viernes, 21 de octubre de 2016

ELN, última carta para lograr la paz en paz


Libardo Sánchez Gómez

Finalizada la negociación entre las FARC y el Gobierno en La Habana, con unos acuerdos básicamente referidos   al desarme y entrega de   las FARC, aún, queda con el Ejército de Liberación Nacional ELN una última oportunidad para   sentar las bases que, por un lado, permitan resolver el conflicto social entre una oligarquía reticente a ceder privilegios   y un pueblo impaciente por superar décadas de privaciones, y por otro lado la ocasión para lograr la anhelada paz con justicia social, insistencia permanente de las FARC, pero que al final   brilló por su ausencia en dichos acuerdos.  Era previsible el desastre en que terminó el proceso con las FARC, la guerrilla exhibió  en la Mesa de negociación una mezcla de subversión y sumisión, desde el principio aceptó hablar de la solución negociada del conflicto, pero sin que se tocaran en sus raíces las causas que les obligaron a recurrir a las armas. Así que las  negociaciones se redujeron a un   pacifismo ramplón   en una ruta de sometimiento propio de quien es vencido en el campo de batalla. Por eso los acuerdos culminaron sin  aportar nada a la superación de las profundas contradicciones entre oligarcas y excluidos.  Por el contrario,  se tiene la impresión que se le dio carta blanca al régimen para profundizar la desigualdad social. Al respecto se puede mencionar la Ley ZIDRES, aprobada durante las conversaciones, la cual estimula la acumulación de la tierra, leitmotiv de la guerra,  y su extranjerización, pues no hay límite para las transnacionales, que podrán adquirir   lo que les venga en gana. La desigualdad, también, se profundiza cada vez que se llevan a cabo las temidas reformas tributarias. Se anuncia que vendrá la reforma tributaria  más regresiva de la historia del país. Los impuestos permiten limar la  desigualdad social, cuando tributan los ricos. Pero eso no ocurre en Colombia,  los recursos se sacan de los bolsillos de los pobres a través del IVA.  Con  el IVA pagan más (porcentualmente) los pobres que los ricos; y se anuncia que no sólo aumentará el monto del IVA  sino que se incluirán más productos muchos de la canasta familiar. ¿Lo correcto no sería grabar la renta y la riqueza en vez de la pobreza? Desde luego que así opera el capital a nivel global, para no afectar los niveles de acumulación a que está acostumbrada  tanto la banca como el resto del capital corporativo.  Pero  como a la mayoría le gusta el modelo de producción capitalista actual, entonces, de qué quejarse. Y si bien en la iniciativa de reforma tributaria no tienen nada que ver las FARC el hecho de darse durante la culminación de su reincorporación a la “legalidad” se interpreta como un voto de confianza de la guerrilla al régimen. En todo caso si la actitud sumisa de las FARC provocó  indiferencia, expresada en el plebiscito,   en el futuro  esa lasitud se puede traducir en desprecio. Así que si las FARC no desean salir por la puerta de atrás tendrán que aprovechar la oportunidad que les ofrece el NO plebiscitario, para “desfacer los entuertos” de la quijotada en que se convirtieron los acuerdos. ¿Lo  mejor que podrían hacer sería establecer un paréntesis en las negociaciones y volver  a sus territorios? Allí podrán reorganizarse mentalmente. Deberán tomar atenta nota que un grupo  dijo NO y que quiere guerra, y que a la gran mayoría le importa un bledo lo acordado.   Si continúan en La Habana en la misma tónica van a terminar aceptando las propuestas del “gran colombiano” Álvaro Uribe,  en la cárcel y sin una curul. Eso sí con la expectativa de tener  el próximo año otro Nobel de paz.

