lunes, 6 de julio de 2015

Estados Unidos ha conseguido la guerra total


TomDispatch

“Hola, soy el Tío Sam y soy un adicto a la guerra” Introducción de Tom Engelhardt

Era el verano de 2002. Los funcionarios más encumbrados de la administración Bush sabían que lo de Iraq era algo realmente grande. De momento, estaban en los planes pero esperaban la llegada del otoño para lanzar la campaña a todo gas para convencer al Congreso y el pueblo de Estados Unidos de que debían respaldarlos. Como dijo en ese momento el jefe del equipo de la Casa Blanca, Andrew Card, que supervisaba la venta de la invasión, “Desde el punto de vista del marketing, nunca lanzas un nuevo producto en agosto”.

Para ellos, no había que pensarlo tanto. ¿El poder militar estadounidense contra el destartalado ejército de Saddam? Aquello sería, como lo describió un fanático neocon, un “paseo”. De hecho, ya estaban pensando hacia dónde se volverían después. Como bromeaban los que estaban ala tanto de la cuestión, “Todos quieren ir a Bagdad; los hombres de verdad quieren ir a Teherán”. Sin embargo había una figura clave que tenía sus dudas. Según Bob Woodward, del Washington Post, el secretario de Estado Colin Powell le hizo esta advertencia al presidente: “Usted será el orgulloso dueño de 25 millones de personas. Será el dueño de todas sus esperanzas, aspiraciones y problemas. Será el dueño de todo”. Woodward señaló también que “en privado, Powell y Richard Armitage, secretario de estado adjunto, llamaban a esto la ‘Regla de la cacharrería’: ‘Lo que rompas es tuyo’”.

De hecho, la cacharrería no tenía reglas, pero cualquiera que fuera la regla pensada por Powell resultó ser el comienzo de algo que él no podía haber imaginado. Una vez que las cosas empezaron a ir desesperadamente mal, por supuesto, no había manera de volver atrás con la invasión y se comprobaría que el “título de propiedad” de Iraq era hereditario. El presidente que accedió al poder a continuación, en parte por haberse opuesto a la guerra y jurado que cuando llegara al Despacho Oval sacaría a los militares de Iraq para siempre, es ahora el dueño de la tercera guerra de Iraq, algo de lo que no se siente precisamente orgulloso. Y si ha habido una nación rota, esa nación es Iraq.

Al final, la regla de Powell se ha convertido en algo aplicable a cada país tocado por el poder militar de Estados Unidos en los últimos años, entre ellos, Afganistán, Yemen y Libia. En cada una de estas instancias, las esperanzas de Washington planearon muy alto. En cada una de estas instancias, el país quedó roto. En cada una de estas instancias, Estados Unidos acabó “adueñándose” de él de una manera cada vez más horrorosa. Lo peor de todo es que en ninguna de estas instancias, Washington pudo arreglárselas para terminar la lucha de algún modo, ya fuera utilizando unidades de Fuerzas Especiales, drones o –en el caso de Iraq– todos esos recursos a la vez y miles de instructores despachados para poner en pie a un ejercito quebrado, la criatura de la administración Bush en la cual se invirtieron 25.000 millones de dólares. El fracaso en todo el tablero sería la historia del siglo XXI de Washington en el Gran Oriente Medio y el norte de África; aun así, la única lección que aparentemente se ha aprendido es que –militarmente– ha de hacerse más, nunca menos.

William Astore, teniente coronel (retirado) de la fuerza aérea de Estados Unidos y colaborador habitual de TomDispatch, sugiere que –tanto como país como individualmente– deberíamos reconocer inmediatamente que este tipo de conducta es una adicción y actuar consecuentemente. 
* * *

De cómo hacer la guerra por cualquier cosa: pobreza, drogas, Afganistán, terror... Guerra contra las drogas. Guerra contra la pobreza. Guerra en Afganistán. Guerra en Iraq. Guerra contra el terror. El mayor error político de Estados Unidos –tanto en el extranjero como dentro del país– es mirar cualquier cosa como un objetivo de guerra. Cuando se impone la mentalidad guerrera, esta elige las armas y las tácticas que se utilizarán. Limita los términos del debate antes incluso de empezar. Da respuesta a preguntas que todavía no habían sido formuladas.

Cuando algo se define como una guerra, queda establecido el empleo de la fuerza militar (o de las policías, prisiones y otras formas de coerción, todas ellas militarizadas) como principal instrumento de la política. La violencia se convierte en el medio decisivo y la victoria total, en el objetivo. Cualquiera que sugiera otra cosa es un soñador, un apaciguador o incluso un traidor.

En resumen, la guerra es el gran simplificador, e incluso puede funcionar cuando se combate contra auténticas amenazas militares (como sucedió con la Segunda Guerra Mundial). Pero no funciona cuando cada problema se define como un problema de vida o muerte y se emprende una guerra contra un complejo problema social (la delincuencia, la pobreza, las drogas) o contra una ideología o una creencia religiosa (el islam radical).

El omnipresente espíritu guerrero de Estados Unidos

Pensad en la guerra de Afganistán. No en la de los ochenta, cuando Washington canalizó dinero y armas al fundamentalismo yihadista para –con la intención de rendir a la Unión Soviética­– crearle un atolladero similar al de Vietnam, sino en la fase más reciente que empezó inmediatamente después del 11-S. Recordad que el desencadenante de esa guerra fueron los ataques de 19 secuestradores (15 de ellos de nacionalidad árabe saudí), que representaban una organización relativamente modesta sin parecido alguno con un país, una Estado o un gobierno. Por supuesto, también estaba el movimiento fundamentalista Talibán que por entonces controlaba buena parte de Afganistán. Este movimiento había surgido de los escombros de nuestra anterior guerra en ese sitio, un movimiento que había proporcionado apoyo y refugio, algo a regañadientes, a Osama bin Laden.

Con las imágenes del desmoronamiento de aquellas torres neoyorkinas ardiendo en la conciencia colectiva de los estadounidenses, la idea de que Estados Unidos podía responder con una acción internacional de “mantenimiento del orden” destinada a quitar a unos criminales de las calles del planeta fue desterrada instantáneamente de la discusión. Lo que surgió en cambio en la mente de los más altos funcionarios de la administración Bush fue la decisión de vengarse mediante una “guerra contra el terror” a gran escala, global y generacional. Su objetivo, totalmente militarizado, no fue solo eliminar al Qaeda sino toda organización terrorista en cualquier lugar de la Tierra, mientras estados Unidos se embarcaba en un experimento total de construcción violenta de una nación en Afganistán. Después de más de 13 funestos años, aquel experimento-guerra sigue en curso a un costo asombroso y con el más decepcionante de los resultados.

Mientras la noción de una guerra global adquiría atractivo, la administración Bush lanzó su invasión de Iraq. La fuerza militar más avanzada tecnológicamente de la Tierra, aquella de la que el presidente habló como “la mayor fuerza para la liberación humana que el mundo ha conocido”, fue dejada suelta para que instaurara la “democracia” y la Pax Americana en Oriente Medio. Por supuesto, Washington estaba en conflicto con Iraq desde la operación Tormenta del Desierto, en 1990-1991, pero lo que empezó como algo parecido a un golpe de estado (apodada operación “decapitación”) por parte de un poder extranjero, es decir, un intento de derrocar a Saddam Hussein y eliminar tanto a su ejército como a su partido político, pronto tomó otro cariz y pasó a ser una larguísima ocupación y otro experimento político y social de construcción violenta de una nación. Tal como sucedió en Afganistán, el experimento bélico iraquí aún continúa coleando y ocasionando enormes gastos, cuyos resultados son aún más desastrosos.

