sábado, 3 de diciembre de 2016

Hegemones y pueblo profundo

Libardo Sánchez Gómez

  Las  relaciones de clase en Colombia, dada la condición de dependencia neocolonial colombiana (coloniaje admitido por la clase hegemónica local en una especie de quid pro quo  con el HEGEMÓN universal,  expresado en:  me das todo y yo te haré  mi vasallo favorito) se desenvuelven en paralelo con la realidad social del imperio, por eso cualquier análisis sociopolítico local conlleva por lo menos  una mención, así sea tangencial, del entramado socio político y cultural del imperio. En términos generales la población norteamericana es una de las más desinformada,  ignorante y sometida  a nivel planetario. Es víctima de las más crueles e insospechadas tropelías por parte de la clase dominante; poblaciones enteras han sido utilizadas como conejillos de indias, para experimentar armas biológicas y los efectos de diversos tipos de  radiación en los humanos. Así  mismo, se sospecha que se manipula la mente de la gente mediante las llamadas “auroras irisadas” las mismas con las cuales causan terremotos y tormentas a lo largo y ancho del planeta  (ver: Qué tanto nos toca el Proyecto HAARP: http://libsang-elviajeroysusombra.blogspot.com/2013/05/que-tanto-nos-toca-el-pryecto-haarp.html) Por otro lado la pobreza en EEUU arropa al 80% de los habitantes, según cálculos de la misma ONU  unos cien millones de indigentes se han adueñado   de puentes y alcantarillas.   No obstante, su nada envidiable modus vivendi, las élites norteamericanos han fabricado una incomprensible  excepcionalidad,  en la que se incluye el famoso “sueño americano”. Pero más allá de la miseria humana física y espiritual causada por dichas élites, también, existe un pueblo profundo con   valores humanísticos,  el cual admite que no son únicos, que el mundo es múltiple y diverso y que lo que viven y exportan no es un sueño sino una pesadilla. Este pueblo profundo es consciente del agotamiento del modelo económico, y sabe que para cambiar el paradigma y sacudirse del yugo de las elites  tiene que ir más allá de las urnas.   Recientemente los medios de comunicación daban cuenta que en el Estado de Texas un grupo de comunistas se declararon en rebelión, asumiendo la lucha armada. Así están las cosas, mientras en el corazón del imperio nace la lucha armada en Colombia se silencian los fusiles.

Es sabido  que en los Estados Unidos de Norteamérica quien toma las decisiones económicas y políticas, que afectan al mundo entero, es un cerrado grupo de elites  las cuales conforman  el Establishment. Este     amorfo  Ente ha   fincado su accionar principalmente en el sistema financiero mundial con la  idea fija   de convertir a EEUU en el  HEGEMON universal.  En aras de lograr este propósito, que va más allá del “sueño americano”, ha sido necesario eliminar  sin miramiento alguno a líderes  y naciones enteras. Se  suman a este propósito  organizaciones mundiales como la  ONU y la OEA. Entre otros,   asesinaron a Salvador Allende en Chile y a Hugo Chávez en Venezuela, intentaron asesinar una seiscientas ochenta veces a Fidel Castro, solo que Fidel  durante toda su vida se les burló en su cara, los humilló muchas veces y se murió cuando le dio la gana.   Destituyeron mediante los llamados golpes blandos a Zelaya en Honduras, a Lugo en Paraguay y recientemente a Dilma en Brasil. Actualmente intentan destruir a como dé lugar a Nicolás Maduro y con Él la Revolución Bolivariana. Pero el imperio encuentra en su camino de dominación dos obstáculos, en jerga popular dos huesos duros de roer: Rusia y China. Para llegar a ellos  se ha trazado un plan de destrucción de naciones,  ya lo hicieron en gran parte con las naciones  africanas.  Destruyeron  Yugoslavia, y para  respirarle en la nuca a Rusia se asomaron  a Ucrania, pero ahí le salió al imperio el tiro por la culata, pues se le fue de su zona de influencia Crimea. Continúa trabajando ardorosamente para destruir el Medio Oriente, ya lo hizo con Irak, Libia y  Afganistán, ahora  intenta hacerlo con Siria, pero los rusos le están aguando la fiesta. Si no logran la balcanización de Siria   difícilmente podrán hacerlo con Irán, último escollo para llegarle a Rusia y China. Pero   más allá del Establishment,  miasma hedionda y letal, pervive  algo indefinido pero superior, más racional, se trata de lo que algunos han dado en llamar “el Estado profundo”, se podría decir que es la conciencia sana del Establishment. Ese  Estado profundo  ha   comprendido que el sueño de hegemonía universal es, apenas, un sueño, pues ha entendido que el sistema Financiero es una   carta de la baraja del castillo de naipes  hegemónico a punto de derrumbarse,  y que  Rusia y China, definitivamente,  están por fuera de sus posibilidades de dominación. Así que habiendo constatado  la cruda realidad no  queda otra posibilidad más que aceptar la multipolaridad; y, para sobrevivir a esa nueva realidad ese Estado profundo, sobreponiéndose al Establishment, quien en el pasado   nombró  en la presidencia unas veces  títeres estúpidos como los Bush y otras tipos inteligentes como Barack Obama, todos a cual más dóciles, ahora ha escogido como presidente  a uno torpe y loco, el millonario Donald Trump,  negociante venido a más gracias a que sus abuelos amasaron su fortuna  mediante el crimen y la prostitución.   En todo caso  ese  nuevo espíritu, que parece más realista, será quien, por encima de Trump, trazará en el inmediato futuro las nuevas líneas políticas y económicas del fallido HEGEMÓN.


En Colombia  el  Establishment  y el   Estado profundo funcionan como uno solo,  están al servicio del Establishment gringo,  y no van más allá de las intenciones y necesidades de dominación global del imperio. Les  guía un   espíritu perverso,   su nivel de felicidad es directamente proporcional al  nivel del dolor ajeno. A diario se  asesina  a las personas que se consideran enemigas del statu quo, y es enemigo todo aquel que cuestione o amenace  al hegemón local.  El grado de insensibilidad del Establishment es tal que a diario deja morir, que para el caso es lo mismo que matar, de  hambre  niños y ancianos a lo largo y ancho del país. Y en  cuanto se refiere a los sectores populares en Colombia   se pueden diferenciar dos tipos uno apático y superficial y otro profundo, pero a veces se funden y confunden. Lo cierto es que  el  pueblo indolente está de lado del Establishment, y parece haber sido alienado con algo más letal que   las “auroras irisadas”, el fanatismo político y el religioso.  Pareciera  que a este sector popular no le importara que sus hijos mueran de hambre, que estén por fuera del sistema de salud, que no vayan a la escuela y que ellos mismos  toda la vida respiren pobreza. El solo hecho que mueran niños de inanición es un motivo para alzarse en armas.  El   pueblo en general por un lado  sirve como incubadora de quienes  mantienen en su trono a las clases hegemónicas, pero por otro lado pare  los hombres que luchan para destronarles. En todo caso, el pueblo profundo  sueña y trabaja arduamente para   terminar con los  hegemones  tanto el  local como el gran HEGEMÓN universal. En el momento actual el pueblo profundo colombiano está pasando por una gran catarsis, no confundir con metamorfosis; es comprensible que en sesenta años de guerra, contra todos los hegemones, necesariamente se produzca, en buena parte de los guerreros, desgaste anímico y, desde luego, físico. Así que la entrega de las armas de quienes un día juraron vencer o morir, en lo que equivocadamente se ha dado en llamar proceso de paz,     no es más  que un reacomodo del pueblo profundo.  Eso implica que quienes   continúen tras las trincheras   combatiendo  la hegemonía lo harán   con más ahínco,  su tarea de cambiar la historia de negaciones será más efectiva sin los elementos indecisos.  Es de esperar que en tanto tiempo de guerra se acumule cansancio y desesperanza en muchos de los guerreros, y lo mejor para la causa es que los cansados y poco convencidos abandonen cuanto antes  el frente de batalla, pues de continuar solo derrotas se podrán esperar. El pueblo profundo confía en los hombres que continuarán con el fusil en alto, sabe de su infinito poder de resiliencia: cuando comenzaron la guerra eran apenas una docena, luego se multiplicaron por miles; muchas veces fueron diezmados, pero  enseguida la fe en la causa sirvió  como  fermento para crecer espiritual y físicamente.  El pueblo profundo sabe que  un día, cercano o lejano eso poco importa,  sus hijos levantarán el puño de la victoria. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

La ola de asesinatos y la paz en Colombia

Posted: 21 Nov 2016 10:44 PM PST


|Por Gearóid Ó Loingsigh (*)

Los grupos de derechos humanos y organizaciones sociales han expresado su consternación y preocupación por la reciente ola de asesinatos de dirigentes sociales en el país justo cuando parece ser que nos encontramos al final del proceso de paz con las FARC y a punto de comenzar con la implementación de los acuerdos.