La  estructura económica capitalista dependiente   ha venido construyendo años tras año  una sociedad  excluyente, desigual, ignorante, desinformada,  pobre y violenta. Sistemáticamente la oligarquía   terrateniente roba y desplaza impunemente al campesino, con la anuencia del estado. Precisamente    la resistencia armada nace en el campo, para defender la vida y las tierras.  Se dice que la oligarquía colombiana es la más sumisa de Latinoamérica ante el imperio, pero la más criminal  a la hora de defender sus privilegios, así lo demuestra el actual premio nobel de paz, máximo exponente de la oligarquía criolla. Juan Manuel Santos  es coautor junto con el extraditable No 82. Álvaro Uribe de los conocidos como “falsos positivos”, inocentes asesinados para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. El flamante nobel, también, asesinó en estado de indefensión, confesado por Él mismo, a Alfonso Cano, anterior comandante  de las FARC, cuando trataba de entablar conversaciones de paz.  Bajo  su actual mandato van asesinados en el primer semestre del presente año 36 líderes sociales y en entre la firma del Acuerdo en Cartagena y el día de la votación del plebiscito 17. Estos asesinatos selectivos se explican debido a que   en las negociaciones FARC- Gobierno, tampoco, se tocó lo referente al paquidérmico estamento militar en cuanto a tamaño y doctrina, inspirada en el concepto de seguridad nacional y el enemigo interno.     Hacer  oposición política, por parte de la izquierda revolucionaria, en Colombia es algo así como  jugar con la cola de un alacrán.

La banalidad de los acuerdos Farc – Gobierno no son sólo responsabilidad de la insurgencia sino de la sociedad en general, pero sobre todo de la pequeña burguesía de izquierda. Desde el inicio de las conversaciones se anunció  que no se tocaría el modelo económico, y a todo el mundo le pareció lo más natural e incluso lo adecuado. Lo importante era establecer una ruta para “despachar a las FARC”, y ahí están los resultados. El sistema de salud es cruel y mortífero, las EPS matan más gente que el cáncer; la gente muere en la puerta de los hospitales esperando una cita para ser atendido. Y la solución no requiere cambios estructurales el mal se soluciona simplemente arrebatando el servicio de las garras de las EPS, para que lo maneje el sector público. En Colombia se pensionan, apenas, el 7% de los ciudadanos (Congreso de la República. 2016)   ¿Por qué no se destinan los recursos del IVA, como por ejemplo se hace en Canadá, para dar cobertura a todos los ciudadanos? Como se ve sí se podía tocar el modelo sin que ocurriera un sismo.

Corresponderá al ELN llevar a cabo lo que no se hizo con las FARC, pero cómo no tocarle siquiera  los pies a un modelo económico agotado, que no soluciona los problemas de las mayorías.  Claro  que más que al ELN es al pueblo a quien le toca exigirle a la oligarquía que ceda un milímetro de sus privilegios. El ELN asume los diálogos con el régimen con una posición seria, “no habrá dejación de armas si no hay cambios estructurales al modelo socioeconómico”,  y manifiesta  que tan solo aprobará  aquellos puntos que la sociedad decida, ¿a cambio de qué? Dicen que de nada, ni siquiera quieren curules, y tienen razón, para qué cinco escaños en el Congreso en medio de cientos de bandidos, que por una pócima de mermelada hacen y deshacen  al capricho del ejecutivo de turno.

