miércoles, 31 de agosto de 2016

La tragedia brasileña.

 Por Atilio Boron

Una banda de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de Chico Buarque -“malandro oficial, malandro candidato a malandro federal, malandro con contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde su madriguera en el Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado (mal llamado “blando”) en contra de la legítima y legal presidenta de Brasil Dilma Rousseff.
Y decimos “mal llamado blando” porque como enseña la experiencia de este tipo de crímenes en países como Paraguay y Honduras, lo que invariablemente viene luego de esos derrocamientos es una salvaje represión para erradicar de la faz de la tierra cualquier tentativa de reconstrucción democrática.

El tridente de la reacción: jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos hasta la médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo mediante el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como cualquier otra, fue reemplazada por una descarada plutocracia animada por el sólo propósito de revertir el proceso iniciado en el 2002 con la elección de Luiz Inacio “Lula” da Silva a la presidencia.

La voz de orden es retornar a la normalidad brasileña y poner a cada cual en su sitio: el “povao” admitiendo sin chistar su opresión y exclusión, y los ricos disfrutando de sus riquezas y privilegios sin temores a un desborde “populista” desde el Planalto.

Por supuesto que esta conspiración contó con el apoyo y la bendición de Washington, que desde hacía años venía espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia electrónica de Dilma y de distintos funcionarios del estado, además de Petrobras. No sólo eso: este triste episodio brasileño es un capítulo más de la contraofensiva estadounidense para acabar con los procesos progresistas y de izquierda que caracterizaron a varios países de la región desde finales del siglo pasado.

Al inesperado triunfo de la derecha en la Argentina se le agrega ahora el manotazo propinado a la democracia en Brasil y la supresión de cualquier alternativa política en el Perú, donde el electorado tuvo que optar entre dos variantes de la derecha radical.

No está demás recordar que al capitalismo jamás le interesó la democracia: uno de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía que aquella era una simple “conveniencia”, admisible en la medida en que no interfiriese con el “libre mercado”, que es la no-negociable necesidad del sistema. Por eso era (y es) ingenuo esperar una “oposición leal” de los capitalistas y sus voceros políticos o intelectuales a un gobierno aún tan moderado como el de Dilma.

De la tragedia brasileña se desprenden muchas lecciones, que deberán ser aprendidas y grabadas a fuego en nuestros países. Menciono apenas unas pocas.

Primero, cualquier concesión a la derecha por parte de gobiernos de izquierda o progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y el PT desde el mismo gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error favoreciendo hasta lo indecible al capital financiero, a ciertos sectores industriales, al agronegocios y a los medios de comunicación más reaccionarios.

Segundo, no olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento mundo plebeyo. Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó a sus militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme condición de base electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder por asalto y Dilma se asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando encontrar una multitud en su apoyo apenas si vio un pequeño puñado de descorazonados militantes, incapaces de resistir la violenta ofensiva “institucional” de la derecha.

Tercero, las fuerzas progresistas y de izquierda no pueden caer otra vez en el error de apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del estado capitalista. Y esto supone la organización, movilización y educación política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.

Conclusión: cuando se hable de la crisis de la democracia, una obviedad a esta altura de los acontecimientos, hay que señalar a los causantes de esta crisis. A la izquierda siempre se la acusó, con argumentos amañados, de no creer en la democracia. La evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien ha cometido una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá con todas la armas que estén a su alcance a cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático. Para los que tengan dudas allí están, en fechas recientes, los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la democracia en esos países? ¿Quiénes quieren matarla en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en 1973, en Indonesia en 1965, en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en Guatemala en 1954?
Tomado:http://cubaendefensadelahumanidad.blogspot.com.co/2016/08/la-tragedia-brasilena-por-atilio-boron.html

jueves, 11 de agosto de 2016

Las FARC, cuando no sabe para dónde va cualquier camino le sirve


Libardo Sánchez Gómez

Un adagio popular dice que “cuando no sabe para va dónde va cualquier camino  le sirve”, y éste dicho le cae “como anillo al dedo” a las FARC, desde sus inicios su derrotero ha sido  incierto.  La  lucha de clases en medio de formas atrasadas de producción, a nivel urbano  capitalismo dependiente colonial y en el campo semifeudalismo y feudalismo, enmarcaron la aparición de las FARC.  La toma de las armas por parte de Manuel Marulanda, familiares y vecinos, fue una manera obligada, para contener de manera efectiva la violencia de los grandes latifundistas. En  “Quiénes somos y por qué luchamos” (http://www.farc-ep.co/nosotros.html) el secretariado cuenta que los campesinos con las armas defendían “Las colonias agrícolas fundadas por el campesinado desterrado de sus zonas de origen” las cuales  “pasaron a ser consideradas Repúblicas Independientes a las que había que aniquilar”. 