Aunque los asesinatos son chocantes no es un fenómeno nuevo.  Cuando las FARC comenzaron su proceso, la Marcha Patriótica sufrió una racha de asesinatos antes y después del comienzo de los diálogos con las FARC. El senador Iván Cepeda del Polo Democrático ha afirmado en declaraciones a la prensa “que desde 2012 han asesinado a 123 integrantes de ese movimiento político (énfasis es del original) y en lo corrido de este año a 16 (1)”  y además hay que contabilizar los asesinatos de militantes de otros movimientos como el Congreso de los Pueblos y los sindicatos, organizaciones estudiantiles, opositores a la minería. En fin, el terrorismo de Estado no ha dado tregua durante todo este proceso.

En el departamento de Cauca hubo otra racha de asesinatos este año. En ese momento la prensa intentó presentar al ELN como los responsables de esos asesinatos, aún cuando ocurrieron en zonas donde ellos tienen su base social y no hay motivo aparente para el ELN. Es que no se puede endilgar al paramilitarismo. El discurso oficial es que estamos en paz y el futuro se ve resplandeciente y si hay actos de violencia deben ser acciones de la otra guerrilla con quien no se ha podido avanzar. En un acto de sectarismo político y servilismo a la causa del Estado, Carlos Lozano, el director del periódico del Partido Comunista, Voz, también acusó al ELN. Emitió una carta pública reclamándoles a los elenos por supuestos asesinatos de comunistas en el departamento de Arauca. El ELN lo negó. No hay espacio para entrar en detalles de las sindicaciones de Lozano, pero guardan más relación con la realidad las novelas de Harry Potter que los exabruptos del dirigente. Lozano goza de cierta credibilidad entre la izquierda y hasta la prensa burguesa, y pudo usar su posición para denunciar al paramilitarismo, pero prefirió ganar puntos contra el ELN, haciendo un flaco favor a sus amigos de las FARC. Valga la pena recordar al lector que Lozano no pasará a la historia no como opositor del Estado sino como el “comunista” quién declaró a favor de César Pérez, el paramilitar y autor intelectual de la masacre de 43 personas en Segovia, en el juicio adelantado en su contra donde Pérez fue condenado a 25 años (2). 

Así, no obstante las declaraciones del amiguito de Pérez, hay que buscar a los responsables reales de esos asesinatos.  La más reciente ola segó la vida al dirigente de la Marcha Patriótica, Erley Monroy en el departamento de Caquetá donde el ELN no tiene presencia. La prensa en vez de señalar a los paramilitares, ya que no hay elenos en la zona, habla de un misterio y que la policía está investigando. Valga recordar que cuando la guerrilla ataca al Ejército, en poco tiempo nos nombran hasta la unidad del frente que llevó a cabo la acción.

No quieren reconocer que el paramilitarismo nunca desapareció.  No podemos esperar más de la prensa colombiana. Mientras tanto varios políticos de la izquierda no han dudado de la autoría de los paramilitares. El problema no es que señalen a los paras, sino, no nos hablan del porque. Para muchos, los asesinatos son un intento de entorpecer el proceso con las FARC en su última fase. Según esas versiones el paramilitarismo es el enemigo del proceso, lo cual puede ser cierto, y eso explica la violencia. Si fuera así, el argumento principal sería que hay que avanzar rápido con el proceso y que el ELN tiene que sumarse a lo ya acordado con las FARC en aras de poner fin a la violencia cuanto antes. Lastimosamente esa violencia no se puede explicar en esos términos y no llegará a su fin con la implementación del Acuerdo Final con las FARC ni con el proceso con el ELN.

Guatemala

Guatemala nos muestra claramente lo que podemos esperar del proceso de paz, en términos de la reducción o eliminación de la violencia contra los movimientos sociales. Este año Guatemala celebra 20 años de la firma de la paz con la guerrilla de la URNG.  Igual que en Colombia, prometieron una tierra de leche y miel, el fin de la violencia y prosperidad. Existe una tendencia de ver la violencia en ese país y en El Salvador como parte de un proceso de descomposición social, y sin duda, la criminalidad, la pobreza y las drogas juegan su papel.  Pero aquí queremos enfocarnos en la violencia política, el terrorismo de Estado (frase que ya no está de moda ni allá ni acá).

Según la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos – Guatemala (UDEFEGUA), entre 2000 y octubre 2016 hubo un total de 4.958 agresiones contra activistas en el país. De esos, 205 corresponden al año en curso, y el peor año fue 2014 cuando hubo 813 agresiones, entre ellas intimidaciones, acciones judiciales, allanamientos, intentos de asesinato y por supuesto asesinatos (3). Según la misma fuente, los ambientalistas son uno de blancos principales. Eso no es mera coincidencia, Guatemala es uno de los países más abiertos a la inversión extranjera, y por eso ha experimentado un aumento dramático en la construcción de hidroeléctricas y también en minería.  La actual legislación minera en Guatemala es el resultado del proceso de paz y se aprobó en el primer gobierno del llamado posconflicto (Álvaro Arzú 1996-2000) y redujo las regalías de 6% a 1% (4). El resultante flujo de empresas mineras hacia el país aumentó los conflictos sociales, y los conflictos por el uso de la tierra y como consecuencia aumentaron los asesinatos de ambientalistas y dirigentes comunitarios en las zonas sujetas a la depredación minera (5). Un ejemplo de eso es la hidroeléctrica de Santa Rita, financiado por el Banco Mundial y la Unión Europea, ¡sí ellos, la misma UE que dice que quiere la paz en Colombia! Este proyecto no contó con el permiso ni fue consultado con la comunidad indígena y han matado a seis indígenas en un intento de intimidar a la comunidad.  Dos de los muertos son niños, ambos sobrinos de un dirigente de la zona quien se reunía con el Relator de la CIDH en el momento de los asesinatos a manos de un empleado de la empresa (6). 

Cuando preguntamos por las olas de asesinatos que se han presentado en Colombia desde los comienzos del proceso con las FARC, debemos mirar lo que pasa en esas regiones, cuales son los intereses en juego. Antes la Izquierda y las ONG de derechos humanos hacían eso, casi de forma automática, aplicando el viejo refrán de seguir el dinero. Ya no, matan a un dirigente y todos preguntan ¿por qué? Y a esa pregunta solo podemos responder con otra ¿No es obvio?  Es por las mismas razones de ayer y el año pasado y por las mismas razones porque pronto matarán a otros. Los asesinatos no entran en contradicción con el proceso de paz, sino son una parte integral de ese proceso y el posconflicto. El capitalismo ganó y siente la necesidad de seguir eliminando a opositores, tal como lo siguen haciendo en Guatemala 20 años después de terminar el proceso con la URNG.

En este mismo mes de noviembre cuando las organizaciones sociales colombianas protestan los asesinatos recientes, en Guatemala protestan los asesinatos del sindicalista Eliseso Villatoro y el periodista Hamilton Hernández y su esposa (7). Y el 12 de noviembre el asistente de la Dirección General del Centro de Acción Legal-Ambiental y Social de Guatemala (CALAS) Jeremy Abraham Barrios Lima fue asesinado a tiros en la ciudad de Guatemala (8). 

No nos engañemos, esos asesinatos seguirán, y los hinchas del proceso los olvidarán justo como ahora olvidan la racha de asesinatos con que comenzaron el proceso de paz. Debemos estar de luto por esos dirigentes, pero no podemos aceptar los asesinatos representan una torpeza para el proceso de paz. Los hinchas del proceso ya han demostrado que están dispuestos a firmar lo que les pongan debajo de las narices.  Estos asesinatos son una parte integral del proceso y seguirán por muchos años después, porque el capitalismo triunfante necesita garantizar su estabilidad. Las organizaciones sociales no pueden bajar su guardia, ni ahora ni después de la implementación de los acuerdos y deban hacer caso omiso de los hinchas del proceso que prometen el fin del terrorismo de Estado.  No está en sus manos poner fin a esa violencia.

(*) Contactos: goloing@gmail.com

NOTAS: 

[1] Denuncian proceso de genocidio contra Marcha Patriótica ww.caracol.com.co 21/11/2016

[2] El audio del testimonio de Lozano se encuentran disponible en https://www.youtube.com/watch?v=SABoNFMzg1E
[3] Véase http://udefegua.org
[4] Vandenbroucke, E. (2008) Environmental and Social Impacts of Mining in Guatemala: The Role of Local Communities and the Ecological Justice Movement, VUB.
[5] Sobre el tema de minería y derechos humanos en Guatemala, existen muchos informes, el lector puede comenzar con el informe de Amnistía Internacional AI (2014) Mining in Guatemala: Rights at Risk, amr 34/002/2014www.amnesty.org
[6] Artur Neslen (2015) ‘Green’ dam linked to killings of six indigenous people in Guatemala www.theguardian.com
[7] Véase http://udefegua.org   op.cit.