Se espera la participación activa de todos tanto de las derechas como de las izquierdas. ¿De qué parte están las iglesias? ¿Las  centrales obreras quieren cambios o más de lo mismo? ¿Y los obreros, que no les gusta ser señalados como pertenecientes a la clase proletaria, vivirán y morirán en la pobreza añorando la riqueza?   Los  indígenas sí que tienen que aportar y exigir.  El  movimiento estudiantil tendrá la oportunidad de despertar y asumir el papel protagónico de otrora. Así mismo, se espera la participación activa de los grupos minoritarios, y sobre todo del sector agrario, para que al menos las salvedades concernientes al sector, que quedaron en ciernes en el proceso con las FARC, se materialicen, y que por fin se haga realidad la democratización de la tenencia de la tierra mediante la largamente anhelada  reforma agraria.  Eso sí, ojalá  la “izquierda” acomodada y electorera,  se haga a un lado, pues su posición ambigua hace mucho daño a los procesos verdaderamente revolucionarios.  En la entrega sin ton ni son de las FARC tuvo que ver mucho el afán de los “pazólogos” de profesión por ver sometida a cualquier precio   la guerrilla. El  ELN inicia las conversaciones de paz en las mismas condiciones que en que las iniciaron las FARC,  a diario    paramilitares y agentes del estado desplazan campesinos y matan líderes sociales. A lo largo y ancho del país, también,  a diario mueren niños pobres  de física hambre, y los que no mueren no pueden acceder a la salud y menos a la educación.  ¿No se deberá hablar de esto durante unas conversaciones de paz? Por otro lado el campo está devastado, la ruina la están ocasionando los promocionados TLCs, ¿no será urgente su revisión antes que maten de hambre a chicos y grandes? De igual manera,  el parlamento convertido en un antro de corrupción, como es obvio, legisla a favor de las clases hegemónicas y en contra de los sectores populares, ¿no será perentoria su reestructuración en cuanto a número y remuneración? La “locomotora minera” del Nobel Juan Manuel asesina  por doquier la naturaleza, dejando al país  futuro sin recursos no renovables, todo para favorecer a las transnacionales. Según  Coribell Nava, para la oligarquía financiera es perentorio el desarme de la insurgencia, “La guerrilla debe salir de los territorios rurales ocupados donde está ubicado el oro y el coltán. La oligarquía financiera necesita el control político del Estado para poner fin al conflicto y “limpiar” las zonas de explotación rápidamente, sin demasiado esfuerzo, acabando de una vez por todas con las resistencias que pongan en riesgo el proyecto minero trasnacional” (El nuevo despojo Latinoamericano y el acuerdo de paz en Colombia. 20- 10- 2016) ¿No será que habrá que hablar sobre la necesidad de recuperar la soberanía sobre los recursos mineros y energéticos?


  Si  en la Mesa de conversaciones sobre la Paz no se puede hablar de los  problemas sociales y económicos y de las medidas para solucionarlos, ¿entonces,  habrá  que pensar que la oligarquía prefiere que sean los  fusiles los que tengan que cambiar la historia? 

viernes, 14 de octubre de 2016

COLOMBIA DESPUES DEL NO


Colombia después del NO


Para sorpresa del mundo, el pueblo colombiano votó en contra de los acuerdos de paz. El análisis de la derrota, en palabras de una sobreviviente.