Se  puede decir que las  FARC inicialmente tuvieron   vocación revolucionaria, así lo testimonia  el Secretariado, “…De la agresión iniciada contra las colonias de Marquetalia, el Pato, Riochiquito y El Guayabero nacimos las FARC-EP como respuesta armada que se propone la toma del poder político en el país”. Asunto que con el tiempo, como se verá más adelante,  dejaron de lado.   Para Revolución Obrera. 2016.  (http://www.revolucionobrera.com/secciones/editorial/)  desde los inicios de las FARC  se evidencia “la ausencia de una correcta dirección de clase que hizo que el proceso poco a poco tome distintos rumbos hasta anidar en el reformismo pequeño burgués y éste se mimetice en el discurso seudo marxista”.

Con el paso de los años las FARC se fueron desdibujando como guerrilla revolucionaria, se puede concluir que terminaron  llevando a cabo  una guerra  reivindicatoria por la tierra, lejana a cualquier proceso transformador del sistema de producción vigente.   En  realidad nunca quisieron luchar por el poder.  ¿”El poder para qué”? Ese  parece ser el dilema de algunos líderes políticos colombianos.  Y la  defensa de la tierra no iba más allá de evitar el despojo.  Por eso, al final de las negociaciones con el Gobierno,   la estructura de  tenencia de la tierra en vez de haber avanzado hacia la democratización profundizó, aún más, su concentración en un puñado de individuos y empresas. Durante los diálogos, en sus propias narices, el presidente Santos hizo aprobar la ley ZIDRES, y las FARC ni se fruncieron. Esa actitud desafiante de la oligarquía  hubiese sido suficiente para haberse levantado de la Mesa. Cualquiera podría pensar que las FARC, con esa actitud autista, estaba traicionando su causa y   su pueblo, pero no, nada de eso, pues hay que tener  en cuenta que su esencia no es ni ha sido  transformadora, sino simplemente  maquilladora del modelo. Recientemente Timochenko despejó cualquier duda al respecto:  “…Este no es un proceso que va encaminado contra el empresariado. Este no es un proceso que va encaminado a tumbar el Estado colombiano, es un proceso que está tratando de generar las condiciones para que en Colombia se produzcan transformaciones para que nos dejemos de matar por las ideas que cada uno defienda”. En otro aparte agrega: “…nosotros lo que queremos es una Colombia que se desarrolle. Que se desarrollen las fuerzas productivas. Necesitamos rescatar la industria nacional, que rescatemos las riquezas…”. ¿Cómo llamar una guerra de cinco décadas que no se hace para tomar el poder? ¿Y riquezas para quién? Se sabe que en un mundo capitalista (y salvaje como en  el que los reinsertos van a vivir)   las riquezas, necesariamente, van a dar a manos de quienes poseen la tierra y el capital.  Eso no es ser revolucionario y menos marxista leninista.

Las  FARC no entendieron que la paz sólo  se logra eliminando por la fuerza las relaciones de producción que generan explotación, violencia, miseria, hambre y dolor. No se puede entender cómo las grandes campañas militares emprendidas por las FARC nunca hayan apuntado a  destruir  el viejo Poder, para construir uno nuevo más afable con el hombre y el medio ambiente.  Las demostraciones de poderío militar no iban más allá  de la construcción de mecanismos  de presión,  para obligar a la oligarquía a sentarse a conversar  con la comandancia ciertas condiciones de favorabilidad para su reinserción al establecimiento.