[8 Amnistia Internacional Acción Urgente AMR 34/5144/2016

Tomado: EL SALMON, https://mail.google.com/mail/u/0/#inbox/1588b0aa12599148

martes, 15 de noviembre de 2016

Negociación ELN-Gobierno, lo que no se puede permitir

Libardo Sánchez Gómez

El  Ejército de liberación Nacional ELN ha dejado en claro  que será la sociedad quien delineará los acuerdos, que podrán determinar el fin de su  alzamiento en armas o, por el contrario, obligarlos a continuar su lucha hasta “vencer o morir”. Para facilitar el análisis de lo que será la participación ciudadana en las negociaciones hay que tratar de desenmarañar la enrevesada madeja de la sociedad colombiana; más allá de la clásica diferenciación marxista y, aún, Weberiana,  ricos, medio ricos, pobres y paupérrimos, es preciso  aclarar  que dentro de una misma clase social existen varios subgrupos.   Pero la  expresión política se traslapa de una clase a otra, por ejemplo, los pobres y paupérrimos, por lo general, están en sintonía con las clases poderosas.   En cuanto a las clases hegemónicas, aunque desprecian a las demás, buscan tenerlas de su lado. En   primer lugar se pueden mencionar los sectores fascistas, representando la economía atrasada de corte feudal, allí se inscribe la oligarquía terrateniente. A esta se suman los empresarios agrícolas, principalmente el capital corporativo transnacional y colonialista; son aportantes de recursos para mantener los ejércitos mercenarios paramilitares, mejor conocidos como “autodefensas”, hoy BACRIM,  bautizadas así por su fundador el extraditable No. 82 y ex presidente Álvaro Uribe Vélez.  Este sector es el que  cuenta con más  respaldo de sectores pobres sobre todo de los campesinos,   esto es así por múltiples  razones, que escapan a este análisis, pero basta decir que son sectores conservadores,  desinformados, ignorantes (no sólo académicamente sino políticamente, pues se le suman profesionales ) es una población emotiva y fácilmente manipulable.     Se le ha hecho creer   que sus males son debidos a la existencia de las guerrillas. En segundo lugar está  la oligarquía urbana, también, fascistoide, para su existencia cuenta con el respaldo militar del Pentágono a cambio de la entrega de la soberanía nacional  y los recursos naturales.  Este sector burgués económicamente es de corte corporativo y políticamente plutócrata y centralista, realmente es quien maneja  los hilos del poder, claramente define   al mandatario de turno. Existe un tercer grupo poblacional que actúa como un hijo y aliado de la anterior,   que se expresa como pequeña burguesía, pero  de “izquierda”. Es el más variopinto de los grupos sociales, arropa intelectuales,  académicos y chicos de la aristocracia, a veces, declarados en rebelión contra su clase;  dada su  esencia de personas “pudientes”  no quieren que nada cambie. También hacen parte de la pequeña burguesía  de izquierda, con algo de conciencia de clase, ciertos líderes obreros y   otros descendientes de  viejos militantes   revolucionarios; hacen oposición, pero, tampoco, quieren cambiar el modelo capitalista, pues les permite llevar un modo de vida confortable. Fuera de la pequeña burguesía de izquierda electorera, calculadora y “vividora”, existen algunos sectores progresistas  honestos,   que anhelan el capitalismo con rostro humano, pero que no se atreven a ir más allá  debido a su debilidad intelectual y conceptual,  se quedaron con el discurso que les vendió  la burguesía acerca de que el socialismo fracasó y que la lucha de clases no existe. No leen a Marx ni materialismo dialéctico ni histórico,  pero  no creen en Marx y menos en el socialismo científico.   Y, finalmente, se puede mencionar un sector   revolucionario, con educación política y alta conciencia de clase, que lucha por la construcción de la nueva sociedad, que vaya más allá de cualquier expresión del capital, y que cree que para lograrlo hay  que desbancar  a la oligarquía mediante la combinación de todas las formas de lucha.  Con esta diversidad social deberá lidiar ELN, en su leal saber y entender escuchará y escogerá  las opiniones que considere más adecuadas a sus intereses y a la sociedad que quiera ser representada por el grupo insurgente. Las FARC escucharon a quienes creyeron que eran sus amigos, los “pazólogos”  en el interior y en el exterior gobiernos a quienes la situación social de Colombia les importa un pepino,  amigos  que por conveniencia propia  les llevaron a una ignominiosa   desaparición.  Y de verdad da tristeza su desabrido final, derrotados y dispuestos aceptar cualquier condición, así sea  la horca, con tal de regresar a la “legalidad”. Y, al final del final, quienes, con el mentiroso cuento de ampliar consensos, terminaron dictando los acuerdos FARC-Gobierno   fueron los sectores más fachistas de la sociedad encabezados por el “Señor de las Sombras” Álvaro Uribe Vélez, el retrasado mental ex presidente   Andrés Pastrana, la harpía ex ministra Marta Lucía Ramírez y el retrógrado ex procurador  Alejandro Ordoñez. 

Los acuerdos FARC-Gobierno en adelante dificultarán el accionar de las organizaciones sociales principalmente de las agrarias y de las mismas negociaciones ELN-Gobierno, pues blindaron las posibilidades de llevar a cabo reales transformaciones sociales, sobre todo las referentes con la democratización del campo, por un lado con la Ley ZIDRES  se asegura la concentración y extranjerización de la tierra  y, por otro lado, acaban con la Ley de Reservas Campesinas, pues ya no habrá más ampliación de estas.  Políticamente  las FARC se exponen a un desastre, dichos acuerdos los dejan por fuera de la arena política,  ¿con lo mostrado y acordado en La Habana,   será que alguien podrá    creerles  y apoyarles? Y sin una continua    “gabela” de curules a dedo difícilmente accederán al Congreso. Lo más probable es que la cúpula insurgente se entremezcle en los diversos movimientos políticos, muchos de ellos en las toldas del “gran colombiano” Álvaro Uribe. Su desaparición física, también, está a la vuelta de la esquina, pues se acordó no tocar tamaño, estructura y orientación, de las fuerzas militares, a  quienes se les perdonarán sus crímenes atroces declarándoles, en palabras del presidente Santos, “nuestros héroes”; por principio los ex guerrilleros  serán considerados elementos peligrosos para la “seguridad nacional”, peligro que deberá ser eliminado.  Lo incomprensible de todo este enredo en que se convirtió la negociación, que sí que no,   es que la mayoría de las bases guerrilleras, sabiendo lo que les espera, se hayan “pre concentrado” junto a los micos aulladores y araguatos lejos de los humanos a esperar el triste final.   La cúpula guerrillera es tan falta de Norte  que en vez de entregar los recursos a quienes quedan en la selva defendiendo sus ideales, traicionados para muchos, los entregarán al Estado, para reparar supuestas víctimas, ¿acaso no estaban en guerra? En cualquier parte del mundo se toman como “daños y /o efectos colaterales”.

Si bien se tiene claro que el salto cualitativo del modo de producción capitalista  al modelo socialista, único posible para salvar la civilización humana,  no es factible  mediante un pacto, sí se deberán discutir los modos y los medios, para limitar los privilegios de las castas dominantes de tal manera  que permitan que más gente tenga   reales oportunidades de acceso a la educación, salud y seguridad social e, incluso, al manejo del Estado, asuntos que no ha permitido la oligarquía desde la independencia del imperio español. Simplemente pasamos de colonia española a neocolonia gringa. De no lograrse durante las negociaciones con el ELN sentar las bases para una real paz con justicia social, que no fue posible con las FARC,  será pura ilusión que, una vez desarmada la insurgencia, se pueda iniciar la era de transformaciones aplazadas.