Por Dilia Nelma Forero Sánchez*

Para poder entender el triunfo del No en Colombia, el análisis no puede limitarse al evento plebiscitario. Con el 17% de analfabetismo, solo el 30% que termina la secundaria y menos del 10% que accede a la universidad, el pueblo colombiano, formado por el modelo educativo y los medios de comunicación para ser tradicionalista, suele limitarse a escuchar a sus líderes. Y tanto los líderes del Sí al acuerdo de paz como los del No, más que motivar, buscaron exaltar la emotividad.
En ese marco, la oligarquía terrateniente abanderó el No representado en la cabeza del ex presidente Álvaro Uribe, un tipo fanático y retrógrado, pero un mesías para el pueblo más conservador, que vota religiosamente. Para promocionarlo, se acudió a una arenga elemental, casi que infantil, en el que aseguraba que se le entregaba el país a las FARC, que Colombia sería tomada por el “castrochavismo” y terminaría como Venezuela, país al que los medios masivos muestran en caos. También se propaló que Colombia se volvería “homosexual y atea”, dado que el acuerdo introdujo el concepto de género y diversidad, y el carácter laico de la nación.
El discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante.
Por su parte, los errores por parte del gobierno y de la izquierda que promocionó el Sí fueron muchos y muy graves.
En Colombia, el progresismo no se ha ganado el amor de su pueblo, y se han aprovechado las fallas de los gobiernos progresistas vecinos para hacer temer a los cambios. Todo esto redunda en que vastos sectores de la población crean que los alzados en armas son terroristas.
En esas circunstancias, mientras el presidente Juan Manuel Santos hablaba de la voluntad de paz de las FARC, las hacía ver como monstruos, porque si ganaba el No “la guerra sería urbana”. A los empresarios les aseguró crecimiento económico y mayor rentabilidad. A los pobres, que habría progreso. A los militares, les dijo que no se modificarían en nada las condiciones de la fuerza pública, mientras al pueblo le decía que el presupuesto de la guerra sería para la inversión social.
Los líderes de la izquierda light y electorera, egocéntricos por naturaleza, en su afán de que no se les estigmatizase como auxiliares de la guerrilla, no cuestionaron las falencias de los acuerdos.
Así, el discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante. Hasta hubo quienes promovieron el Sí para despachar a las FARC de la escena nacional, y enviaron un mensaje subliminal de odio hacia la guerrilla.
Las encuestas daban triunfador al Sí de lejos, y esa confianza hizo que se despreciara a sus propios votantes. Un grupo que apoyó a Santos en la reelección fue maltratado –el Movimiento Gaitanista, cabezado por la hija del líder popular Jorge Eliécer Gaitán–, y otros grupos como el Partido Socialista de los Trabajadores, la UP Bolivariana, Revolución Obrera y los trotskistas tampoco fueron escuchados, por lo que promovieron la anulación del voto. Lograron que se anularan más de 170 mil votos, los del No ganaron por mucho menos.

Un acuerdo endeble

Tradicionalmente el pueblo colombiano no asiste a las urnas. La abstención ronda siempre el 55%, esta vez fue del 63%. No se esperaba alta participación. El pueblo sabía que su lucha diaria no cambiaba con su sufragio, pues en los acuerdos no había nada que aliviara sus penurias.
El acuerdo no contempló la eliminación de las causas objetivas que llevaron al alzamiento armado. Tampoco mencionó transformación estructural alguna al sistema que mejorase las terribles condiciones que padece la mayoría de la gente. Y las pocas propuestas como las de tierra y territorios, que podrían democratizar la tenencia de estos, fueron pateadas por el gobierno, que hizo aprobar una ley que es contraria a lo acordado.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada. La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida.
Es claro que las FARC no derrotaron al estamento, pero tampoco fueron derrotadas. Lo mínimo que se esperaba era que la clase gobernante cediera algo de sus privilegios y permitiera reformas a favor de los excluidos. Asuntos como la nacionalización de las empresas dedicadas a la extracción de recursos mineros, la eliminación o reestructuración de los Tratados de Libre Comercio –a partir de la firma de estos, Colombia importa casi el 80% de los alimentos. Importamos el 80% del café para consumo interno; la fama de país cafetero es historia–, el negocio para pocos de la salud, y que Colombia no ofrezca educación superior gratuita, no fueron mencionados. Por eso también hubo abstencionismo activo, el que afirmaba que –como las FARC no exigieron ni una sola reivindicación y mucho menos cambios en la estructura económica– con el llamado a votar lo que se hacía era medir las fuerzas políticas con vista a las elecciones presidenciales de 2018.
El pueblo excluido espera que alguien lo defienda, que abogue por él, y la responsabilidad de representarlo en la mesa de diálogos era de las FARC y no del gobierno. Se trataba precisamente de demostrar con hechos concretos que las FARC –que cuentan con una base popular importante en los lugares donde tienen presencia, en los que finalmente ganó el Sí– no son las causantes de los males del pueblo y tampoco son el enemigo. Pero sus representantes no fueron suficientemente claros, aceptaron pasar de víctimas a victimarios, y quedó la impresión de que se enriquecieron con la guerra.