De estas guerras conducidas por Estados Unidos, el islam radical ha extraído fortaleza. Ciertamente, los radicales islamistas hablan de la presencia invasiva y aparentemente permanente de las tropas estadounidenses y bases militares en Oriente Medio y Asia Central como la confirmación de su convencimiento de que esas fuerzas están a la cabeza de una cruzada contra ellos y, por extensión, contra el propio islam (es revelador que el presidente Bush se fuera una vez de lengua llamara “cruzada” a su guerra contra el terror). Considerada en estos términos, semejante guerra es por definición un esfuerzo perdido ya que cada “éxito” sirve solo para reforzar la narrativa de los enemigos de Washington. Sencillamente, no hay manera de ganar una guerra así como no sea parándola. De cualquier modo, ese curso de acción nunca está en el “menú” de opciones en el que supuestamente los funcionarios de Washington eligen sus estrategias. Porque hacer esto, en el contexto del pensamiento guerrero, significaría admitir la derrota (a pesar incluso de que la auténtica derrota está ahí desde el mismísimo instante en que el problema fue definido como una guerra).

Al menos en parte, nuestros gobernantes persisten en semejante locura de violencia porque por encima de cualquier cosa temen admitir una derrota. Después de todo, en el mundo de la política o la cultura de Estados Unidos no hay nada más peyorativo que cargar con el sambenito de perdedor de una guerra, el de alguien que “se largó”.

En los sesenta, a pesar de sus serias dudas sobre el curso del conflicto en Vietnam, el presidente Lindon B. Johnson estableció una regla de oro con su determinación de que no sería el primer presidente de Estados Unidos que perdiera una guerra, sobre todo en un “pequeño país de mierda” como Vietnam. Fue así que se mantuvo firme; de cualquier manera, el conflicto acabó haciendo de él un perdedor y destruyendo su presidencia.

Como lo hizo notar el historiador George Herring, aunque L.B. Johnson combatió su guerra, no quería ser recordado como un “presidente guerrero”. Dos generaciones más tarde, otro tejano, George W. Bush, aceptó el mote de “presidente guerrero” con genuino entusiasmo. Cuando las cosas empezaron a estropearse, también él juró que ganaría su guerra. Frente a una creciente insurgencia en Iraq en el verano de 2003, Bush no eludió el compromiso: “Háganlos salir de la madriguera”, dijo en el mejor estilo Clint Eastwood/Harry el Sucio. Hoy día, Washington está enviando otra vez tropas a Iraq por tercera vez para contener a una insurgencia cada día más intratable, la versión radical del islam llamada Estado Islámico, un movimiento originado y en parte criado en Camp Bucca, una prisión militar estadounidense en Iraq.

Y solo para mantener las cosas en su lugar, el presidente Obama también aceptó la preeminencia de la guerra en la política estadounidense cuando pronunció su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz 2009 en Oslo. Allí, hizo una conmovedora defensa del papel de Estados Unidos, “la única superpotencia militar del mundo”:

“Con todos los errores que hayamos cometido, el hecho es este: Estados Unidos de América ha ayudado a garantizar la seguridad durante más de 60 años con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas. El servicio y el sacrificio de nuestros hombres y mujeres en uniforme han promovido la paz y la prosperidad desde Alemania a Corea y permitido que la democracia se haga fuerte en lugares como los Balcanes. Nos hemos hecho cargo de esta tarea no porque busquemos imponer nuestra voluntad. Lo hemos hecho –aparte de nuestro interés por el progreso– porque buscamos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos y porque creemos que su vida será mejor si los hijos y los nietos de los demás pueden vivir en libertad y prosperidad.”

Fue un momento en el que la presidencia Obama se declaró en sintonía con el ya omnipresente espíritu guerrero de Estados Unidos. Fue la auténtica negación de las nociones de “esperanza” y “cambio” y el inicio de la transformación de Obama, vía su programa de asesinatos con drones elaborado por la CIA, en el asesino en jefe.

Todo es una yihad

Los líderes estadounidenses de los últimos tiempos tienen algo en común con sus equivalentes en el extremismo islámico: implícita o explícitamente, todos ellos definen cualquier cosa como una yihad, una cruzada, una guerra sagrada. Pero los violentos métodos utilizados por las varias yihads –sean islámicas o seculares– en la consecución de sus objetivos solo sirven para eternizar y a menudo agravar el conflicto.

Pensad en las numerosas así llamadas guerras estadounidenses y evaluad si acaso ha habido algún progreso mensurable en alguna de ellas. En 1964, Lindon Johnson declaró la “guerra contra la pobreza”. Más de medio siglo después, todavía existe un número alarmante de personas desesperadamente pobres y, en lo que va del siglo XXI, la brecha entre los más pobres y los más ricos se ha ensanchado hasta convertirse en un abismo (de hecho, desde los días del presidente Ronald Reagan se podría hablar de una guerra contra los pobres y no contra la pobreza). ¿Y contra las drogas? Cuarenta y cuatro años después de que el presidente Richar Nixon anunciara la guerra contra las drogas aún hay millones de personas en la cárcel, se han gastado miles de millones de dólares y las drogas abundan en las calles de las ciudades estadounidenses. ¿Y la guerra contra el terror? Ya van 13 años –y seguimos contando– desde que se lanzara aquella “guerra”; los grupos terroristas, menores por sus efectivos y alcances en 2001, han proliferado salvajemente y ahora existe una cosa llamada “califato” –lo que una vez fuera una fantasía de Osama bin Laden– en Oriente Medio: el Estado Islámico, que se ha hecho con partes de Iraq y Siria; al Qaeda crece en Yemen; Libia es el reino del caos y se la reparten cada vez más organizaciones extremistas; y hoy muchos inocentes continúan muriendo víctimas de los ataques con drones de Estados Unidos. ¿Y sobre Afganistán? El negocio del opio se ha recuperado a lo grande, el Talibán está resurgiendo y la región es cada día menos estable. ¿Y en cuanto a Iraq? Es un caldero donde hierven las rivalidades y los odios étnicos y religiosos, con más armamento estadounidense en viaje para alimentar la matanza en un país que, desde el punto de vista funcional, ha dejado de existir. La única certeza en buena parte de esas “guerras” estadounidenses es su violenta continuación, aun cuando de cada una de las misiones originales solo quedan jirones.

La esencia misma de los métodos empleados por Estados Unidos y la mentalidad de los políticos que los adoptan garantizan su perpetuación. ¿Por qué? Porque mediante una guerra es imposible acabar con la adicción a las drogas y con la violencia ligada a ella. Lo mismo pasa con la pobreza. Lo mismo pasa con el terrorismo. Tampoco el islam radical puede ser derrotado con la construcción militar de una nación. Ciertamente, el islam radical encuentra su mejor caldo de cultivo en las condiciones bélicas creadas por Washington. El combate en la forma ya tan conocida no es más que el viento que aviva y propaga las llamas del incendio.