 Es difícil explicar cómo las FARC  terminan claudicando  de una manera   nunca  vista  en un proceso de  reincorporación a la legalidad burguesa de rebeldes armados; ni siquiera en el caso del M-19, una guerrilla derrotada y, también, sin una línea revolucionaria definida, pero por lo menos este grupo   armado logró presionar una Asamblea Constituyente.   A pesar del  innegable compromiso social el objetivo principal fariano se ha centrado en la llamada solución política al conflicto social y político. El Secretariado lo confirma, “…Hemos promovido luchas sociales y políticas en defensa de los intereses populares y hemos buscado en múltiples ocasiones llegar a acuerdos de paz que pongan fin al largo desangre que azota a nuestro país”.  Así que cuando  las FARC   encuentran  el espacio ideal, que venían buscando   para dar por terminada la lucha armada,   deciden   desarmarse de manera irrevocable.  Juan Manuel Santos, sabiendo que nada le costaría a la oligarquía,  les brinda en bandeja de plata el espacio que andaban buscando. Este proceso, a diferencia de los anteriores intentos de reinserción a la “vida civil”, se hizo posible gracias a que fue más aséptico desde el punto de vista de la participación ciudadana, la cual fue apenas marginal.  El régimen fue más cuidadoso en evitar que se contaminara con la presencia de la llamada sociedad civil. El proceso del Caguán con Pastrana se vino a pique  debido a que  se convirtió en una tarima donde los más diversos grupos sociales ventilaban sus angustiantes problemáticas, las cuales exigían profundas transformaciones al oprobioso modelo socioeconómico vigente.  El  proceso actual es tan exigente en la exclusión de la participación ciudadana   que los guerrilleros tienen prohibido tener contacto directo con las personas que habitan en sus zonas de influencia, y no por temor a que la guerrilla les ”lave el cerebro” sino, por el contrario, para que los campesinos no   recriminen a la guerrilla por abandonar  la lucha a cambio de nada.

Los acuerdos alcanzados  parecen, apenas, arandelas al hecho de fondo que es el desarme y la reinserción de los rebeldes. El     plebiscito para refrendar los acuerdos que llevan al desarme y entrega de los guerrilleros, se convirtió en un seudo pugilato político entre el ex presidente Álvaro Uribe Vélez a la cabeza de la oligarquía terrateniente, empresarios agrarios, mafiosos y sus ejércitos mercenarios y Juan Manuel Santos en representación de los intereses del imperio, la oligarquía financiera y el capital corporativo transnacional. Al final de cuentas,  a las FARC les debe dar  lo mismo que se apruebe o rechace dicho plebiscito, la decisión de entregarse ya nada la podrá hacer cambiar. Un vocero dijo irónicamente que si no se aprueba el plebiscito “ …se hará lo que propone Uribe”, y así va  a ser.  Cualquiera diría que es suicida o, por lo menos, incomprensible que la guerrilla concentre sus hombres en  pequeñas áreas y el propio Régimen sea quien le eche cerrojo a las armas, para luego   someterse a un incierto plebiscito. En estas condiciones al mismo Juan Manuel Santos le conviene que dicho plebiscito no sea aprobado, así no tendrá  que cumplir nada de lo acordado, como es su costumbre,  las FARC confinadas ya nada podrán hacer.

Sí bien no se puede hablar de traición de las FARC, pues han sido fieles a su concepción reivindicatoria y  reformista inicial, sí hay mucha gente desilusionada, francamente defraudada. Entre los desilusionados están en primer lugar sus bases y la gente de su entorno. Su  discurso mimetizado en el marxismo leninismo logró calar en  buena parte de la intelectualidad de izquierda, sectores proletarios y en la propia base guerrillera. Entre los sorprendidos está el suscrito. En julio de 2103 escribí el artículo titulado “Acuerdos en La Habana, van mis restos” (http://libsang-elviajeroysusombra.blogspot.com.co/2013/07/acuerdos-en-la-habana-van-mis-restos.html)  en este escrito apostaba una semana de ayuno convencido de ganar ya que la entrega de las FARC era un imposible. En aquel entonces expresé:  “Como premisa fundamental partí del hecho de que la FARC es un movimiento de orientación marxista leninista- y me dije -sí así es- ellos más que nadie saben que las transformaciones sociales únicamente son posibles gracias a revoluciones  violentas, más  en Colombia donde a los reales opositores se les elimina físicamente”.  Así que tendré una larguísima semana, con las “tripas pegadas al espinazo”, por haber creído, como muchos, en la orientación revolucionaria de las FARC.

¿Las FARC llegaron  al final de su camino?  Parece que no.   Su  paso por el  marxismo les llevó a crear   el Partido Comunista Clandestino y a conformar  cuadros con alto grado de  conciencia social y política al interior del grupo insurgente. Muchos  de los reinsertos   no van a poder  ni querrán  virar su discurso revolucionario marxista leninista hacia uno liberal reformador socialdemócrata. Y se  rumora que un grueso número de rebeldes de la base no irán a los sitios de concentración.