viernes, 21 de octubre de 2016

ELN, última carta para lograr la paz en paz


Libardo Sánchez Gómez

Finalizada la negociación entre las FARC y el Gobierno en La Habana, con unos acuerdos básicamente referidos   al desarme y entrega de   las FARC, aún, queda con el Ejército de Liberación Nacional ELN una última oportunidad para   sentar las bases que, por un lado, permitan resolver el conflicto social entre una oligarquía reticente a ceder privilegios   y un pueblo impaciente por superar décadas de privaciones, y por otro lado la ocasión para lograr la anhelada paz con justicia social, insistencia permanente de las FARC, pero que al final   brilló por su ausencia en dichos acuerdos.  Era previsible el desastre en que terminó el proceso con las FARC, la guerrilla exhibió  en la Mesa de negociación una mezcla de subversión y sumisión, desde el principio aceptó hablar de la solución negociada del conflicto, pero sin que se tocaran en sus raíces las causas que les obligaron a recurrir a las armas. Así que las  negociaciones se redujeron a un   pacifismo ramplón   en una ruta de sometimiento propio de quien es vencido en el campo de batalla. Por eso los acuerdos culminaron sin  aportar nada a la superación de las profundas contradicciones entre oligarcas y excluidos.  Por el contrario,  se tiene la impresión que se le dio carta blanca al régimen para profundizar la desigualdad social. Al respecto se puede mencionar la Ley ZIDRES, aprobada durante las conversaciones, la cual estimula la acumulación de la tierra, leitmotiv de la guerra,  y su extranjerización, pues no hay límite para las transnacionales, que podrán adquirir   lo que les venga en gana. La desigualdad, también, se profundiza cada vez que se llevan a cabo las temidas reformas tributarias. Se anuncia que vendrá la reforma tributaria  más regresiva de la historia del país. Los impuestos permiten limar la  desigualdad social, cuando tributan los ricos. Pero eso no ocurre en Colombia,  los recursos se sacan de los bolsillos de los pobres a través del IVA.  Con  el IVA pagan más (porcentualmente) los pobres que los ricos; y se anuncia que no sólo aumentará el monto del IVA  sino que se incluirán más productos muchos de la canasta familiar. ¿Lo correcto no sería grabar la renta y la riqueza en vez de la pobreza? Desde luego que así opera el capital a nivel global, para no afectar los niveles de acumulación a que está acostumbrada  tanto la banca como el resto del capital corporativo.  Pero  como a la mayoría le gusta el modelo de producción capitalista actual, entonces, de qué quejarse. Y si bien en la iniciativa de reforma tributaria no tienen nada que ver las FARC el hecho de darse durante la culminación de su reincorporación a la “legalidad” se interpreta como un voto de confianza de la guerrilla al régimen. En todo caso si la actitud sumisa de las FARC provocó  indiferencia, expresada en el plebiscito,   en el futuro  esa lasitud se puede traducir en desprecio. Así que si las FARC no desean salir por la puerta de atrás tendrán que aprovechar la oportunidad que les ofrece el NO plebiscitario, para “desfacer los entuertos” de la quijotada en que se convirtieron los acuerdos. ¿Lo  mejor que podrían hacer sería establecer un paréntesis en las negociaciones y volver  a sus territorios? Allí podrán reorganizarse mentalmente. Deberán tomar atenta nota que un grupo  dijo NO y que quiere guerra, y que a la gran mayoría le importa un bledo lo acordado.   Si continúan en La Habana en la misma tónica van a terminar aceptando las propuestas del “gran colombiano” Álvaro Uribe,  en la cárcel y sin una curul. Eso sí con la expectativa de tener  el próximo año otro Nobel de paz.