Lo que importa es la mentalidad. En lugares como Iraq y Afganistán, lugares que para la mayor parte de los estadounidenses existen dentro de un contexto de “guerra”, Estados Unidos invade o ataca, queda empantanado, derrama recursos indiscriminadamente y “crea un desierto al que llama paz” (según palabras del historiados romano Tácito). Después de lo cual, nuestros líderes se muestran sorprendidísimos al ver que el problema no hace más que crecer.

Desgraciadamente, con todo lo monótona que es, la canción sigue siendo la misma en Estados Unidos: más guerras que son conducidas cada vez de peor manera debido a la impaciencia por ver resultados en coincidencia con cada nuevo ciclo electoral. Se trata de una fórmula en la que el país está condenado a perder siempre.

Los curiosos rasgos de las nuevas guerras estadounidenses Históricamente, cuando un país declara una guerra lo hace para movilizar la voluntad nacional de lucha, como claramente lo hizo Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en ocasión de las guerras de las últimas décadas, en lugar de la intención de movilizar a la población, ha habido el propósito de desmovilizarla; incluso aunque los “expertos” son alentados a luchar y el dinero de los contribuyentes empieza a volcarse en el estado de la seguridad nacional y el complejo militar-industrial para que los conflictos puedan continuar funcionando.

Las guerras recientes, sea la relacionada con las drogas o la de Oriente Medio, nunca aparecen como un desafío que pueda ser respondido y resuelto por todos sino como algo que debe ser asumido por aquellos que supuestamente poseen la competencia y las credenciales –y las armas– para entender la situación y luchar. George W. Bush sintetizó memorablemente esta mentalidad cuando después del 11-S recomendó a los estadounidenses que salieran a hacer compras o visitaran Disneylandia y dejaran el combate a los profesionales. En resumen, la guerra se ha convertido en otra forma más de control social. Debes tener un arma o algún tipo de placa y poder hablar con energía y hacer que te escuchen; si no es así, no tienes nada que decir.

Además, lo que hace que nuestras guerras estadounidenses sean únicas para el momento que vivimos es que nunca tienen un final discernible. Porque, ¿qué es la “victoria” en la guerra contra las drogas o en la guerra contra el terror? Por definición, una vez empezadas, esas guerras son muy difíciles de detener.

Los cínicos pueden alegar que en esto no hay nada nuevo. ¿Acaso Estados Unidos no ha estado siempre en guerra? ¿No hemos sido siempre un pueblo violento? Hay verdad en esto. Pero al menos las generaciones estadounidenses de los tiempos de mi abuelo y mi padre no se definieron como guerreros.

Lo que Estados Unidos necesita ahora mismo es un programa de 12 pasos para romper el impulso de alimentar todavía más nuestra adicción nacional a la guerra. Obviamente, el punto de inicio para Washington –y más en general para todos los estadounidenses– es aceptar la necesidad de dar ese primer paso y confesar que tenemos un problema que no podemos resolver nosotros solos. “Hola, soy el Tío Sam y soy un adicto a la guerra. Sí, mi adicción es a la guerra. Sé que esto es destructivo para mí y para los demás. Pero no puedo parar; no puedo sin ayuda.”

Es frecuente que el verdadero cambio empiece con una confesión. Una confesión hecha con humildad. Admitiendo que uno no puede controlar todo, no importa lo violenta que pueda ser la rabia que uno tenga; desde luego, esa rabia no hace más que agravar el problema. Estados Unidos necesita hacerse una confesión como esta. Solo a partir de ella podremos empezar a desengancharnos de la guerra.

William J. Astore es teniente coronel retirado de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (USAF, por sus siglas en inglés); es colaborador regular de TomDispatch. Administra el blog The Contrary Perspective.

jueves, 25 de junio de 2015

Colombia: “El helicóptero Black Hawk fue derribado por las FARC”



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Dick EMANNUELSSON / ANNCOL/ Resumen Latinoamericano/ 24 de Junio 2015  .- Foto: “Un Black Hawk blindado no se quiebra o se parte por unas minas quiebrapatas. El helicóptero fue derribado por las tropas guerrilleras”, dice la fuente de ANNCOL. Foto:Particular.
De una fuente fidedigna de ANNCOL se confirma que el helicóptero que supuestamente “aterrizó en un campo minado”, en realidad fue derribado por la guerrilla.
Ayer el Ejército Nacional de Colombia confirmó que un helicóptero Black Hawk UH-60 había explotado en la zona rural del municipio de Teorama (Norte de Santander) durante el aterrizaje. El aparato pertenecía a la contraguerrilla de la Brigada 30 de la Fuerza de tarea Vulcano. Murieron cuatro soldados profesionales mientras seis de sus compañeros quedaron con graves heridas en la explosión.
Las primeras versiones del caso hablaban que el helicóptero aterrizó en un campo minado preparado por la guerrilla, supuestamente por las Farc. El mismo comandante del Ejército, general Jaime Lasprilla, señaló en una rueda de prensa que las causas que generaron la explosión era un campo minado y descartó que el aparato fue derribado o que tenía fallas técnicas.
Una “quiebrepata” no quiebra un Black Hawk
ANNCOL ha hecho varios sondeos y una fuente que usualmente usamos para tener certeza sobre distintos temas, sostiene que el general Lasprilla trata de crear una cortina de humo por el penoso caso de un helicóptero derribado por la guerrilla.
– No murieron todos los militares. Seis de ellos están vivos y pueden confirmar o desmentir si era un campo minado o si el aparato fue derribado. Ellos estaban presentes, dice la fuente de ANNCOL.
También entrega otro elemento que debe ser tomado en cuenta:
– Los campos minados contiene explosivos que los generales llaman “minas quiebra patas”, y que sí, quiebra pies cuando explota. Pero es una gran diferencia entre un pie y un helicóptero que se quiebra en dos partes. El Black Hawk es además un helicóptero blindado, resiste no solo tormentas en el aire sino también tiros de las ametralladoras. El general Lasprilla debe pasar por duras contradicciones personales, por que como un experimentado general, sabe perfectamente bien, que un Black Hawk no se quiebra o se parte por unas minas quiebrapatas.
– El helicóptero fue derribado por las tropas guerrilleras que se mueven como el pez en el agua en esta región, dice la fuente de ANNCOL.
Según el general Lasprilla, el Black Hawk realizaba labores de abastecimiento y apoyo a las tropas terrestres del Ejército que durante varios días han librado combates. Según el Ejército el hecho le atribuyó a la Compañía de Resistencia del Catatumbo de las FARC. De la guerrilla todavía no ha salido un parte de guerra que confirma o desmiente las declaraciones del general Lasprilla.
¿Ahorrando vidas o intensificar la guerra?
Desde que las FARC no querían recibir más bombas a sus campamentos o más asesinatos de negociadores de paz de esta guerrilla, la guerra se ha intensificado. Todos los días hay varios combates o acciones armadas en contra la economía de guerra del Estado. Mueren guerrilleros y soldados, hijos del mismo pueblo en una guerra que no es los soldados sino de un Poder Fáctico que no quiere ceder un solo milímetro de su poder en las negociaciones de paz, dicen los conocedores del conflicto social y armado.
La muerte del soldado Franklyn Gamboa Monsalve, de 25 años de edad, natural de El Zulia (Norte de Santander), ahora es utilizada por RCN y Caracol y los demás medios corporativos para atacar a la insurgencia por “su descaro de suspender su cese al fuego unilateral”. Pero hay que distinguir entre Causa y Efecto.
Si Santos había aceptado el cese al fuego bilateral o, como dice el Comisionado por la paz de la ONU en Colombia, una tregua bilateral, se había ahorrado centenares de vidas como la vida de este soldado. Él planeaba a retirarse de lasFF.MM. y la guerra en Colombia después que naciera su hija hace un mes. Desgraciadamente fue unos de los cuatro muertos en el derribamiento del helicóptero en el Norte de Santander.
“La esposa, la mamá e inclusive, yo también, le habíamos dicho que se retirara, que ya tenía una niña, que pensara que iba a ser muy difícil que la viera. Él estaba pensando en retirarse, estaba en eso”, dijo Elkin Leonel García, cuñado del uniformado, al diario El Tiempo.