Para el Régimen cualquier medida que contemple algo de bienestar para la  clase  popular se constituye en una línea roja, que aleja cualquier posibilidad de  discutir en la mesa de negociación las soluciones  a favor del común. La “sociedad civil”, más que el ELN,  será   quien deberá no sólo establecer las líneas rojas a favor del pueblo sino borrar las fatídicas líneas de la oligarquía. Antes que nada  se deberá  tener en cuenta  que se negocia entre contendientes no vencidos en batalla y en medio de la guerra, por tanto el Régimen deberá dejar de exigir acciones unilaterales de la contraparte. También, habrá que dejar de lado la discusión sobre la incorporación de los acuerdos, el Gobierno verá cómo lo hace; el ELN no tiene porqué desgastarse pensando en plebiscitos, cabildos o Constituyentes, dadas las circunstancias de hegemonía y manipulación por parte de la oligarquía ya se sabe quién sale triunfando, ahí está el espejo de las FARC. Tampoco las negociaciones se pueden enredar en el tipo de justicia que se puede aplicar a los reinsertados, en cualquier parte del mundo cuando se negocia la terminación de un conflicto interno, para ejercer la actividad política sin armas, a nadie se le ocurre pensar que los rebeldes deban pagar cárcel o cualquier tipo de acción punitiva, eso sólo lo permitieron las FARC.  Y si la Corte Penal Internacional es un estorbo, pues al diablo con ella, ¿acaso los gringos, amos directos de la oligarquía, la acatan?

Habrá que borrar muchos  aspectos de lo acordado con las FARC, como lo referente a las fuerzas militares, básicamente en lo atinente a la venenosa doctrina, que los condiciona hacia la eliminación de la oposición revolucionaria. Y si durante las negociaciones se asesina o atenta contra cualquier líder social se tendrá que hacer un paréntesis en las discusiones hasta tanto no se detenga a los responsables. Se tendrá que borrar la Ley ZIDRES, eso deberá quedar consignado en los acuerdos, y la plena aplicación de la Ley 160 de 1964 sobre las Zonas de Reserva Campesinas. Se deberán borrar los TLCs  con EEUU, que el nuevo presidente quiere eliminar, y con la Unión Europea. Cómo aceptar que nuestros campesinos no puedan sembrar sus propias semillas so pena de ir a la cárcel.

Se tendrá que hablar de educación y  democratización de las comunicaciones,  pero algo fundamental que, prioritariamente, tendrá que revisarse   es el canceroso sistema de salud y seguridad social actual, no más EPS ni AFP. Con las EPS y AFP se demostró que la salud en manos particulares no es más que un  floreciente negocio de la muerte.  Si en los acuerdos no se logra, al menos,  que sea El Estado quien administra    directamente la salud y seguridad social nada se habrá logrado con la desaparición de los actuales y principales actores rebeldes, la emancipación quedará pospuesta.



viernes, 21 de octubre de 2016

ELN, última carta para lograr la paz en paz


Libardo Sánchez Gómez

Finalizada la negociación entre las FARC y el Gobierno en La Habana, con unos acuerdos básicamente referidos   al desarme y entrega de   las FARC, aún, queda con el Ejército de Liberación Nacional ELN una última oportunidad para   sentar las bases que, por un lado, permitan resolver el conflicto social entre una oligarquía reticente a ceder privilegios   y un pueblo impaciente por superar décadas de privaciones, y por otro lado la ocasión para lograr la anhelada paz con justicia social, insistencia permanente de las FARC, pero que al final   brilló por su ausencia en dichos acuerdos.  Era previsible el desastre en que terminó el proceso con las FARC, la guerrilla exhibió  en la Mesa de negociación una mezcla de subversión y sumisión, desde el principio aceptó hablar de la solución negociada del conflicto, pero sin que se tocaran en sus raíces las causas que les obligaron a recurrir a las armas. Así que las  negociaciones se redujeron a un   pacifismo ramplón   en una ruta de sometimiento propio de quien es vencido en el campo de batalla. Por eso los acuerdos culminaron sin  aportar nada a la superación de las profundas contradicciones entre oligarcas y excluidos.  Por el contrario,  se tiene la impresión que se le dio carta blanca al régimen para profundizar la desigualdad social. Al respecto se puede mencionar la Ley ZIDRES, aprobada durante las conversaciones, la cual estimula la acumulación de la tierra, leitmotiv de la guerra,  y su extranjerización, pues no hay límite para las transnacionales, que podrán adquirir   lo que les venga en gana. La desigualdad, también, se profundiza cada vez que se llevan a cabo las temidas reformas tributarias. Se anuncia que vendrá la reforma tributaria  más regresiva de la historia del país. Los impuestos permiten limar la  desigualdad social, cuando tributan los ricos. Pero eso no ocurre en Colombia,  los recursos se sacan de los bolsillos de los pobres a través del IVA.  Con  el IVA pagan más (porcentualmente) los pobres que los ricos; y se anuncia que no sólo aumentará el monto del IVA  sino que se incluirán más productos muchos de la canasta familiar. ¿Lo correcto no sería grabar la renta y la riqueza en vez de la pobreza? Desde luego que así opera el capital a nivel global, para no afectar los niveles de acumulación a que está acostumbrada  tanto la banca como el resto del capital corporativo.  Pero  como a la mayoría le gusta el modelo de producción capitalista actual, entonces, de qué quejarse. Y si bien en la iniciativa de reforma tributaria no tienen nada que ver las FARC el hecho de darse durante la culminación de su reincorporación a la “legalidad” se interpreta como un voto de confianza de la guerrilla al régimen. En todo caso si la actitud sumisa de las FARC provocó  indiferencia, expresada en el plebiscito,   en el futuro  esa lasitud se puede traducir en desprecio. Así que si las FARC no desean salir por la puerta de atrás tendrán que aprovechar la oportunidad que les ofrece el NO plebiscitario, para “desfacer los entuertos” de la quijotada en que se convirtieron los acuerdos. ¿Lo  mejor que podrían hacer sería establecer un paréntesis en las negociaciones y volver  a sus territorios? Allí podrán reorganizarse mentalmente. Deberán tomar atenta nota que un grupo  dijo NO y que quiere guerra, y que a la gran mayoría le importa un bledo lo acordado.   Si continúan en La Habana en la misma tónica van a terminar aceptando las propuestas del “gran colombiano” Álvaro Uribe,  en la cárcel y sin una curul. Eso sí con la expectativa de tener  el próximo año otro Nobel de paz.

La  estructura económica capitalista dependiente   ha venido construyendo años tras año  una sociedad  excluyente, desigual, ignorante, desinformada,  pobre y violenta. Sistemáticamente la oligarquía   terrateniente roba y desplaza impunemente al campesino, con la anuencia del estado. Precisamente    la resistencia armada nace en el campo, para defender la vida y las tierras.  Se dice que la oligarquía colombiana es la más sumisa de Latinoamérica ante el imperio, pero la más criminal  a la hora de defender sus privilegios, así lo demuestra el actual premio nobel de paz, máximo exponente de la oligarquía criolla. Juan Manuel Santos  es coautor junto con el extraditable No 82. Álvaro Uribe de los conocidos como “falsos positivos”, inocentes asesinados para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. El flamante nobel, también, asesinó en estado de indefensión, confesado por Él mismo, a Alfonso Cano, anterior comandante  de las FARC, cuando trataba de entablar conversaciones de paz.  Bajo  su actual mandato van asesinados en el primer semestre del presente año 36 líderes sociales y en entre la firma del Acuerdo en Cartagena y el día de la votación del plebiscito 17. Estos asesinatos selectivos se explican debido a que   en las negociaciones FARC- Gobierno, tampoco, se tocó lo referente al paquidérmico estamento militar en cuanto a tamaño y doctrina, inspirada en el concepto de seguridad nacional y el enemigo interno.     Hacer  oposición política, por parte de la izquierda revolucionaria, en Colombia es algo así como  jugar con la cola de un alacrán.

La banalidad de los acuerdos Farc – Gobierno no son sólo responsabilidad de la insurgencia sino de la sociedad en general, pero sobre todo de la pequeña burguesía de izquierda. Desde el inicio de las conversaciones se anunció  que no se tocaría el modelo económico, y a todo el mundo le pareció lo más natural e incluso lo adecuado. Lo importante era establecer una ruta para “despachar a las FARC”, y ahí están los resultados. El sistema de salud es cruel y mortífero, las EPS matan más gente que el cáncer; la gente muere en la puerta de los hospitales esperando una cita para ser atendido. Y la solución no requiere cambios estructurales el mal se soluciona simplemente arrebatando el servicio de las garras de las EPS, para que lo maneje el sector público. En Colombia se pensionan, apenas, el 7% de los ciudadanos (Congreso de la República. 2016)   ¿Por qué no se destinan los recursos del IVA, como por ejemplo se hace en Canadá, para dar cobertura a todos los ciudadanos? Como se ve sí se podía tocar el modelo sin que ocurriera un sismo.