Cara y sello

La oligarquía no tenía nada que perder y tenía todo por ganar. Las monedas de Colombia tienen cara y sello, y el pueblo en su sabiduría dice que “con cara gana el rico y con sello pierde el pobre”. Con el Sí quedaba proscrita la lucha armada; y con el No, no se sabría la verdad.
Las FARC, decididas a deponer las armas, ahora no saben si las pírricas concesiones que habían logrado plasmar en los acuerdos se mantendrán, porque los triunfadores están pidiendo que vayan directo a la cárcel y no obtengan ninguna curul en el Parlamento.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada.
La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida. “El No nos unió –dicen–. Si hubiera ganado el Sí, estaría medio país en contra de los acuerdos”.
No obstante, en la actualidad la única propuesta para salir de la violencia, exclusión y pobreza ejercida por la oligarquía sigue siendo la lucha armada. Por eso continúan en ella el Ejército de Liberación Nacional y cinco frentes disidentes de las FARC.
En lo que va del año, los paramilitares han asesinado a 36 líderes sociales en pleno proceso de paz, y la violencia estatal y el asesinato de dirigentes continuarán.
El camino es la movilización de las organizaciones sociales y la generación de conciencia de clase. Como respuesta, la combinación de las formas de lucha es la única opción cierta que le queda al pueblo para resistir y para cambiar su situación de pobreza, exclusión y sometimiento.

* Sobreviviente de la Unión Patriótica, partido víctima de un genocidio sistemático por parte de grupos paramilitares. Militante del Movimiento Dignidades Campesinas y docente universitaria.

Tomado de: http://lahilacha.com.ar/politica/colombia-despues-del-no/

martes, 4 de octubre de 2016

El SI y el NO, ¿y ahora qué?

Libardo Sánchez Gómez

Lo que ocurrió en Colombia fue asunto de locos, personajes del mundo entero asistieron a la  firma definitiva de los acuerdos entre FARC  y Gobierno, sin pensar que  de definitivo no tenían nada. Lo lógico era que el show se reservase para después que el pueblo los refrendase. De todas maneras,    el  NO triunfador era algo que nadie esperaba ni siquiera los ganadores,   y menos  que el pueblo le diera la espalda al plebiscito.  En el fondo quienes triunfaron, aún, no saben que ganaron. La abstención   se explica fácilmente porque casi nadie leyó los acuerdos, ya que  no existe la cultura de la lectura, y quienes lo leyeron encontraron que la normatividad vigente va en contravía de lo acordado, por ejemplo, a la democratización de la tenencia de la tierra el Régimen contestó  recientemente haciendo aprobar la Ley ZIDRES, que estimula la concentración de ésta. Así que  no había una real motivación,   en las 297 páginas de los Acuerdos FARC – Gobierno no había una sola medida que alentara al pueblo  víctima de la violencia y demás males propios del sistema socioeconómico. Santos, en su afán de mostrar resultados contundentes referentes al sometimiento de la guerrilla, no permitió la más mínima reforma   socioeconómica para aliviar dura situación,   y las FARC en su afán   pacifista cedieron hasta su espíritu guerrero. 

Para tratar de entender lo ocurrido en las urnas hay que analizar por separado las distintas posiciones adoptadas tanto por los triunfadores como por los perdedores y    los abstencionistas. Al   NO triunfador     pertenecen  los sectores más retrógrados de la sociedad,  a la encabeza está el ex presidente Álvaro  Uribe, siniestro, fanático y enfermo mental;  y le secunda  un  primo del presidente Juan Manuel,  Francisco Santos, mejor conocido entre sus seguidores como Pachito, este individuo adolece de serias deficiencias en su cociente intelectual. En el   NO  participó una mezcla ecléctica de  población  perteneciente a los más diversos sectores sociales, en primera línea  la oligarquía terrateniente, directamente interesada en que la guerra continúe, pues vive de ella y es la que desplaza, usurpa y acumula la tierra  robada.  No obstante,   la  gran masa del  NO  es gente perteneciente al pueblo excluido, que carece  de conciencia de clase, con un común denominador: el odio y la irracionalidad,   pero no el odio entre clases sociales  sino odio intraclase.  En cuanto al SI perdedor, también, está nutrido por una variopinta gama de seguidores. Hay que destacar los  que propician    la entrega de la guerrillas conocidos como los “pazólogos”, entre ellos se encuentran intelectuales, académicos   y políticos de “izquierda”,  que no quieren   llevar a las espaldas el INRI   de seguidores de la guerrilla.    En el SI había políticos como la senadora Claudia López y Antonio Navarro quienes votaron afirmativamente, con el  afán de eliminar “por las buenas” a las FARC de la faz de la tierra.  Desde luego que muchos votantes del SI   creyeron que era la manera correcta  de buscar soluciones.