martes, 23 de junio de 2015

EE.UU., la peor amenaza latinoamericana

Alai

Un asunto de “estrategia” de un imperio decadente, el de Estados Unidos (EU), que da coletazos y aun así se resiste a morir. Sigue “trabajando” al modo como lo sabe hacer: imponiendo sus políticas por el mundo para conseguir sus fines, en un plazo de tiempo de unas pocas décadas, de unos cuantos años. Valga decir, con políticas redefinidas o rediseñadas desde los autoatentados del 11 de septiembre 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York para acá.

Solo recuérdese que en América Latina a EU no le cuaja la idea del “terrorismo”, para con ese pretexto de “falsa bandera” atacar interviniendo a los países. Como le funcionó en Irak y en Afganistán, para apoderarse del control energético y las drogas. No. Pero le funciona a la perfección la “guerra contra las drogas”, en aras de la cual está controlando el negocio, a la vez que militarizar aquellos países como Colombia y México, sentando las bases para la desestabilización. Con ambos países, sobre todo con este último, le está funcionando muy bien la perversa “guerra antidrogas”, a la sombra de la “ayuda” del “Plan Mérida”.

Valgan algunos ejemplos de dicha estratagema:

1.- Los planes de defensa de los intereses de empresas estadounidenses generan situaciones de crisis desestabilizando a los gobiernos “no afines” en Latinoamérica, como sucede en los casos de Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, etcétera. Los países tienen, pueden y deben buscar sus propias vías para salir del atraso, hacer y aplicar sus mejores políticas económicas. Dar al traste con cientos de años de colonialismo, explotación y sumisión.

2.- Utilizando igualmente planes desestabilizadores, pero a un paso más lento (estilo “guerra de baja intensidad”, por otros medios), con aquellos gobiernos que son “aliados”, Estados Unidos los desestabiliza pero al mismo tiempo los utiliza como trampolín contra otros que intentan mantener una relativa “autonomía” o independencia en sus políticas internas. Países sometidos o controlados como México, Colombia y Perú, donde avanzan los planes de desestabilización imperial; otros como Honduras y también Colombia (ambos con bases militares), que le sirven a EU de plataforma contra otros, los del resto de Centroamérica y Sudamérica en este caso.

3.- Contra Cuba la táctica es otra, diferente a la de los últimos 50 años. Barack Obama, que resultó uno de los presidentes menos confiable para el mundo, porque sirve perfectamente a los intereses angloamericanos, ha vuelto a la vieja política de “la zanahoria y el garrote”. Con el garlito de “reconocer” que su política de bloqueo económico, comercial y financiero contra la isla no le ha funcionado —tampoco ve en ello su derrota—, ha comenzado a operar con otros medios para conseguir los mismos fines: desestabilizar al régimen cubano de los Castro desde adentro, al tiempo de romper el protocolo, el ejemplo de alta moral que ha significado la Cuba “digna” para Latinoamérica frente al imperio. De todas maneras, nada se logrará contra la enseñanza de los pueblos. Vietnam es el mejor ejemplo, le sigue Cuba.

4.- Las estrategias para lograr sus fines son orquestadas por las agencias de inteligencia y de espionaje con aprobación o dirigidas desde Washington, y por los centros de operación como las embajadas en todos los países, y otros organismos de “ayuda” como la USAID (por decir las menos), hasta las claramente desestabilizadoras como la CIA y DEA. Si en EU no hay golpe de Estado es porque no hay Embajada de EU, repite con frecuencia Evo Morales. Pero es realidad una vieja anécdota (años 60 y 70) del golpismo contra los gobiernos de América Latina. No obstante, ¿el asesinato de Kennedy no fue una suerte de golpe de Estado? Ciertamente, y orquestado por la propia CIA.

5.- Lo que sirve a las empresas multinacionales u oligopólicas de origen estadounidense, funciona también para los intereses imperiales de EU. Desde el punto de vista de la economía de “libre mercado”, ese discurso es uno de los mejores “artilugios” del capitalismo para controlar económicamente a los países a través de las empresas que generan “inversión” y “empleo” para el “desarrollo”. Son las directrices neoliberales que imponen las políticas macroeconómicas que conllevan la destrucción de las clases media y trabajadora, y atenta contra la población en general. Los tratados comerciales son una herramienta de control de los gobiernos y para fines externos y claramente perversos. Ambos procedimientos, los tratados comerciales y las políticas neoliberales, instrumentos de la susodicha globalización que, se presume, sacaría a los pueblos de la miseria.

Ninguna de las tácticas mencionadas resulta favorable a los Estados latinoamericanos. Todo lo contrario, son atentatorios de la organización estatal y nacional de los pueblos. La desestabilización gestada con la aplicación neoliberal rompe las estructuras de los estados nacionales que costaron décadas construir, y genera las bases para la incorporación de otros métodos, como son los violentos (los espacios ganados por las mafias, no pocas veces cubiertas desde los poderes políticos locales corruptos). Eso le pega directamente al corazón de las estructuras del Estado, a los gobiernos y a los mecanismos de control social para la consecución del equilibrio y el bienestar. Rompe con los sistemas de organización política y mete bulla a aspectos como las elecciones, la representatividad, la legitimidad y los fines nacionales de largo plazo.

No obstante ello, aun así las políticas de Washington siguen interponiendo sus ardides con la finalidad de derrocar aquellos gobiernos no alineados a sus intereses. Venezuela es un corazón batiente en Suramérica. Ecuador otro tanto. De Honduras, ni que decir que las declinaciones desde Micheletti (tras el derrocamiento por golpe de Estado contra Manuel Zelaya) a la fecha son de sometimiento.

No queda más que prevenir y actuar. La denuncia es crucial, puesto que las políticas de los EU son de aplicación constante; no le paran ni un momento. En México en particular, pero en Latinoamérica en general, desde los gobernantes hacia los demás círculos de la sociedad, incluyendo al sector académico y a los medios de comunicación, todos están acostumbrados a ver las cosas a toro pasado; es decir, analizar, revisar, concluir, planificar y reaccionar cuando los hechos han sido consumados.

En tanto la estrategia de los gringos es continua utilizando la prospectiva para analizar y la ofensiva para crear su propia realidad afín. Porque el gobierno trabaja permanentemente como Estado en guerra. Es violencia día tras día, porque aplica la estrategia del imperio romano: de vasallaje, sometimiento, violencia y guerras continuas. No queda más que la denuncia. Luego vienen la solidaridad, la organización y la reacción, individual y colectiva. El asunto no es solo Latinoamericano, sino mundial, porque en otras regiones también hace lo propio.


URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/170527 

Respuesta a una estudiante australiana sobre el sistema educativo cubano


Rosa Báez, excelente compañera e incansable bloguera revolucionaria, me solicitó responder a la inquietud de una de sus lectoras, joven australiana que realiza un proyecto de estudios sobre la educación cubana. No casualmente en estos días en que nuestros amigos de la solidaridad y la lucha contra el bloqueo, los amigos de nuestros amigos, y muchísimos otros estadounidenses que vienen en plan de “descubrimiento”, nos visitan, he tenido que responder a interrogantes similares.
Pienso que existen en no pocos compañeros y compañeras de izquierda, aprehensiones y justas preocupaciones sobre el impacto de las relaciones con los Estados Unidos. Abundan los juicios de extrema negatividad y las lecturas que dan por perdida la Revolución a plazo histórico. Y tales realidades multiplican en nuestros interlocutores, la necesidad de conocer cómo pensamos los que estamos dentro de la Isla-archipiélago. En este propósito comparto la respuesta que le envié a la citada estudiante:
Le agradezco que esté en un proyecto de estudios sobre Cuba, y en particular sobre la educación cubana. Sobre su pregunta alrededor de cambios en mi país, vista las relaciones con los Estados Unidos, debo comentarle lo siguiente:
La educación cubana está concebida de manera estratégica, con o sin relaciones con los Estados Unidos, con bloqueo o sin bloqueo. Nada va a cambiar en lo inmediato (2016) en la propuesta educacional, porque se restablezcan relaciones con el país del Norte. En la inmediato sigue el bloqueo, en lo inmediato también, el Presidente Obama declara que las relaciones son solo “para buscar una nueva vía” para destruir la Revolución, porque según reconoce está probado que lo que hicieron en el medio siglo anterior fue derrotado. Esta búsqueda a mediano plazo de destruir la Revolución, con “nuevos” métodos, probablemente de intensificación de la subversión ideológico-cultural, sin dudas coloca a la educación cubana y a todo el sistema de la cultura nacional ante retos, que se reflejaran necesariamente en la educación. Sobre esto último tendremos que atenernos a responder lo que pretendan hacer nuestros adversarios ideológicos y políticos, y de seguro volveremos a derrotarlos.
Al aflojarse la cruel e inhumana política de los Estados Unidos contra Cuba, se va a favorecer la educación dentro del país del Norte, porque como ya ocurre, muchos profesores y alumnos estadounidense podrán visitar e intercambiar con sus homólogos cubanos, aprender de una realidad como la de mi país, y ello será un hecho muy positivo para la educación norteamericana, comida por el mercantilismo, la tecnocracia inculta y el individualismo.
De tal relación nos beneficiaremos en Cuba, en primer orden en lo humano: Con el pueblo estadounidense tenemos una fraternal relación desde hace más de tres siglos (pocos conocen que los criollos blancos, negros y mulatos cubanos, pelearon en el territorio continental por la independencia de la vecina nación, y que el general Washington tuvo en Cuba su más firme bastión de apoyo económico y aseguramiento de retaguardia).
En medio de no poca mediocridad, existe en los Estados Unidos una intelectualidad universitaria (de izquierda y también de derecha) con sólidas e importantes fortalezas y muchas virtudes a compartir con sus colegas cubanos, puedo dar fe de ello, porque en lo personal he aprendido mucho con mis colegas estadounidenses de la Pedagogía Crítica, y también en el debate respetuoso e inteligente con quienes solo ven del socialismo sus errores históricos.
Los jóvenes estudiantes que nos visitan son la realidad y a la vez el futuro de las relaciones entre las dos naciones, podemos con ellos hacer la siembra de cooperación y solidaridad, frente a quienes los impulsan a aventuras de guerra y muerte para defender los intereses de las grandes corporaciones del capital financiero y el complejo militar-industrial. Los jóvenes estudiantes y profesionales estadounidense, en su conjunto, hacen un “trabajo político-ideológico” muy positivo en su contacto con los jóvenes cubanos, pues les describen “la verdad” de vivir en el capitalismo sin cuentos de hadas, y nada mejor que los de aquí, puedan acceder en directo a esos testimonios.
También la relación, nos puede favorecer en varios temas de infraestructura y desarrollo de la economía del conocimiento, si a pesar del bloqueo se permite la transferencia de tecnología, si se desbloquea el acceso cubano a la banda ancha de Internet, algo que Estados Unidos impide, y si se gestionan fondos para investigaciones, docencia y publicaciones conjuntas.
Como puede constatar, TODO lo que le menciono en el rubro “beneficios”, no “cambia” lo que hacemos. Serán relaciones para continuar la línea estratégica de la Revolución Cubana en la educación, lo que tendrá siempre por finalidad, formar un ciudadano y una ciudadana socialistas, patriotas humanistas e internacionalistas, hombres y mujeres cultos, dotados de lo mejor de la ciencia y la tecnología contemporánea, para bien de sus personas, de sus familias, de Cuba y del mundo.
Su pregunta de cambios en la educación cubana para el 2016, si tiene una respuesta afirmativa, en lo que a la política interna cubana se refiere, en lo que hacemos para enfrentar y resolver nuestros propios problemas e insuficiencias, sobre todo aquellas que no son “culpa” del imperio y de bloqueo, a pesar de la global interconexión de sus afectaciones sobre el conjunto de las personas, su vida cotidiana e institucional. Le adelanto que hoy la mayoría de los maestros y maestras, los padres, madres y familias, estamos muy satisfechos y comprometidos con lo que se realiza desde el Ministerio de Educación. Se habían acumulado un grupo de deterioros y errores, que hoy se han evaluado con valentía autocrítica, y se ven las soluciones en curso. Nos queda muchísimo por hacer, por cambiar para recuperar lo perdido, y por cambiar para enfrentar lo que crece, es cualitativamente superior, y en tanto impone la articulación de imprescindibles rupturas dialécticas.

lunes, 22 de junio de 2015

El racismo: forma de sometimiento funcional al capitalismo





“Lo que anhelamos para todo hombre, mujer y niño es una existencia en la cual el ejercicio de las dotes individuales y los derechos personales, quede confirmado por una solidaridad dinámica de nuestra pertenencia a esa sola familia que constituye la humanidad”
Declaración de Durvan.

El racismo es una forma ideológica de sometimiento, es criatura de la esclavitud y del imperio. Fue desarrollado para justificar la negación, por parte del capitalismo, de la igualdad de derechos prometida a la humanidad, a los oprimidos de las colonias - principalmente en América y África -; se suponía que las condiciones materiales del capitalismo moderno que habían dado lugar a su nefasto surgimiento habían cambiado pero no es cierto ahora siguen dando lugar a otras variantes de racismo.

No solo, el «nuevo racismo»(1), el que pone de realce la superioridad biológica de un “razas” sobre otras, cuando solo existe la raza humana,  sino también el que hace énfasis en las diferencias culturales entre  grupos «étnicos». El que los ideólogos reaccionarios esparcen de esas diferencias culturales entre pueblos “blancos” europeos, no  europeos, norteamericanos y de sus descendientes en las colonias que hacen imposible que puedan vivir junto a los nativos en la misma sociedad; sino también, el racismo de clase por el que perdura el dominio y la explotación.