La  estructura económica capitalista dependiente   ha venido construyendo años tras año  una sociedad  excluyente, desigual, ignorante, desinformada,  pobre y violenta. Sistemáticamente la oligarquía   terrateniente roba y desplaza impunemente al campesino, con la anuencia del estado. Precisamente    la resistencia armada nace en el campo, para defender la vida y las tierras.  Se dice que la oligarquía colombiana es la más sumisa de Latinoamérica ante el imperio, pero la más criminal  a la hora de defender sus privilegios, así lo demuestra el actual premio nobel de paz, máximo exponente de la oligarquía criolla. Juan Manuel Santos  es coautor junto con el extraditable No 82. Álvaro Uribe de los conocidos como “falsos positivos”, inocentes asesinados para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. El flamante nobel, también, asesinó en estado de indefensión, confesado por Él mismo, a Alfonso Cano, anterior comandante  de las FARC, cuando trataba de entablar conversaciones de paz.  Bajo  su actual mandato van asesinados en el primer semestre del presente año 36 líderes sociales y en entre la firma del Acuerdo en Cartagena y el día de la votación del plebiscito 17. Estos asesinatos selectivos se explican debido a que   en las negociaciones FARC- Gobierno, tampoco, se tocó lo referente al paquidérmico estamento militar en cuanto a tamaño y doctrina, inspirada en el concepto de seguridad nacional y el enemigo interno.     Hacer  oposición política, por parte de la izquierda revolucionaria, en Colombia es algo así como  jugar con la cola de un alacrán.

La banalidad de los acuerdos Farc – Gobierno no son sólo responsabilidad de la insurgencia sino de la sociedad en general, pero sobre todo de la pequeña burguesía de izquierda. Desde el inicio de las conversaciones se anunció  que no se tocaría el modelo económico, y a todo el mundo le pareció lo más natural e incluso lo adecuado. Lo importante era establecer una ruta para “despachar a las FARC”, y ahí están los resultados. El sistema de salud es cruel y mortífero, las EPS matan más gente que el cáncer; la gente muere en la puerta de los hospitales esperando una cita para ser atendido. Y la solución no requiere cambios estructurales el mal se soluciona simplemente arrebatando el servicio de las garras de las EPS, para que lo maneje el sector público. En Colombia se pensionan, apenas, el 7% de los ciudadanos (Congreso de la República. 2016)   ¿Por qué no se destinan los recursos del IVA, como por ejemplo se hace en Canadá, para dar cobertura a todos los ciudadanos? Como se ve sí se podía tocar el modelo sin que ocurriera un sismo.

Corresponderá al ELN llevar a cabo lo que no se hizo con las FARC, pero cómo no tocarle siquiera  los pies a un modelo económico agotado, que no soluciona los problemas de las mayorías.  Claro  que más que al ELN es al pueblo a quien le toca exigirle a la oligarquía que ceda un milímetro de sus privilegios. El ELN asume los diálogos con el régimen con una posición seria, “no habrá dejación de armas si no hay cambios estructurales al modelo socioeconómico”,  y manifiesta  que tan solo aprobará  aquellos puntos que la sociedad decida, ¿a cambio de qué? Dicen que de nada, ni siquiera quieren curules, y tienen razón, para qué cinco escaños en el Congreso en medio de cientos de bandidos, que por una pócima de mermelada hacen y deshacen  al capricho del ejecutivo de turno.