Corresponderá al ELN llevar a cabo lo que no se hizo con las FARC, pero cómo no tocarle siquiera  los pies a un modelo económico agotado, que no soluciona los problemas de las mayorías.  Claro  que más que al ELN es al pueblo a quien le toca exigirle a la oligarquía que ceda un milímetro de sus privilegios. El ELN asume los diálogos con el régimen con una posición seria, “no habrá dejación de armas si no hay cambios estructurales al modelo socioeconómico”,  y manifiesta  que tan solo aprobará  aquellos puntos que la sociedad decida, ¿a cambio de qué? Dicen que de nada, ni siquiera quieren curules, y tienen razón, para qué cinco escaños en el Congreso en medio de cientos de bandidos, que por una pócima de mermelada hacen y deshacen  al capricho del ejecutivo de turno.

Se espera la participación activa de todos tanto de las derechas como de las izquierdas. ¿De qué parte están las iglesias? ¿Las  centrales obreras quieren cambios o más de lo mismo? ¿Y los obreros, que no les gusta ser señalados como pertenecientes a la clase proletaria, vivirán y morirán en la pobreza añorando la riqueza?   Los  indígenas sí que tienen que aportar y exigir.  El  movimiento estudiantil tendrá la oportunidad de despertar y asumir el papel protagónico de otrora. Así mismo, se espera la participación activa de los grupos minoritarios, y sobre todo del sector agrario, para que al menos las salvedades concernientes al sector, que quedaron en ciernes en el proceso con las FARC, se materialicen, y que por fin se haga realidad la democratización de la tenencia de la tierra mediante la largamente anhelada  reforma agraria.  Eso sí, ojalá  la “izquierda” acomodada y electorera,  se haga a un lado, pues su posición ambigua hace mucho daño a los procesos verdaderamente revolucionarios.  En la entrega sin ton ni son de las FARC tuvo que ver mucho el afán de los “pazólogos” de profesión por ver sometida a cualquier precio   la guerrilla. El  ELN inicia las conversaciones de paz en las mismas condiciones que en que las iniciaron las FARC,  a diario    paramilitares y agentes del estado desplazan campesinos y matan líderes sociales. A lo largo y ancho del país, también,  a diario mueren niños pobres  de física hambre, y los que no mueren no pueden acceder a la salud y menos a la educación.  ¿No se deberá hablar de esto durante unas conversaciones de paz? Por otro lado el campo está devastado, la ruina la están ocasionando los promocionados TLCs, ¿no será urgente su revisión antes que maten de hambre a chicos y grandes? De igual manera,  el parlamento convertido en un antro de corrupción, como es obvio, legisla a favor de las clases hegemónicas y en contra de los sectores populares, ¿no será perentoria su reestructuración en cuanto a número y remuneración? La “locomotora minera” del Nobel Juan Manuel asesina  por doquier la naturaleza, dejando al país  futuro sin recursos no renovables, todo para favorecer a las transnacionales. Según  Coribell Nava, para la oligarquía financiera es perentorio el desarme de la insurgencia, “La guerrilla debe salir de los territorios rurales ocupados donde está ubicado el oro y el coltán. La oligarquía financiera necesita el control político del Estado para poner fin al conflicto y “limpiar” las zonas de explotación rápidamente, sin demasiado esfuerzo, acabando de una vez por todas con las resistencias que pongan en riesgo el proyecto minero trasnacional” (El nuevo despojo Latinoamericano y el acuerdo de paz en Colombia. 20- 10- 2016) ¿No será que habrá que hablar sobre la necesidad de recuperar la soberanía sobre los recursos mineros y energéticos?


  Si  en la Mesa de conversaciones sobre la Paz no se puede hablar de los  problemas sociales y económicos y de las medidas para solucionarlos, ¿entonces,  habrá  que pensar que la oligarquía prefiere que sean los  fusiles los que tengan que cambiar la historia? 

viernes, 14 de octubre de 2016

COLOMBIA DESPUES DEL NO


Colombia después del NO


Para sorpresa del mundo, el pueblo colombiano votó en contra de los acuerdos de paz. El análisis de la derrota, en palabras de una sobreviviente.


Por Dilia Nelma Forero Sánchez*

Para poder entender el triunfo del No en Colombia, el análisis no puede limitarse al evento plebiscitario. Con el 17% de analfabetismo, solo el 30% que termina la secundaria y menos del 10% que accede a la universidad, el pueblo colombiano, formado por el modelo educativo y los medios de comunicación para ser tradicionalista, suele limitarse a escuchar a sus líderes. Y tanto los líderes del Sí al acuerdo de paz como los del No, más que motivar, buscaron exaltar la emotividad.
En ese marco, la oligarquía terrateniente abanderó el No representado en la cabeza del ex presidente Álvaro Uribe, un tipo fanático y retrógrado, pero un mesías para el pueblo más conservador, que vota religiosamente. Para promocionarlo, se acudió a una arenga elemental, casi que infantil, en el que aseguraba que se le entregaba el país a las FARC, que Colombia sería tomada por el “castrochavismo” y terminaría como Venezuela, país al que los medios masivos muestran en caos. También se propaló que Colombia se volvería “homosexual y atea”, dado que el acuerdo introdujo el concepto de género y diversidad, y el carácter laico de la nación.
El discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante.
Por su parte, los errores por parte del gobierno y de la izquierda que promocionó el Sí fueron muchos y muy graves.
En Colombia, el progresismo no se ha ganado el amor de su pueblo, y se han aprovechado las fallas de los gobiernos progresistas vecinos para hacer temer a los cambios. Todo esto redunda en que vastos sectores de la población crean que los alzados en armas son terroristas.
En esas circunstancias, mientras el presidente Juan Manuel Santos hablaba de la voluntad de paz de las FARC, las hacía ver como monstruos, porque si ganaba el No “la guerra sería urbana”. A los empresarios les aseguró crecimiento económico y mayor rentabilidad. A los pobres, que habría progreso. A los militares, les dijo que no se modificarían en nada las condiciones de la fuerza pública, mientras al pueblo le decía que el presupuesto de la guerra sería para la inversión social.
Los líderes de la izquierda light y electorera, egocéntricos por naturaleza, en su afán de que no se les estigmatizase como auxiliares de la guerrilla, no cuestionaron las falencias de los acuerdos.
Así, el discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante. Hasta hubo quienes promovieron el Sí para despachar a las FARC de la escena nacional, y enviaron un mensaje subliminal de odio hacia la guerrilla.
Las encuestas daban triunfador al Sí de lejos, y esa confianza hizo que se despreciara a sus propios votantes. Un grupo que apoyó a Santos en la reelección fue maltratado –el Movimiento Gaitanista, cabezado por la hija del líder popular Jorge Eliécer Gaitán–, y otros grupos como el Partido Socialista de los Trabajadores, la UP Bolivariana, Revolución Obrera y los trotskistas tampoco fueron escuchados, por lo que promovieron la anulación del voto. Lograron que se anularan más de 170 mil votos, los del No ganaron por mucho menos.

Un acuerdo endeble

Tradicionalmente el pueblo colombiano no asiste a las urnas. La abstención ronda siempre el 55%, esta vez fue del 63%. No se esperaba alta participación. El pueblo sabía que su lucha diaria no cambiaba con su sufragio, pues en los acuerdos no había nada que aliviara sus penurias.
El acuerdo no contempló la eliminación de las causas objetivas que llevaron al alzamiento armado. Tampoco mencionó transformación estructural alguna al sistema que mejorase las terribles condiciones que padece la mayoría de la gente. Y las pocas propuestas como las de tierra y territorios, que podrían democratizar la tenencia de estos, fueron pateadas por el gobierno, que hizo aprobar una ley que es contraria a lo acordado.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada. La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida.
Es claro que las FARC no derrotaron al estamento, pero tampoco fueron derrotadas. Lo mínimo que se esperaba era que la clase gobernante cediera algo de sus privilegios y permitiera reformas a favor de los excluidos. Asuntos como la nacionalización de las empresas dedicadas a la extracción de recursos mineros, la eliminación o reestructuración de los Tratados de Libre Comercio –a partir de la firma de estos, Colombia importa casi el 80% de los alimentos. Importamos el 80% del café para consumo interno; la fama de país cafetero es historia–, el negocio para pocos de la salud, y que Colombia no ofrezca educación superior gratuita, no fueron mencionados. Por eso también hubo abstencionismo activo, el que afirmaba que –como las FARC no exigieron ni una sola reivindicación y mucho menos cambios en la estructura económica– con el llamado a votar lo que se hacía era medir las fuerzas políticas con vista a las elecciones presidenciales de 2018.
El pueblo excluido espera que alguien lo defienda, que abogue por él, y la responsabilidad de representarlo en la mesa de diálogos era de las FARC y no del gobierno. Se trataba precisamente de demostrar con hechos concretos que las FARC –que cuentan con una base popular importante en los lugares donde tienen presencia, en los que finalmente ganó el Sí– no son las causantes de los males del pueblo y tampoco son el enemigo. Pero sus representantes no fueron suficientemente claros, aceptaron pasar de víctimas a victimarios, y quedó la impresión de que se enriquecieron con la guerra.