La misma ciencia demuestra que las diferencia biológicas “Genética de poblaciones” (2), no son argumento para sostener que haya una etnia superior a la otra, pero el racismo biológico persiste y trasmuta a las formas de la cultura. Los sectores reaccionarios con sus argucias condicionan a las etnias que para ser considerados ciudadanos deben separarse de las reivindicaciones de sus comunidades o de sus antepasados, de donde emigraron y asimilar la cultura dominante impuesta.

El racismo es una concepción profunda de clase que al capitalismo no le interesa superar, pues le significa mano de obra barata, le permite atizar la desconfianza y división en las formas organizadas de los trabajadores y del sector popular, debilita las posibilidades de unidad por las reivindicaciones sociales, políticas, económicas y culturales. El racismo ofrece al individuo - los que se consideran a sí mismos -  “blanco” (3) espacios que niega a otras etnias o colores, ofrece prebendas como alivio, para permitirle hacer parte del grupo dominante, especialmente en momentos de crisis.



En su trasegar a la consolidación, el capitalismo no reproduce su “dominación" (4) espontáneamente, para hacerlo utiliza de manera continua, formas ideológicas en particular el racismo, vincula campañas o escándalos con propagandas hábilmente preparadas. Para muestra podemos tomar el caso de la revista española Hola, que despertó polémica al publicar en su portada(5) a “Cuatro señoras de la alta sociedad de Cali, sentadas en una lujosa terraza adornada por jarrones, cojines, palmeras, una vista preciosa y, al fondo, dos empleadas, de color negra, uniformadas, portando bandejas de plata y ubicadas a los costados para adornar el escenario, una foto en cuya parte superior aparece la leyenda siguiente: "Las mujeres más poderosas del Valle del Cauca en la formidable mansión hollywoodiense de Sonia Zarzur, en el Beverly Hills de Cali”. La descripción de la imagen revela que hay hechos ocultos como la historia, la tradición, dominación y el racismo de clase.

Al racismo hay que enfrentarlo conscientemente, pues es enemigo de la justicia y de la igualdad, es un símbolo del odio, de la explotación y la xenofobia, es discriminación. En definitiva, hay que convocar a todas las fuerzas democráticas para luchar contra la ideología y dogmas del racismo y sus variantes pero para que este anhelo se haga realidad es necesario comprometer a las fuerzas sociales que buscan los cambios democráticos en la conducción del país, solo destruyendo este símbolo de la dominación y del sometimiento será posible destronar a la élite dirigente actual, hijos de las mismas familias que siempre han gobernado y cuyo interés es dar continuidad al dominio de su clase. Al “ex-presidente Alfonso López Pumarejo, el mandatario liberal y más moderno que tuvo Colombia en el siglo XX, le atormentaba el hecho de que sus hijos se juntaran con personas de una clase social inferior a la suya” (6).

El 21 de mayo estuvimos presentes e igualmente nos unimos a la convocatoria del día de la afro colombianidad y por consiguiente también apoyamos el Decenio Internacional de los Afro descendientes que inicio en enero de 2015 hasta el 31 de diciembre de 2024- por la defensa de sus derechos, de los derechos de las mujeres, del derecho a la vida, el derecho al trabajo, a la educación, a la salud, a la vivienda, etc., de todas y todos los colombianos; con justicia social y democracia real. La lucha contra el racismo no lo podemos apartar de las reivindicaciones sociales, económicas, políticas y culturales a las que aspira la nueva sociedad.

Los acuerdos firmados en la Mesa de la Habana son útiles para esta batalla política e ideológica contra todas las formas de discriminación, lo mismo que para refrendar los acuerdos, es necesario convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que vincule los acuerdos a la nueva constitución para garantizar un verdadero tratado de paz que permita que los colombianos y colombianas podamos verter nuestras opiniones sin miedo a ser discriminados, ni asesinados. No más racismo, igualdad real de derechos y oportunidades.

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Por Francisco González, Delegación de Paz de las FARC-EP   IJunio de 2015I 
Martin Barker es uno de lo escritores que han destacado la emergencia de lo que llama el «nuevo racismo», que pone de realce no la superioridad biológica de unas razas sobre otras, sino las diferencias culturales entre grupos «étnicos»40
2.No hay demostraciones científicas que verifiquen ni desmientan la existencia de razas humanas, o lo que es lo mismo, la dependencia de la genética en las diferencias de actitud, pensamientos, capacidades físicas y en general de todos los procesos orgánicos y mentales.
3. El racismo ofrece a los trabajadores blancos el alivio de considerarse parte del grupo dominante; en momentos de crisis, también proporciona un chivo expiatorio a punto, que es el grupo oprimido. Alex Callinicos es militante destacado del Socialist Workers Party (GB). Folleto publicado por En lucha : mayo de 1996
4.La dominación capitalista no se produce automáticamente. Una de las formas de organizarla es el fomento del racismo. Sucede continuamente: George Bush utilizó cínicamente el racismo para lograr la victoria en las elecciones presidenciales de 1988 en los Estados Unidos.
5.Página Web FOROS: Piezas decorativas y de servicio. Opciones. Señoras de bien. Por: Mauricio García Villegas: Cuatro señoras de la alta sociedad de Cali, (…)”.
6Se sabe cómo al presidente Alfonso López Pumarejo, el mandatario más liberal y moderno que tuvo Colombia en el siglo XX, le atormentaba el hecho de que sus hijos se juntaran con personas de una clase social inferior a la suya. Elespectador.com| elespectador.comPublicado: 12-10-2011 01:59 PM