  Las  FARC  en realidad no tenían plan B. Una vez más  la cúpula  queda  sin brújula, así que “quien no sabe para dónde va cualquier camino  le  servirá”.  Cuando las tropas de los distintos Frentes  ya avanzaban hacia los campos de concentración     ahora no saben  para dónde coger.  Se  especulan todo tipo de medidas a seguir en el inmediato futuro.  Quienes quieren la entrega de la guerrilla a como dé lugar  proponen una Constituyente y en el mismo sentido están los que impulsaron la anulación del voto. Lo que no se tiene en cuenta  es  que, de antemano, se sabe que esta  sería dominada, entre otros, por   Álvaro Uribe y el ex procurador  quienes  mandarían al país entero al medioevo.  Otros dicen que se tramite en el Congreso su aprobación,    pero qué clase de Paz podrá     eclosionar en este nido de criminalidad. Otros dicen que se renegocie lo acordado y se borre lo poco que se le concedió a la insurgencia, nada de curules y  que vayan derecho a la cárcel a purgar largas penas.  Por otra parte el Centro Democrático, quien se siente con toda la autoridad para imponer condiciones,  sostiene que no se trata de negociar ni renegociar ningún acuerdo, pues según sus voceros  en Colombia no hay ninguna guerra civil ni conflicto alguno sino simplemente una agresión por parte de un puñado de “terroristas”; desde esta visión lo correcto es exigirle a los “terroristas” que  se sometan y punto.     Estas  dos últimas  propuestas para muchos son algo menos que salidas insensatas, pero dada la debilidad y ganas de entregar  las armas  mostrada por la cúpula negociadora de las  FARC en la Mesa de “sometimiento” no es raro que   terminen aceptando.

Tanto las bases como la cúpula fariana deberán  hacer un examen de conciencia para ver qué pasó, qué está fallando, porqué el pueblo no responde; en una profunda reflexión  estará el que se hundan o por el  contrario  salgan  airosas. En todo caso  las FARC deberían dar un vuelco total e inmediato a la orientación que han venido observando. Pero antes que nada tendrían  que remover o, por lo menos, recomponer la dirección máxima y la cúpula negociadora.  Timochenko podrá ser un excelente cardiólogo, pero no tiene el corazón ni el cerebro para dirigir una guerrilla del nivel de las FARC, muestra no estar convencido de la justeza de la guerra ni de las graves causas  que la motivaron y las  profundas transformaciones sociales que se requieren para superarla.  Si así fuera no estarían hablando de paz sin que se toquen las viejas estructuras económicas, causantes de la tragedia humana que vive la mayoría de la gente. Al jefe máximo se le ve más como un abuelo consentidor que un combatiente al frente de hombres de hierro. Y en cuanto a los principales voceros se les nota el cansancio y las ganas de dejar el monte. Esta situación ha sido percibida por el grueso de la base, varios  Frentes antes de ir al plebiscito se   apartaron de los acuerdos. Se dice que en el momento de escribir esta nota muchos guerrilleros totalmente confundidos  se están replegando hacia  sus territorios, preparándose para reiniciar la lucha. No creen en nadie y no tienen por qué hacerlo. Ahora que la iniciativa la tiene Álvaro Uribe tendrán que estar preparados porque en cualquier momento las fuerzas militares  van a intentar aniquilarnos, para no tener que renegociar.  