Se espera la participación activa de todos tanto de las derechas como de las izquierdas. ¿De qué parte están las iglesias? ¿Las  centrales obreras quieren cambios o más de lo mismo? ¿Y los obreros, que no les gusta ser señalados como pertenecientes a la clase proletaria, vivirán y morirán en la pobreza añorando la riqueza?   Los  indígenas sí que tienen que aportar y exigir.  El  movimiento estudiantil tendrá la oportunidad de despertar y asumir el papel protagónico de otrora. Así mismo, se espera la participación activa de los grupos minoritarios, y sobre todo del sector agrario, para que al menos las salvedades concernientes al sector, que quedaron en ciernes en el proceso con las FARC, se materialicen, y que por fin se haga realidad la democratización de la tenencia de la tierra mediante la largamente anhelada  reforma agraria.  Eso sí, ojalá  la “izquierda” acomodada y electorera,  se haga a un lado, pues su posición ambigua hace mucho daño a los procesos verdaderamente revolucionarios.  En la entrega sin ton ni son de las FARC tuvo que ver mucho el afán de los “pazólogos” de profesión por ver sometida a cualquier precio   la guerrilla. El  ELN inicia las conversaciones de paz en las mismas condiciones que en que las iniciaron las FARC,  a diario    paramilitares y agentes del estado desplazan campesinos y matan líderes sociales. A lo largo y ancho del país, también,  a diario mueren niños pobres  de física hambre, y los que no mueren no pueden acceder a la salud y menos a la educación.  ¿No se deberá hablar de esto durante unas conversaciones de paz? Por otro lado el campo está devastado, la ruina la están ocasionando los promocionados TLCs, ¿no será urgente su revisión antes que maten de hambre a chicos y grandes? De igual manera,  el parlamento convertido en un antro de corrupción, como es obvio, legisla a favor de las clases hegemónicas y en contra de los sectores populares, ¿no será perentoria su reestructuración en cuanto a número y remuneración? La “locomotora minera” del Nobel Juan Manuel asesina  por doquier la naturaleza, dejando al país  futuro sin recursos no renovables, todo para favorecer a las transnacionales. Según  Coribell Nava, para la oligarquía financiera es perentorio el desarme de la insurgencia, “La guerrilla debe salir de los territorios rurales ocupados donde está ubicado el oro y el coltán. La oligarquía financiera necesita el control político del Estado para poner fin al conflicto y “limpiar” las zonas de explotación rápidamente, sin demasiado esfuerzo, acabando de una vez por todas con las resistencias que pongan en riesgo el proyecto minero trasnacional” (El nuevo despojo Latinoamericano y el acuerdo de paz en Colombia. 20- 10- 2016) ¿No será que habrá que hablar sobre la necesidad de recuperar la soberanía sobre los recursos mineros y energéticos?


  Si  en la Mesa de conversaciones sobre la Paz no se puede hablar de los  problemas sociales y económicos y de las medidas para solucionarlos, ¿entonces,  habrá  que pensar que la oligarquía prefiere que sean los  fusiles los que tengan que cambiar la historia? 

viernes, 14 de octubre de 2016

COLOMBIA DESPUES DEL NO


Colombia después del NO


Para sorpresa del mundo, el pueblo colombiano votó en contra de los acuerdos de paz. El análisis de la derrota, en palabras de una sobreviviente.


Por Dilia Nelma Forero Sánchez*

Para poder entender el triunfo del No en Colombia, el análisis no puede limitarse al evento plebiscitario. Con el 17% de analfabetismo, solo el 30% que termina la secundaria y menos del 10% que accede a la universidad, el pueblo colombiano, formado por el modelo educativo y los medios de comunicación para ser tradicionalista, suele limitarse a escuchar a sus líderes. Y tanto los líderes del Sí al acuerdo de paz como los del No, más que motivar, buscaron exaltar la emotividad.
En ese marco, la oligarquía terrateniente abanderó el No representado en la cabeza del ex presidente Álvaro Uribe, un tipo fanático y retrógrado, pero un mesías para el pueblo más conservador, que vota religiosamente. Para promocionarlo, se acudió a una arenga elemental, casi que infantil, en el que aseguraba que se le entregaba el país a las FARC, que Colombia sería tomada por el “castrochavismo” y terminaría como Venezuela, país al que los medios masivos muestran en caos. También se propaló que Colombia se volvería “homosexual y atea”, dado que el acuerdo introdujo el concepto de género y diversidad, y el carácter laico de la nación.
El discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante.
Por su parte, los errores por parte del gobierno y de la izquierda que promocionó el Sí fueron muchos y muy graves.
En Colombia, el progresismo no se ha ganado el amor de su pueblo, y se han aprovechado las fallas de los gobiernos progresistas vecinos para hacer temer a los cambios. Todo esto redunda en que vastos sectores de la población crean que los alzados en armas son terroristas.
En esas circunstancias, mientras el presidente Juan Manuel Santos hablaba de la voluntad de paz de las FARC, las hacía ver como monstruos, porque si ganaba el No “la guerra sería urbana”. A los empresarios les aseguró crecimiento económico y mayor rentabilidad. A los pobres, que habría progreso. A los militares, les dijo que no se modificarían en nada las condiciones de la fuerza pública, mientras al pueblo le decía que el presupuesto de la guerra sería para la inversión social.
Los líderes de la izquierda light y electorera, egocéntricos por naturaleza, en su afán de que no se les estigmatizase como auxiliares de la guerrilla, no cuestionaron las falencias de los acuerdos.
Así, el discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante. Hasta hubo quienes promovieron el Sí para despachar a las FARC de la escena nacional, y enviaron un mensaje subliminal de odio hacia la guerrilla.
Las encuestas daban triunfador al Sí de lejos, y esa confianza hizo que se despreciara a sus propios votantes. Un grupo que apoyó a Santos en la reelección fue maltratado –el Movimiento Gaitanista, cabezado por la hija del líder popular Jorge Eliécer Gaitán–, y otros grupos como el Partido Socialista de los Trabajadores, la UP Bolivariana, Revolución Obrera y los trotskistas tampoco fueron escuchados, por lo que promovieron la anulación del voto. Lograron que se anularan más de 170 mil votos, los del No ganaron por mucho menos.