viernes, 19 de junio de 2015

La hora de los partidos-movimientos


Outras Palavras

Las convergencias antisistema sacuden las elecciones. Algunas tratan de superar el capitalismo pero tienen poco poder. ¿Cómo no frustrar a la sociedad e influir en el orden mundial?
En los países en los que hay elecciones, existen normalmente dos partidos principales ubicados más o menos en el centro de las ideas de los electores del país. En los últimos años se ha producido una cantidad importante de elecciones en las cuales algún movimiento contestatario ganó las elecciones o por lo menos eligió una cantidad suficiente de representantes para que el partido gobernante necesite su apoyo.
El último ejemplo ha sido el de la provincia de Alberta, en Canadá, en el que el Partido Nacional Democrático (NPD), participando con una plataforma cercana a la izquierda radical, inesperadamente alcanzó el poder detentado sin dificultades desde hacía bastante tiempo por un partido de derecha, los Conservadores Progresistas. Lo que vuelve a este acontecimiento mucho más sorprendente es que Alberta está considerada la provincia más conservadora de Canadá y es el sostén del primer ministro del país, Stephen Harper, en el poder desde 2006. El NPD ganó además 14 de las 25 bancas en Calgary, bastión de Harper.
Alberta no es el único caso. El Partido Nacional Escocés (SNP) ganó las elecciones en Escocia habiendo sido históricamente un partido marginal. El partido de ultraderecha polaco Partido de la Ley y la Justicia derrotó al candidato considerado conservador y pronegocios, la Plataforma Cívica. Syriza en Grecia, que desarrolló una plataforma antiausteridad, está actualmente en el poder y su primer ministro, Alexis Tsipras, lucha para alcanzar sus objetivos. En España Podemos, otro partido antiausteridad, está creciendo firmemente en las encuestas y parece hallarse en condiciones de dificultar o imposibilitar la permanencia en el poder del partido conservador, el Partido Popular. También la India está celebrando ya un año en el poder de Narendra Modi, que participó con una plataforma que desalojó a partidos tradicionales y dinastías de poder.
Estas elecciones contestatarias tienen siempre algo en común. En todas las campañas los partidos que sorprenden utilizan una retórica calificada de populista. Es decir, afirman que están luchando contra las élites del país que tienen mucho poder e ignoran las necesidades de las amplias mayorías de la población. Insisten en la necesidad de crear empleos, especialmente en aquellos lugares en que se manifiesta un gran aumento de la desocupación.
Además esos movimientos siempre destacan la corrupción de los partidos en el poder y prometen acabar con ella o por lo menos reducirla drásticamente. Con esos argumentos respaldan el cambio, un cambio real.
Sin embargo debemos observar más de cerca esas protestas. En modo alguno son todas iguales. Existe, entre ellas una grieta fundamental que se puede percibir en cuanto nos desembarazamos de su retórica. Algunos de esos movimientos contestatarios son de izquierda, como Syriza en Grecia, Podemos en España, el SNP en Escocia o el NDP de Alberta, y otros netamente de derecha, como el de Modi en la India o el Partido de la Ley y la Justicia en Polonia.
Los de izquierda encaran centralmente sus críticas en temas económicos. Su retórica y sus movilizaciones se basan en el sistema de clases. Los que están a la derecha se afirman principalmente en cuestiones nacionalistas, normalmente con un énfasis xenófobo. La izquierda quiere combatir el desempleo generado por las políticas gubernativas incluyendo, claro, mayores impuestos a las grandes riquezas. La derecha quiere combatir el desempleo previniendo la inmigración en incluso deportando a los inmigrantes.
Cuando llegan al poder, tanto los movimientos de izquierda como los de derecha, descubren que es muy difícil cumplir las promesas populistas de sus campañas. Las grandes corporaciones disponen de instrumentos para limitar las medidas que las perjudican. Actúan en nombre de esa mítica entidad a la que llaman “mercado” con el apoyo y la complicidad de otros gobiernos y de los organismos internacionales. Los movimientos contestatarios descubren entonces que si presionan demasiado el presupuesto del Gobierno se reducirá, al menos en el corto plazo. Pero para las personas que los votaron el corto plazo es el lapso que permite seguir aprobándolos. El día de gloria y de poder de los movimientos de protesta corre el riesgo de hallarse muy limitado. Entonces “firman compromisos” que irritan hasta al más militante de sus partidarios. No hay que olvidar que quienes apoyan un cambio de gobierno son siempre muy heterogéneos. Algunos son militantes que luchan por un gran cambio mundial y por el papel que sus países desempeñarán en dicho cambio. Otros están simplemente cansados de los partidos tradicionales que se vuelven reiterativos y poco sensibles. Algunos apoyan no seguir tolerando a gente tan ruin como la que está en el gobierno. En síntesis, estos partidos-movimientos no son un ejército organizado, sino una alianza inestable y fluctuante de muchos y diferentes grupos.
A partir de esta situación podemos consignar tres conclusiones. La primera es que los gobiernos nacionales no tienen todo el poder necesario para hacer lo que quieren. Se hallan totalmente restringidos por el funcionamiento del sistema mundial, que funciona como un todo.
La segunda conclusión es que mientras tanto algo se puede hacer para aliviar el sufrimiento de las personas comunes. Es posible tratando de reasignar la distribución de las rentas por la vía tributaria u otros mecanismos. Los resultados pueden ser solo temporarios. Pero una vez más quiero recordar que todos vivimos en el corto plazo y lo que podamos conseguir en él es una ventaja y no una desventaja.
La tercera conclusión es que si uno de esos partidos llega a ser un partícipe serio de los cambios en el sistema mundial no debe limitarse al populismo de corto plazo y comprometerse en cambio en acciones de mediano plazo para influir en la lucha global en este período de crisis sistémica y de transición hacia un sistema mundial alternativo, que ha comenzado y se halla en curso.
Solo cuando los partidos-movimientos de izquierda aprendan a combinar medidas de corto plazo para “minimizar el dolor” con esfuerzos de mediano plazo para influir en la lucha por un nuevo sistema, podremos albergar alguna esperanza de llegar a la salida que deseamos, un sistema mundial relativamente democrático e igualitario.
Traducido al portugués por Gabriela Leite
Fuente: http://outraspalavras.net/destaques/wallerstein-limites-e-esperancas-dos-partidos-movimentos/