Cara y sello

La oligarquía no tenía nada que perder y tenía todo por ganar. Las monedas de Colombia tienen cara y sello, y el pueblo en su sabiduría dice que “con cara gana el rico y con sello pierde el pobre”. Con el Sí quedaba proscrita la lucha armada; y con el No, no se sabría la verdad.
Las FARC, decididas a deponer las armas, ahora no saben si las pírricas concesiones que habían logrado plasmar en los acuerdos se mantendrán, porque los triunfadores están pidiendo que vayan directo a la cárcel y no obtengan ninguna curul en el Parlamento.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada.
La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida. “El No nos unió –dicen–. Si hubiera ganado el Sí, estaría medio país en contra de los acuerdos”.
No obstante, en la actualidad la única propuesta para salir de la violencia, exclusión y pobreza ejercida por la oligarquía sigue siendo la lucha armada. Por eso continúan en ella el Ejército de Liberación Nacional y cinco frentes disidentes de las FARC.
En lo que va del año, los paramilitares han asesinado a 36 líderes sociales en pleno proceso de paz, y la violencia estatal y el asesinato de dirigentes continuarán.
El camino es la movilización de las organizaciones sociales y la generación de conciencia de clase. Como respuesta, la combinación de las formas de lucha es la única opción cierta que le queda al pueblo para resistir y para cambiar su situación de pobreza, exclusión y sometimiento.

* Sobreviviente de la Unión Patriótica, partido víctima de un genocidio sistemático por parte de grupos paramilitares. Militante del Movimiento Dignidades Campesinas y docente universitaria.

Tomado de: http://lahilacha.com.ar/politica/colombia-despues-del-no/

martes, 4 de octubre de 2016

El SI y el NO, ¿y ahora qué?

Libardo Sánchez Gómez

Lo que ocurrió en Colombia fue asunto de locos, personajes del mundo entero asistieron a la  firma definitiva de los acuerdos entre FARC  y Gobierno, sin pensar que  de definitivo no tenían nada. Lo lógico era que el show se reservase para después que el pueblo los refrendase. De todas maneras,    el  NO triunfador era algo que nadie esperaba ni siquiera los ganadores,   y menos  que el pueblo le diera la espalda al plebiscito.  En el fondo quienes triunfaron, aún, no saben que ganaron. La abstención   se explica fácilmente porque casi nadie leyó los acuerdos, ya que  no existe la cultura de la lectura, y quienes lo leyeron encontraron que la normatividad vigente va en contravía de lo acordado, por ejemplo, a la democratización de la tenencia de la tierra el Régimen contestó  recientemente haciendo aprobar la Ley ZIDRES, que estimula la concentración de ésta. Así que  no había una real motivación,   en las 297 páginas de los Acuerdos FARC – Gobierno no había una sola medida que alentara al pueblo  víctima de la violencia y demás males propios del sistema socioeconómico. Santos, en su afán de mostrar resultados contundentes referentes al sometimiento de la guerrilla, no permitió la más mínima reforma   socioeconómica para aliviar dura situación,   y las FARC en su afán   pacifista cedieron hasta su espíritu guerrero. 

Para tratar de entender lo ocurrido en las urnas hay que analizar por separado las distintas posiciones adoptadas tanto por los triunfadores como por los perdedores y    los abstencionistas. Al   NO triunfador     pertenecen  los sectores más retrógrados de la sociedad,  a la encabeza está el ex presidente Álvaro  Uribe, siniestro, fanático y enfermo mental;  y le secunda  un  primo del presidente Juan Manuel,  Francisco Santos, mejor conocido entre sus seguidores como Pachito, este individuo adolece de serias deficiencias en su cociente intelectual. En el   NO  participó una mezcla ecléctica de  población  perteneciente a los más diversos sectores sociales, en primera línea  la oligarquía terrateniente, directamente interesada en que la guerra continúe, pues vive de ella y es la que desplaza, usurpa y acumula la tierra  robada.  No obstante,   la  gran masa del  NO  es gente perteneciente al pueblo excluido, que carece  de conciencia de clase, con un común denominador: el odio y la irracionalidad,   pero no el odio entre clases sociales  sino odio intraclase.  En cuanto al SI perdedor, también, está nutrido por una variopinta gama de seguidores. Hay que destacar los  que propician    la entrega de la guerrillas conocidos como los “pazólogos”, entre ellos se encuentran intelectuales, académicos   y políticos de “izquierda”,  que no quieren   llevar a las espaldas el INRI   de seguidores de la guerrilla.    En el SI había políticos como la senadora Claudia López y Antonio Navarro quienes votaron afirmativamente, con el  afán de eliminar “por las buenas” a las FARC de la faz de la tierra.  Desde luego que muchos votantes del SI   creyeron que era la manera correcta  de buscar soluciones.

  Las  FARC  en realidad no tenían plan B. Una vez más  la cúpula  queda  sin brújula, así que “quien no sabe para dónde va cualquier camino  le  servirá”.  Cuando las tropas de los distintos Frentes  ya avanzaban hacia los campos de concentración     ahora no saben  para dónde coger.  Se  especulan todo tipo de medidas a seguir en el inmediato futuro.  Quienes quieren la entrega de la guerrilla a como dé lugar  proponen una Constituyente y en el mismo sentido están los que impulsaron la anulación del voto. Lo que no se tiene en cuenta  es  que, de antemano, se sabe que esta  sería dominada, entre otros, por   Álvaro Uribe y el ex procurador  quienes  mandarían al país entero al medioevo.  Otros dicen que se tramite en el Congreso su aprobación,    pero qué clase de Paz podrá     eclosionar en este nido de criminalidad. Otros dicen que se renegocie lo acordado y se borre lo poco que se le concedió a la insurgencia, nada de curules y  que vayan derecho a la cárcel a purgar largas penas.  Por otra parte el Centro Democrático, quien se siente con toda la autoridad para imponer condiciones,  sostiene que no se trata de negociar ni renegociar ningún acuerdo, pues según sus voceros  en Colombia no hay ninguna guerra civil ni conflicto alguno sino simplemente una agresión por parte de un puñado de “terroristas”; desde esta visión lo correcto es exigirle a los “terroristas” que  se sometan y punto.     Estas  dos últimas  propuestas para muchos son algo menos que salidas insensatas, pero dada la debilidad y ganas de entregar  las armas  mostrada por la cúpula negociadora de las  FARC en la Mesa de “sometimiento” no es raro que   terminen aceptando.

Tanto las bases como la cúpula fariana deberán  hacer un examen de conciencia para ver qué pasó, qué está fallando, porqué el pueblo no responde; en una profunda reflexión  estará el que se hundan o por el  contrario  salgan  airosas. En todo caso  las FARC deberían dar un vuelco total e inmediato a la orientación que han venido observando. Pero antes que nada tendrían  que remover o, por lo menos, recomponer la dirección máxima y la cúpula negociadora.  Timochenko podrá ser un excelente cardiólogo, pero no tiene el corazón ni el cerebro para dirigir una guerrilla del nivel de las FARC, muestra no estar convencido de la justeza de la guerra ni de las graves causas  que la motivaron y las  profundas transformaciones sociales que se requieren para superarla.  Si así fuera no estarían hablando de paz sin que se toquen las viejas estructuras económicas, causantes de la tragedia humana que vive la mayoría de la gente. Al jefe máximo se le ve más como un abuelo consentidor que un combatiente al frente de hombres de hierro. Y en cuanto a los principales voceros se les nota el cansancio y las ganas de dejar el monte. Esta situación ha sido percibida por el grueso de la base, varios  Frentes antes de ir al plebiscito se   apartaron de los acuerdos. Se dice que en el momento de escribir esta nota muchos guerrilleros totalmente confundidos  se están replegando hacia  sus territorios, preparándose para reiniciar la lucha. No creen en nadie y no tienen por qué hacerlo. Ahora que la iniciativa la tiene Álvaro Uribe tendrán que estar preparados porque en cualquier momento las fuerzas militares  van a intentar aniquilarnos, para no tener que renegociar.  