Un acuerdo endeble

Tradicionalmente el pueblo colombiano no asiste a las urnas. La abstención ronda siempre el 55%, esta vez fue del 63%. No se esperaba alta participación. El pueblo sabía que su lucha diaria no cambiaba con su sufragio, pues en los acuerdos no había nada que aliviara sus penurias.
El acuerdo no contempló la eliminación de las causas objetivas que llevaron al alzamiento armado. Tampoco mencionó transformación estructural alguna al sistema que mejorase las terribles condiciones que padece la mayoría de la gente. Y las pocas propuestas como las de tierra y territorios, que podrían democratizar la tenencia de estos, fueron pateadas por el gobierno, que hizo aprobar una ley que es contraria a lo acordado.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada. La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida.
Es claro que las FARC no derrotaron al estamento, pero tampoco fueron derrotadas. Lo mínimo que se esperaba era que la clase gobernante cediera algo de sus privilegios y permitiera reformas a favor de los excluidos. Asuntos como la nacionalización de las empresas dedicadas a la extracción de recursos mineros, la eliminación o reestructuración de los Tratados de Libre Comercio –a partir de la firma de estos, Colombia importa casi el 80% de los alimentos. Importamos el 80% del café para consumo interno; la fama de país cafetero es historia–, el negocio para pocos de la salud, y que Colombia no ofrezca educación superior gratuita, no fueron mencionados. Por eso también hubo abstencionismo activo, el que afirmaba que –como las FARC no exigieron ni una sola reivindicación y mucho menos cambios en la estructura económica– con el llamado a votar lo que se hacía era medir las fuerzas políticas con vista a las elecciones presidenciales de 2018.
El pueblo excluido espera que alguien lo defienda, que abogue por él, y la responsabilidad de representarlo en la mesa de diálogos era de las FARC y no del gobierno. Se trataba precisamente de demostrar con hechos concretos que las FARC –que cuentan con una base popular importante en los lugares donde tienen presencia, en los que finalmente ganó el Sí– no son las causantes de los males del pueblo y tampoco son el enemigo. Pero sus representantes no fueron suficientemente claros, aceptaron pasar de víctimas a victimarios, y quedó la impresión de que se enriquecieron con la guerra.

Cara y sello

La oligarquía no tenía nada que perder y tenía todo por ganar. Las monedas de Colombia tienen cara y sello, y el pueblo en su sabiduría dice que “con cara gana el rico y con sello pierde el pobre”. Con el Sí quedaba proscrita la lucha armada; y con el No, no se sabría la verdad.
Las FARC, decididas a deponer las armas, ahora no saben si las pírricas concesiones que habían logrado plasmar en los acuerdos se mantendrán, porque los triunfadores están pidiendo que vayan directo a la cárcel y no obtengan ninguna curul en el Parlamento.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada.
La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida. “El No nos unió –dicen–. Si hubiera ganado el Sí, estaría medio país en contra de los acuerdos”.
No obstante, en la actualidad la única propuesta para salir de la violencia, exclusión y pobreza ejercida por la oligarquía sigue siendo la lucha armada. Por eso continúan en ella el Ejército de Liberación Nacional y cinco frentes disidentes de las FARC.
En lo que va del año, los paramilitares han asesinado a 36 líderes sociales en pleno proceso de paz, y la violencia estatal y el asesinato de dirigentes continuarán.
El camino es la movilización de las organizaciones sociales y la generación de conciencia de clase. Como respuesta, la combinación de las formas de lucha es la única opción cierta que le queda al pueblo para resistir y para cambiar su situación de pobreza, exclusión y sometimiento.