Los universos paralelos

Resumen de la ponencia en Naciones Unidas el 26 de mayo



En el Foro Social de Porto Alegre de 2005 Eduardo Galeano recordó la respuesta que alguna vez dio su amigo Fernando Birri a la pregunta “¿Para qué sirve la utopía?” “Yo sé que ella está en el horizonte”, contesto Birri. “Cada vez que doy un paso ella se aleja un paso… ¿Para qué sirve entonces, entonces? Sirve para eso, para caminar. José Saramago no estuvo de acuerdo: “las utopías no sirven para nada; lo que ha transformado al mundo fue la necesidad”.
Ésta, entiendo, es una respuesta que intenta ser pragmática pero refleja no solo la frustración de los intelectuales de izquierda desde los ochenta sino también un pensamiento muy anterior que data del siglo XIX: el pensamiento marxista según el cual la base material es la que dicta sus leyes a la superestructura, es decir, las necesidades materiales y los sistemas de producción sobre la ética, la educación, la religión, el arte, etc. Afirmar que algo como una idea (una utopía) desde la superestructura es capaz de cambiar la realidad material no pertenece al marxismo ortodoxo. De igual forma, Ernesto Che Guevara era marxista en la teoría e inadvertidamente antimarxista en su concepción más profunda: no solo por su romántica idea de que un grupo o un individuo como Don Quijote podía cambiar el mundo, sino por su insistencia en la fuerza de un cambio moral como motor para cambiar una realidad social.
Uno de los libros fundacionales de las utopías moderas fue, precisamente, Utopía (1516), de Thomas More. Lo que hoy es América Latina iba a jugar en esta nueva tradición un rol decisivo: More se inspiró en las cartas que Américo Vespucio escribió a principios de la era del descubrimiento del Nuevo Mundo. Vespucio había reportado que en estas tierras los nativos eran pueblos muy saludables y tenían extraños hábitos: no tenían en gran estima por las riquezas materiales, desconocían la propiedad privada y se bañaban todos los días. El machismo, una institución consolidada en Europa y exportada al nuevo mundo, no era lo suficientemente fuerte como para estimar la virginidad en la mujer o mantenerla alejada de los asuntos públicos.
Más allá del hecho de si las cartas de Vespucio (como las de Hernán Cortés o las de Bartolomé de las Casas) son exageradas o no, lo cierto es que revelan una época: tanto América como Utopía expresaban los sueños y las aspiraciones de una Europa que se abandonaba a la pasión individualista, de la conquista y del dinero; la avaricia, cupiditas, dejaba de ser un pecado para convertirse en una virtud. El cristianismo renacentista desacralizó el mundo y sacralizó la salvación individual: si el mundo ya no era sagrado sino materia, estaba bien explotarlo sin condenar a la humanidad a la perdición. Es decir que la utopía fue, desde muchos puntos de vista un sueño colectivo, la expresión simbólica del deseo de lo que no se es o no se tiene, la culpa por lo que no se ha hecho o se ha hecho mal, un sueño que en muchos casos terminó en pesadilla.
El tiempo europeo que, gracias a los primeros humanistas modernos del siglo XIV, dejó de ser concebido según las Eras de los metales como un proceso inevitable de degradación y corrupción y en los siglos posteriores pasó a ser una gráfica ascendente, donde todo tiempo pasado fue peor; lo mejor estaba por delante, hacia el futuro: el progreso y la superación de todos los males gracias al conocimiento del hombre y del mundo.
El capitalismo y el marxismo serán dos versiones de esta misma concepción fundadora: existe el progreso ético y material y hacia atrás están los tiempos oscuros, los mitos y el Cosmos encantado. Desarrollo era, y en muchos casos lo es todavía, simplemente riqueza, industrialización. Pero si en décadas anteriores las altas y humeantes chimeneas eran orgullo nacional y hasta los poetas cantaban loas a la contaminación, en nuestro tiempo es el consumo y las torres de cristal que se acumulan una al lado de la otra y compiten por su tamaño sin vestigios de la perdida sacralidad de la sangre y del mundo.
Diferente, el mundo amerindio no separó la sangre del espíritu, los hombres y las mujeres del universo natural ni se regían por la concepción judeocristiana del tiempo lineal. Como en muchas otras culturas, era un tiempo circular. El progreso, la virtud, el sentido de justicia era y vuelve a ser más bien una restauración del origen. Así, la utopía termina en los intelectuales comprometidos, en los revolucionarios tal como comenzó en el siglo XVI: inspirada en Amerindia, en el cuestionamiento a la irracionalidad del consumismo, a la avaricia y al individualismo desde una visión ecologista, que también es una reivindicación indígena e indigenista.
Claro, las utopías son tan antiguas como las religiones. El paraíso cristiano y musulmán ola moksha, la liberación del Samsara hindú son claros ejemplos. Pero en nuestro tiempo las grandes utopías son unánimemente entendidas y asociadas a formas ideales de sociedad. Este tipo de utopías modernas tuvieron un auge en el siglo XIX y un declive en la posmodernidad. Como hemos dicho antes, a finales del siglo pasado (por entonces, a la angustia de las persistentes catástrofes sociales ya se había sumado la angustia por la catástrofe ecológica), en la Era moderna los hombres discutían cómo organizar la sociedad perfecta; en la Era posmoderna o neo medieval los hombres (y ahora las mujeres también) estamos preocupados en saber cómo vamos a salvar al mundo de la catástrofe. Desde el fin de la modernidad, tanto en la academia como en Hollywood las distopías comoTerminator son más populares y bastante más verosímiles que las utopías.
Muerta la Era moderna, o más bien desprestigiada, la Era posmoderna hizo el camino inverso: si la anterior había sacrificado seguridad a cambio de una novedad, la libertad, nuestro tiempo sacrificó libertad por seguridad, desde las incontables y diversas dictaduras del segundo y tercer mundo hasta las democracias contemporáneas del primer mundo, controladas por el gran capital privado y el espionaje estatal de la vida privada.
Pero la Era moderna nos legó dos viejos demonios que hoy son dioses: la igualdad y la diversidad. Ambos son caras de la misma moneda, ya que somos iguales porque somos diferentes y no se puede revindicar uno sin defender el otro. Pero no cualquier diferencia vale. Las diferencias que llamamos diversidad y que no contradicen la igualdad de derechos son las diferencias horizontales, que antes eran verticales, no solo en la práctica sino también en su legitimidad social. Tanto la igualdad como la diversidad necesitan de la libertad y de la seguridad, pero no administradas verticalmente sino horizontalmente. Es decir, la libertad no se opone a la igualdad si es una igual libertad, si todos los que somos diferentes tenemos una cuota, si no semejante al menos suficiente de libertad. Pero para que esto ocurra, es necesaria una distribución mínima, razonable o necesaria, del poder. A este tipo de utopías, que en cierto grado han dejado de serlo, llamamos progreso, a los que críticos como Eduardo Galeano han contribuido decisivamente, no solo por su crítica a los poderes hegemónicos sino por suconcepción existencial, que es más propia del mundo amerindio que de la filosofía (marxista) europea.
Tiempo y lenguaje
Es común considerar que el pasado está hacia atrás y el futuro hacia adelante. Ésta es una concepción, aunque unánime, del todo arbitraria. Así como el norte no está hacia arriba, el futuro no está hacia adelante. El idioma ha atrapado la idea de nuestro cuerpo que camina hacia adelante y lo ha fijado en nuestra concepción del tiempo. Mucho más en inglés, donde las acciones son más recurrentes que las contemplaciones, donde no se distingue ser de estar pero se distinguen diferentes formas de hacer (to make/to do, sin entrar a considerar el vasto vocabulario coloquial que se refiere al dinero o a los negocios hasta en el acto de comer o simplemente de saludar), donde las distinciones en tiempo pasado son menos sofisticadas que en otras lenguas como el español.
En mentalidades y civilizaciones como la nuestra, la acción predomina sobre la contemplación de la existencia, y por lo tanto el futuro está hacia adelante. En culturas más contemplativas como en la antigua Grecia o en las andinas, el tiempo era un rio que fluía desde nuestra espalda hacia lo que tenemos por delante. Es decir, el pasado estaba hacia adelante y el futuro hacia atrás. Esta concepción, que en principio puede parecernos absurda es aún más lógica que nuestra propia concepción del tiempo: si podemos ver el pasado en formas de recuerdos y no podemos ver el futuro incierto, entonces lo que tenemos delante de nosotros no es lo que vendrá sino lo que ha sido, es decir, la memoria. En el mundo andino, ese tiempo es el ñaupa-q, palabra que sobrevive hasta en las regiones más euroamericanas como en el Cono Sur rural.
Quizás por naturaleza los humanos siempre tratamos de proteger nuestro optimismo, por poco que sea, negando la realidad y negando las consecuencias negativas de nuestras acciones en nombre del progreso y de la supuesta felicidad de ser ricos, que se sostiene sobre todo por el hecho de que por norma general es una aspiración perpetua, es decir, una utopía individual, renacentista.
La utopía capitalista y marxista de un futuro hacia adelante y hacia arriba llamada progreso no sería, para la mentalidad indoamericana, algo que está delante nuestro sino atrás. La utopía americana (en la versión elaborada de Thomas More y en sus percepciones nativistas), la utopía de un hombre nuevo y de una sociedad nueva sería, en realidad, un regreso al origen o, al menos, la recuperación de nuestra naturaleza humana corrompida por la ambición y la explotación de los hombres y de la naturaleza. Para tomar conciencia de esta utopía, que es también resolver el problema creado por la misma humanidad, deberíamos mirar hacia el pasado. Es decir, debemos mirar hacia adelante antes de prever los problemas que nos depara el futuro.
No es casualidad, entonces, que Eduardo Galeano haya dedicado su vida, al menos su vida literaria a criticar el poder mientras otros dedicaron su vida a criticar a Galeano. Tampoco es casualidad que haya sido el ensayista que menos empleó el yo y la primera persona en su prosa poética, ni que su principal arma dialéctica haya sido la recuperación de la memoria y que sus libros fuesen variaciones de su obra cumbre, la trilogía Memoria del fuego