Pero las FARC, con unos voceros renovados, podrán convertir el revés del NO en una oportunidad para sacar adelante lo que por el afán de  complacer al Régimen quedó en el tintero,  las salvedades podrían ser una línea roja que daría seriedad a los negociadores rebeldes.   Exigir  la   reforma agraria integral, sería un hecho que justificaría el haberse sentado a negociar la salida política al conflicto. Suficiente haberse reconocido como victimarios, algo que nunca debió haberse aceptado, como para ir a la cárcel como vulgares criminales.  Ahora se les quiere pedir  que dejen las armas sin posibilidad alguna, en la práctica,  de hacer política, pues esta votación demostró que, dada la matriz mediática negativa,  nunca llegarían al Congreso.    En cuanto a   la Guerrillerada de base mientras se aclara el futuro inmediato tendrá  conformar un mando colegiado entre representantes tanto  de los Frentes declarados “disidentes” como de los que, previsiblemente, se les sumen. 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Socialismo del Siglo XXI, Castro-chavismo, conciencia de clase y sentido común


Libardo Sánchez Gómez

Cuando se pensó que había llegado el “fin de la historia”,  es decir el eterno reinado del capitalismo, y eso era todo lo que la humanidad en materia de organización social había logrado,   el comandante Hugo Rafael Chávez  Frías,  con una profunda  conciencia de clase,  echó  andar de nuevo las ruedas de la historia,  poniendo en boca de todo el mundo la palabra SOCIALISMO. Pero Chávez fue más ingenioso, asumió la concepción de socialismo  expuesta     en 1996  por Heinz Dieterich Steffan llamada “Socialismo del Siglo XXI (desde luego que tiempo atrás ya se había hablado del mismo) la cual difiere del “Socialismo Real” aquel que llevó a la Unión Soviética a la cúspide, pero que fue echado a pique por la ambición personal de un puñado de burócratas, y el socialismo cierto, el científico, el dialéctico, el encargado de hacer avanzar la historia hacia una nueva forma de organización social sin dominadores ni dominados.  El Socialismo del Siglo XXI se identificó con la Revolución Bolivariana,  y fue apropiado por el comandante presidente Chávez, como una manera progresista  de direccionar recursos hacia la población más necesitada y, a su vez,  para resistir la voracidad del imperio norteamericano.   De acuerdo a Marta Harnecker,  “Chávez concebía el socialismo como un sistema económico centrado en el ser humano y no en la ganancia, con una cultura pluralista y anticonsumista en que el ser tuviese primacía sobre el tener. Un socialismo provisto de una democracia verdadera y profunda donde el pueblo asumiese el rol protagónico” (Venezuela: ¿Guerra económica o errores del Gobierno? 2016) Pero aunque  Chávez promoviese el socialismo todo quedó en la antesala: “consejos comunales (pequeños territorios autogestionados), los consejos de trabajadores, los consejos estudiantiles, los consejos campesinos”, pues  en realidad nunca, aún después de su asesinato,  se dio un paso cierto hacia la construcción de la sociedad socialista. La propiedad privada y la concentración de la riqueza siguen en pocas personas.   La  saludad y bienestar  social y   buena parte de los  servicios públicos son manejados por los particulares. El   proletariado es  dueño tan sólo de su fuerza de trabajo. Las decisiones que afectan la vida de todos los asociados se toman de manera totalmente vertical de tal manera que las comunidades son receptoras   y poca  o ninguna  oportunidad tienen para opinar acerca de lo que quieren o necesitan.  Y dado que el modelo capitalista sigue intacto igualmente los males inherentes al mismo siguen incólumes, la corrupción pública y privada  campea a lo largo y ancho del país y la violencia de todo tipo asoma en cada esquina.

El discurso socialista o, mejor, la Revolución Bolivariana   de corte antiimperialista,  asustó al imperio; en palabras del propio presidente Obama de una manera “inusual y extraordinaria”     (www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/.../150309_ultnot_eeuu_venezuel) Entonces, para contener al Chavismo, además, asociado con los hermanos Fidel y Raúl Castro, en lo que ese personaje siniestro Álvaro Uribe Vélez  ha dado en llamar  “Castro-chavismo”,  el imperio ha movilizado todo su arsenal estratégico. A nivel interno cuenta con la burguesía nostálgica de poder, capaz de todo con tal de hacerse de nuevo al mando del Estado, y en el exterior con personajes como el ex presidente Uribe mejor conocido como el No 82, por haber estado en la lista de extraditables de la DEA al lado de Pablo Escobar, número 79.  

El pueblo venezolano junto al aparato militar, que desde mucho tiempo atrás venía madurando su nivel de conciencia social, en década y media,  pudo   consolidar  la llamada “Revolución Bolivariana”.  Pero ante la inamovilidad social primero del mismo presidente Chávez y luego   de su sucesor Nicolás Maduro vino el desgaste de ese alto nivel  de conciencia lo mismo que del sentido común del pueblo, y en un arrebato de insensatez y nihilismo mandó al carajo las conquistas sociales, y en las urnas le dijo No al Socialismo del Siglo XXI. Esa derrota del “Castro-chavismo” es un signo de alerta, pues si no se avanza realmente en la transformación del modelo capitalista muy pronto en Venezuela llegará para siempre el “fin de la historia”.  Sectores  verdaderamente revolucionarios,  entienden que  la revolución no se hace   rezando y pregonando el bien, y saben que el capital se defenderá combinando todas las formas de lucha,  como la vieja burguesía apoyada por el imperio lo viene haciendo. El pueblo unas veces  de manera tácita (las urnas)  y otras explícitamente (manifestaciones de calle) le viene pidiendo al Gobierno socialismo verdadero, y si éste quiere sobrevivir no tiene otra alternativa que dar los primeros pasos. Tendrá que entregar a los trabajadores el manejo directo de las empresas, habrá que arrebatarle a la oligarquía el inmenso  poder mediático, con el cual  manipula la conciencia y la mente de la gente; los servicios públicos y el sector financiero deberán ser manejadas por el Estado. Y habrá que hacerlo así muera en el intento. Pero lo previsible es que el Gobierno influenciado por los   sectores conservadores dentro del mismo Estado siga,  a penas,  quejándose   y profundizando el asistencialismo. Mientras tanto el imperio y la burguesía acentuarán la violencia, el acaparamiento, desabastecimiento y parálisis del aparato productivo.

El control de la hiperinflación  será pieza fundamental para el futuro  del modelo chavista. Una  explicación al desborde de esta variable económica     está no en el alto grado de   gasto público e inversión social,  sino por un lado  en la paralización del aparato productivo   y  dependencia de las importaciones y por otro en que dichas importaciones  están manejadas por unas pocas firmas; Marta Harnecker cita a Cursio quien sostiene que, “…de hecho, existe una concentración de la producción, de las importaciones y de la distribución de los bienes y servicios en pocas manos: 3% de las unidades económicas registradas en el país controla las divisas para importaciones “.  Dice Marta que este puñado de importadores “fijan oligopólicamente los precios de los bienes que importan (bienes de primera necesidad, entre ellos los alimentos, y los requeridos para  la producción y el transporte) asumiendo el tipo de cambio paralelo que es mucho mayor (14,5 veces) al valor real de los productos estimado en moneda nacional”. Y la explicación a este manejo privilegiado no es otra que la incorregible  corrupción burocrática.  Así que la hiperinflación será el caballo de Troya en cuyas entrañas cabalga la derrota de la Revolución Bolivariana, pues ningún nivel de asistencialismo podrá competir con la pérdida de poder adquisitivo del pueblo en su conjunto,  el cual desesperanzado  creerá que la    vieja burguesía tiene la razón y que  “el Socialismo del Siglo XXI” no es más que un cuento de hadas. 

En Colombia la conciencia social y sentido común merecen capítulo aparte, pues no están en los genes de las mayorías.  La autollamada “izquierda” progresista es alérgica a los términos socialismo del Siglo XXI,  Castro-chavismo y Revolución Bolivariana, el sólo pronunciarlos les ampolla la lengua y la conciencia.   No  es socialista,  vive de las prebendas y “mermelada” que mendiga al Poder burgués de turno; además,  las banderas de las reivindicaciones sociales son utilizadas para su enriquecimiento personal. El Partido Comunista Colombiano no es comunista sino socialdemócrata y no cree en la combinación de las formas de lucha; precisamente, fue uno de los artífices principales para convencer a las FARC de abandonar la lucha armada. Por parte de la pobrería el sinsentido todavía es mayor, la gente que muere de hambre y adolece de todo tipo de carencias en los llamados  cinturones de miseria alrededor de las grandes, medianas y, aún, pequeñas ciudades, se mueve en las urnas al lado de la oligarquía. Lo mismo ocurre con los trabajadores y campesinos sin tierra.  Por eso la votación obtenida por la  izquierda electorera tradicionalmente es marginal. Y en cuanto   se refiere  a  la FARC POLÍTICA es de esperar que no sea diferente,  y más temprano que tarde terminará difuminada entre todos los movimientos y partidos del espectro político existente.  Por  el lado de la oligarquía si bien la conciencia  y odio de clase social  sí lo tiene  desarrollado de manera superlativa en cuanto al sentido común demuestra que éste no es tan común. Ante el ofrecimiento de rendición y entrega de las armas por parte de la guerrilla de las FARC, nada más ni nada menos que  la oligarquía terrateniente, esa que usurpa y acumula tierras,   en cabeza del pájaro mayor Álvaro Uribe Vélez se opone rotundamente a los acuerdos entre insurgentes y Gobierno. Pero que no se afanen, pues  tendrán que lidiar  con cinco Frentes, unas dos mil unidades, bien entrenadas y con alta conciencia y moral revolucionaria, quienes harán frente a sus tropelías.