* Sobreviviente de la Unión Patriótica, partido víctima de un genocidio sistemático por parte de grupos paramilitares. Militante del Movimiento Dignidades Campesinas y docente universitaria.

Tomado de: http://lahilacha.com.ar/politica/colombia-despues-del-no/

martes, 4 de octubre de 2016

El SI y el NO, ¿y ahora qué?

Libardo Sánchez Gómez

Lo que ocurrió en Colombia fue asunto de locos, personajes del mundo entero asistieron a la  firma definitiva de los acuerdos entre FARC  y Gobierno, sin pensar que  de definitivo no tenían nada. Lo lógico era que el show se reservase para después que el pueblo los refrendase. De todas maneras,    el  NO triunfador era algo que nadie esperaba ni siquiera los ganadores,   y menos  que el pueblo le diera la espalda al plebiscito.  En el fondo quienes triunfaron, aún, no saben que ganaron. La abstención   se explica fácilmente porque casi nadie leyó los acuerdos, ya que  no existe la cultura de la lectura, y quienes lo leyeron encontraron que la normatividad vigente va en contravía de lo acordado, por ejemplo, a la democratización de la tenencia de la tierra el Régimen contestó  recientemente haciendo aprobar la Ley ZIDRES, que estimula la concentración de ésta. Así que  no había una real motivación,   en las 297 páginas de los Acuerdos FARC – Gobierno no había una sola medida que alentara al pueblo  víctima de la violencia y demás males propios del sistema socioeconómico. Santos, en su afán de mostrar resultados contundentes referentes al sometimiento de la guerrilla, no permitió la más mínima reforma   socioeconómica para aliviar dura situación,   y las FARC en su afán   pacifista cedieron hasta su espíritu guerrero. 

Para tratar de entender lo ocurrido en las urnas hay que analizar por separado las distintas posiciones adoptadas tanto por los triunfadores como por los perdedores y    los abstencionistas. Al   NO triunfador     pertenecen  los sectores más retrógrados de la sociedad,  a la encabeza está el ex presidente Álvaro  Uribe, siniestro, fanático y enfermo mental;  y le secunda  un  primo del presidente Juan Manuel,  Francisco Santos, mejor conocido entre sus seguidores como Pachito, este individuo adolece de serias deficiencias en su cociente intelectual. En el   NO  participó una mezcla ecléctica de  población  perteneciente a los más diversos sectores sociales, en primera línea  la oligarquía terrateniente, directamente interesada en que la guerra continúe, pues vive de ella y es la que desplaza, usurpa y acumula la tierra  robada.  No obstante,   la  gran masa del  NO  es gente perteneciente al pueblo excluido, que carece  de conciencia de clase, con un común denominador: el odio y la irracionalidad,   pero no el odio entre clases sociales  sino odio intraclase.  En cuanto al SI perdedor, también, está nutrido por una variopinta gama de seguidores. Hay que destacar los  que propician    la entrega de la guerrillas conocidos como los “pazólogos”, entre ellos se encuentran intelectuales, académicos   y políticos de “izquierda”,  que no quieren   llevar a las espaldas el INRI   de seguidores de la guerrilla.    En el SI había políticos como la senadora Claudia López y Antonio Navarro quienes votaron afirmativamente, con el  afán de eliminar “por las buenas” a las FARC de la faz de la tierra.  Desde luego que muchos votantes del SI   creyeron que era la manera correcta  de buscar soluciones.

