cómo subir el termómetro del interés en los diálogos de La Habana

Libardo Sánchez Gómez


Un sutil manto de indiferencia se extiende sobre la mesa de conversaciones entre FARC-EP  y Gobierno en La Habana. A medida que pasan los días     Colombia entera se va olvidando que fuera del país se intenta poner fin al levantamiento armado de más de medio siglo.   Y como    el teatro de la guerra no está localizado en la ciudad el grueso de los citadinos no entiende de qué guerra se conversa en La Habana.  La  zozobra que antaño afectaba directamente a los sectores poderosos (explotadores - saqueadores) del campo ha venido desapareciendo, pero para minifundistas y campesinos sin tierra el terror, traducido en asesinatos, desplazamiento y violaciones de campesinas,  viene in crescendo. Lo  que le pase a los campesinos pobres a muy pocos importa. Los latifundistas dejaron de preocuparse desde el momento en que las FARC suspendieron el impuesto de guerra   a  los terratenientes con patrimonios superiores a  mil millones de pesos y se comprometieron a no retenerlos (secuestrarlos en la jerga jurídica burguesa). Y gracias  a la tregua unilateral (¿entrega anticipada o suicidio lento por debilitamiento del músculo guerrero?) decretada por las FARC la burguesía transnacional agroindustrial y minera anda feliz por una parte llenando a sus anchas los bolsillos y por otra apoderándose libremente de las mejores tierras.

La falta de sustancia explica el desinterés general por las negociaciones de  “paz”   en La Habana, nadie entiende  que las partes hayan convenido desde el principio que no se discuta sobre cambios estructurales al modelo socio-económico.  El  mismo presidente Santos da a entender por doquier que  no se   conversa  sobre nada que, lejanamente,  afecte los privilegios que, a sangre y fuego,  han venido acumulando los “privilegiados” (1% de la población).

El interés de la sociedad en las conversaciones de paz como los osos hiberna alrededor de una gélida Mesa de diálogos. Como van parece que la paz dormirá  para siempre en la fría caverna de la opinión ciudadana.  Para   que los diálogos entre guerrilla y Estado se calienten un poco  los encuentros entre militares de uno y otro bando tendrán que ser directamente proporcionales  a los resultados que se vayan dando en la mesa de conversaciones; por ejemplo, la atención subirá a lo más alto de la escala en el momento que los noticieros, incluyendo los  desinformativos  CNN, RCN y CARACOL, lancen la chiva que la discusión sobre educación superior  gratuita para todos sin importar estratos implica una docena de helicópteros artillados derribados.  Por ahora los padres de familia no duermen pensando que el futuro de sus hijos estará en el campo de batalla ya sea en un Frente de la guerrilla o al servicio de la causa de las elites en las filas  militares y paramilitares. Los únicos felices son los “padres” de la iglesia dueños de las universidades privadas y receptores de la mayoría de las diez mil becas para los mejores bachilleres.  Qué importan unas negociaciones de paz que dejan de lado el futuro educativo de las generaciones por venir.

Y el interés en La Habana estará en la cima cuando se sepa que el tire y afloje en la  Mesa sobre la estructura de tenencia de tierra se traduzca en épicas confrontaciones en el Putumayo, Arauca, Chocó y Catatumbo;   se espera que el ardor en la Mesa de  discusión  sea tan intenso como en el campo de batalla. Y es de esperar que los  terratenientes   furibundos    se  atrincheren en sus feudos para evitar que la tierra  sea  entregada a los que la trabajan;   el propio  Ex-extraditable  No. 82 y sus “doce apóstoles” estarán dispuestos hacerse romper el cuello por la Guacharaca y el Ubérrimo. Así la guerra y la paz tendrá sentido.

La gente alquilará balcones  para estar frente a los televisores cuando los comunicados de prensa informen que el Gobierno  está dispuesto a perder un centenar de soldados profesionales, para evitar cambio alguno al sistema de salud; y crecerá el fervor y la esperanza porque   la guerrilla    está dispuesta a ofrendar  la vida de una docena de sus mejores hombres tratando de  rescatar la salud de las garras de las EPS. El fragor de la guerra y la opinión general se intensificarán  cuando  las FARC-EP exijan   salud  gratuita y que todo el que requiera un servicio médico sea  atendido sin exigirle carnet alguno. Las vidas ofrendadas por los bandos en contienda darán como fruto una renta básica para todos los habitantes de Colombia y pensión para mujeres y hombres que lleguen a los sesenta años sin importar si han hecho o no  aporte alguno.  Así pase lo que pase en La Habana valdrá la pena la guerra.

Será de interés del mundo entero cuando la discusión se dé sobre soberanía nacional, incluyendo la descolonización, recuperación de los  recursos naturales, fin de las bases  militares gringas en suelo patrio y  anulación de los TLC´s firmados con los EEUU y la comunidad europea.  Desde luego que el precio a pagar será muy alto para ambas partes, pues cuando esto ocurra    las bombas de precisión de los drones gringos  caerán como granizo tanto sobre la Mesa como en la manigua buscando los campamentos de los guerrilleros.

Hasta ahora la percepción general es que como van las cosas da igual que se firme o no la llamada “paz santista”. No quita ni pone si la guerrilla deja las armas y entra al corrupto campo  de la política dentro de un modelo neoliberal social, económica y políticamente podrido hasta la médula. En las condiciones pactadas continuarán sin atenuante alguno los asesinatos de líderes sociales, la inequidad, el desplazamiento campesino, la muerte por hambre de los niños marginados, la entrega de recursos naturales al capital transnacional y la ley seguirá operando solamente para los de ruana. No obstante, lo magro de la paz en negociación, el grueso de pazólogos y opinólogos, con la ilusa tesis de que en el postconflicto vendrán todos los cambios sociales que la guerra no ha podido lograr,  claman por la firma de acuerdos sin importar el precio. 

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