Como conclusión hay que reiterar  que de no adelantarse de manera efectiva  la  construcción del Socialismo en Venezuela    muy pronto la burguesía tradicional recuperará  el poder, mientras tanto  en  Colombia desaparecidas las FARC el Castro-chavismo seguirá siendo la vergüenza de la “izquierda” y  el caballo de batalla de la derecha.   

lunes, 26 de septiembre de 2016

EDICTO PÚBLICO ACCION DE GRUPO 2015-831 UNIÓN PATRIÓTICA

Abogado Francisco Basilio Arteaga Benavidez Sobreviviente al genocidio político en contra de la Unión Patriótica invita adherirse a la ACCIÓN DE GRUPO 2015-831 que cursa en el Tribunal Administrativo de Cundinamarca Sección Primera Sub-sección " A ", para exigir la reparación integral por el retiro injusto de la Personería Jurídica del Partido  Unión Patriótica"UP".





domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Fracasó la izquierda latinoamericana?

 Categoría: Linea Formación popular  Publicado: Domingo, 25 Septiembre 2016
Por: Martín Caparrós. New York Times
Ya no sé cuántas veces lo he visto escrito, lo he oído repetido: está por todas partes. La frase se ha ganado su lugar, el más común de los lugares, y no se discute: la izquierda fracasó en América Latina.
Es poderoso cuando un concepto se instala tanto que ya nadie lo piensa: cuando se convierte en un cliché. El fracaso de la izquierda en América Latina es uno de ellos. El fracaso de los gobiernos venezolano, argentino o brasileño de este principio de siglo es evidente, y es obvio que sucedió en América Latina; lo que no está claro es que eso que tantos decidieron llamar izquierda fuera de izquierda.
Hubo, sin embargo, un acuerdo más o menos tácito. Llamar izquierda a esos movimientos diversos les servía a todos: para empezar, a los políticos que se hicieron con el poder en sus países. Algunos, en efecto, lo eran —Evo Morales, Lula— y tenían una larga historia de luchas sociales; otros, recién llegados de la milicia, la academia o los partidos del sistema, simplemente entendieron que, tras los desastres económicos y sociales de la década neoliberal, nada funcionaría mejor que presentarse como adalides de una cierta izquierda. Pero las proclamas y la realidad pueden ser muy distintas: del dicho al lecho, dicen en mi barrio, hay mucho trecho.
La discusión, como cualquiera que valga la pena, es complicada: habría que empezar por acordar qué significa “izquierda”. Es un debate centenario y sus meandros ocupan bibliotecas, pero quizá podamos encontrar un mínimo común: aceptar que una política de izquierda implica, por lo menos, que el Estado, como instrumento político de la sociedad, trabaje para garantizar que todos sus integrantes tengan la comida, salud, educación, vivienda y seguridad que necesitan. Y que intente repartir la riqueza para reducir la desigualdad social y económica a sus mínimos posibles.
Creo que, en muchos de nuestros países, poco de esto se cumplió. Pero creer y hablar es relativamente fácil. Por eso, para empezar a pensar la cuestión, importa revisar las cifras que intentan mostrar qué hay más allá de las palabras discurseadas. Por supuesto, el espacio de un artículo no alcanza para un recorrido completo: cada país es un mundo. Así que voy a centrarme en el ejemplo que mejor conozco: la Argentina del peronismo kirchnerista.
Primero, las condiciones generales: entre 2003 y 2012 el precio de la soja, su principal exportación, llegó a triplicarse. Los aumentos globales de las materias primas ofrecieron a la Argentina sus años más prósperos en décadas. Con esa base privilegiada y 12 años de discursos izquierdizantes, Cristina Fernández de Kirchner dejó su país, en diciembre pasado, con un 29 por ciento de ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas: 10 millones de pobres, dos millones de indigentes. El 56 por ciento de los trabajadores no tiene un empleo estable y legal: desempleados, subempleados, empleados en negro y en precario. Un tercio de los hogares sigue sin cloacas y uno de cada diez no tiene agua corriente. Y hay casi cinco millones de malnutridos en un país que produce alimentos para cientos de millones, pero prefiere venderlos en el exterior.
Aunque, por supuesto, el relato oficial era otro: en junio de 2015, la presidenta Fernández dijo en la Asamblea de la FAO que su país sólo tenía un 4,7 por ciento de pobres; su jefe de gabinete, entonces, dijo que la Argentina tenía “menos pobres que Alemania”. Para conseguirlo, su gobierno había tomado, varios años antes, una medida decisiva: intervenir el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y obligar a sus técnicos a producir datos perfectamente inverosímiles.
Pese a los discursos, en los años kirchneristas también aumentó la desigualdad en el acceso a derechos básicos como la educación y la salud. En 1996, el 24,6 por ciento de los alumnos iba a escuelas privadas; en 2003 la cifra se mantenía; en 2014 había llegado al 29 por ciento. Los argentinos prefieren la educación privada a la pública, pero no todos pueden pagarla: su uso es un factor de desigualdad importante, y creció un 20 por ciento en estos años.
En 1996 la mitad de la población contaba con los servicios médicos de los sindicatos, el 13 por ciento un plan médico privado y el resto, el 36 por ciento más pobre, se las arreglaba con la salud pública. La proporción se mantiene: entre 15 y 17 millones de personas sufren la medicina estatal, donde tanto funciona tan mal. Es la desigualdad más dolorosa, como bien pudo ver la presidenta Fernández cuando —diciembre de 2014— se lastimó un tobillo en una de sus residencias patagónicas y la llevaron al hospital provincial de Santa Cruz. Allí le explicaron que no podían curarla porque el tomógrafo llevaba más de un año roto, y la mandaron en avión a Buenos Aires, 2.500 kilómetros al norte.
Mientras las diferencias entre pobres y ricos se consolidaban, mientras la exclusión de un cuarto de la población producía más y más violencia, las grandes empresas seguían dominando. En agosto de 2012 Cristina Fernández lo anunciaba sonriente: “Los bancos nunca ganaron tanta plata como con este gobierno”. Era cierto: en 2005 se llevaban el 0,33 por ciento del Producto Interno Bruto; en 2012, más de tres veces más. Ese mismo año el Fondo Monetario Internacional informaba que la rentabilidad sobre activos de los bancos argentinos era la más grande del G-20, cuatro veces mayor que la de los vecinos brasileños. Y la economía en general siguió con la concentración que había inaugurado el menemismo: en 1993, 56 de las 200 empresas más poderosas del país tenían capital extranjero y se llevaban el 23 por ciento de la facturación total; en 2010 eran más del doble —115— y acaparaban más de la mitad de esa facturación.
Y esto sin detenerse en el sinfín de corruptelas que ya colman los tribunales de justicia con ministros, secretarios, empresarios amigos, la propia presidenta. ¿Se puede definir “de izquierda” a un grupo de personas que roba millones y millones de dineros públicos para su disfrute personal?
Ni detenerse en la locura personalista que hace que estos gobernantes –y por supuesto la Argentina– identifiquen sus políticas consigo mismos. ¿Se puede definir “de izquierda” a una persona que desprecia tanto a las demás personas como para creerse indispensable, irreemplazable?
Son más debates. Mientras tanto, sería interesante repetir la operación en otros países: comparar también en ellos las proclamas y los resultados. Quizás allí también se vea la diferencia entre el reparto de la riqueza que llevaría adelante un gobierno de izquierda y el asistencialismo clientelar que emprendió éste. Quizás entonces se entienda por qué, mientras algunos de estos gobiernos se reclamaban de izquierda, sus propios teóricos solían llamarlos populistas, una tendencia que la izquierda siempre denunció, convencida de que era una forma de desviar los reclamos populares: tranquilizar a los más desfavorecidos con limosnas —subsidios, asignaciones— que los vuelven más y más dependientes del partido que gobierna.
Pero el lugar común pretende que lo que fracasó fue la izquierda –y eso les sirve a casi todos. A aquellos gobiernos, queda dicho, o a sus restos, para legitimarse. Y a sus opositores del establishment para tener a quien acusar, de quien diferenciarse, y para desprestigiar y desactivar, por quién sabe cuánto tiempo, cualquier proyecto de izquierda verdadera.