  Las  FARC  en realidad no tenían plan B. Una vez más  la cúpula  queda  sin brújula, así que “quien no sabe para dónde va cualquier camino  le  servirá”.  Cuando las tropas de los distintos Frentes  ya avanzaban hacia los campos de concentración     ahora no saben  para dónde coger.  Se  especulan todo tipo de medidas a seguir en el inmediato futuro.  Quienes quieren la entrega de la guerrilla a como dé lugar  proponen una Constituyente y en el mismo sentido están los que impulsaron la anulación del voto. Lo que no se tiene en cuenta  es  que, de antemano, se sabe que esta  sería dominada, entre otros, por   Álvaro Uribe y el ex procurador  quienes  mandarían al país entero al medioevo.  Otros dicen que se tramite en el Congreso su aprobación,    pero qué clase de Paz podrá     eclosionar en este nido de criminalidad. Otros dicen que se renegocie lo acordado y se borre lo poco que se le concedió a la insurgencia, nada de curules y  que vayan derecho a la cárcel a purgar largas penas.  Por otra parte el Centro Democrático, quien se siente con toda la autoridad para imponer condiciones,  sostiene que no se trata de negociar ni renegociar ningún acuerdo, pues según sus voceros  en Colombia no hay ninguna guerra civil ni conflicto alguno sino simplemente una agresión por parte de un puñado de “terroristas”; desde esta visión lo correcto es exigirle a los “terroristas” que  se sometan y punto.     Estas  dos últimas  propuestas para muchos son algo menos que salidas insensatas, pero dada la debilidad y ganas de entregar  las armas  mostrada por la cúpula negociadora de las  FARC en la Mesa de “sometimiento” no es raro que   terminen aceptando.

Tanto las bases como la cúpula fariana deberán  hacer un examen de conciencia para ver qué pasó, qué está fallando, porqué el pueblo no responde; en una profunda reflexión  estará el que se hundan o por el  contrario  salgan  airosas. En todo caso  las FARC deberían dar un vuelco total e inmediato a la orientación que han venido observando. Pero antes que nada tendrían  que remover o, por lo menos, recomponer la dirección máxima y la cúpula negociadora.  Timochenko podrá ser un excelente cardiólogo, pero no tiene el corazón ni el cerebro para dirigir una guerrilla del nivel de las FARC, muestra no estar convencido de la justeza de la guerra ni de las graves causas  que la motivaron y las  profundas transformaciones sociales que se requieren para superarla.  Si así fuera no estarían hablando de paz sin que se toquen las viejas estructuras económicas, causantes de la tragedia humana que vive la mayoría de la gente. Al jefe máximo se le ve más como un abuelo consentidor que un combatiente al frente de hombres de hierro. Y en cuanto a los principales voceros se les nota el cansancio y las ganas de dejar el monte. Esta situación ha sido percibida por el grueso de la base, varios  Frentes antes de ir al plebiscito se   apartaron de los acuerdos. Se dice que en el momento de escribir esta nota muchos guerrilleros totalmente confundidos  se están replegando hacia  sus territorios, preparándose para reiniciar la lucha. No creen en nadie y no tienen por qué hacerlo. Ahora que la iniciativa la tiene Álvaro Uribe tendrán que estar preparados porque en cualquier momento las fuerzas militares  van a intentar aniquilarnos, para no tener que renegociar.  

Pero las FARC, con unos voceros renovados, podrán convertir el revés del NO en una oportunidad para sacar adelante lo que por el afán de  complacer al Régimen quedó en el tintero,  las salvedades podrían ser una línea roja que daría seriedad a los negociadores rebeldes.   Exigir  la   reforma agraria integral, sería un hecho que justificaría el haberse sentado a negociar la salida política al conflicto. Suficiente haberse reconocido como victimarios, algo que nunca debió haberse aceptado, como para ir a la cárcel como vulgares criminales.  Ahora se les quiere pedir  que dejen las armas sin posibilidad alguna, en la práctica,  de hacer política, pues esta votación demostró que, dada la matriz mediática negativa,  nunca llegarían al Congreso.    En cuanto a   la Guerrillerada de base mientras se aclara el futuro inmediato tendrá  conformar un mando colegiado entre representantes tanto  de los Frentes declarados “disidentes” como de los que, previsiblemente, se les sumen.