Pero las FARC, con unos voceros renovados, podrán convertir el revés del NO en una oportunidad para sacar adelante lo que por el afán de  complacer al Régimen quedó en el tintero,  las salvedades podrían ser una línea roja que daría seriedad a los negociadores rebeldes.   Exigir  la   reforma agraria integral, sería un hecho que justificaría el haberse sentado a negociar la salida política al conflicto. Suficiente haberse reconocido como victimarios, algo que nunca debió haberse aceptado, como para ir a la cárcel como vulgares criminales.  Ahora se les quiere pedir  que dejen las armas sin posibilidad alguna, en la práctica,  de hacer política, pues esta votación demostró que, dada la matriz mediática negativa,  nunca llegarían al Congreso.    En cuanto a   la Guerrillerada de base mientras se aclara el futuro inmediato tendrá  conformar un mando colegiado entre representantes tanto  de los Frentes declarados “disidentes” como de los que, previsiblemente, se les sumen. 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Socialismo del Siglo XXI, Castro-chavismo, conciencia de clase y sentido común


Libardo Sánchez Gómez

Cuando se pensó que había llegado el “fin de la historia”,  es decir el eterno reinado del capitalismo, y eso era todo lo que la humanidad en materia de organización social había logrado,   el comandante Hugo Rafael Chávez  Frías,  con una profunda  conciencia de clase,  echó  andar de nuevo las ruedas de la historia,  poniendo en boca de todo el mundo la palabra SOCIALISMO. Pero Chávez fue más ingenioso, asumió la concepción de socialismo  expuesta     en 1996  por Heinz Dieterich Steffan llamada “Socialismo del Siglo XXI (desde luego que tiempo atrás ya se había hablado del mismo) la cual difiere del “Socialismo Real” aquel que llevó a la Unión Soviética a la cúspide, pero que fue echado a pique por la ambición personal de un puñado de burócratas, y el socialismo cierto, el científico, el dialéctico, el encargado de hacer avanzar la historia hacia una nueva forma de organización social sin dominadores ni dominados.  El Socialismo del Siglo XXI se identificó con la Revolución Bolivariana,  y fue apropiado por el comandante presidente Chávez, como una manera progresista  de direccionar recursos hacia la población más necesitada y, a su vez,  para resistir la voracidad del imperio norteamericano.   De acuerdo a Marta Harnecker,  “Chávez concebía el socialismo como un sistema económico centrado en el ser humano y no en la ganancia, con una cultura pluralista y anticonsumista en que el ser tuviese primacía sobre el tener. Un socialismo provisto de una democracia verdadera y profunda donde el pueblo asumiese el rol protagónico” (Venezuela: ¿Guerra económica o errores del Gobierno? 2016) Pero aunque  Chávez promoviese el socialismo todo quedó en la antesala: “consejos comunales (pequeños territorios autogestionados), los consejos de trabajadores, los consejos estudiantiles, los consejos campesinos”, pues  en realidad nunca, aún después de su asesinato,  se dio un paso cierto hacia la construcción de la sociedad socialista. La propiedad privada y la concentración de la riqueza siguen en pocas personas.   La  saludad y bienestar  social y   buena parte de los  servicios públicos son manejados por los particulares. El   proletariado es  dueño tan sólo de su fuerza de trabajo. Las decisiones que afectan la vida de todos los asociados se toman de manera totalmente vertical de tal manera que las comunidades son receptoras   y poca  o ninguna  oportunidad tienen para opinar acerca de lo que quieren o necesitan.  Y dado que el modelo capitalista sigue intacto igualmente los males inherentes al mismo siguen incólumes, la corrupción pública y privada  campea a lo largo y ancho del país y la violencia de todo tipo asoma en cada esquina.

El discurso socialista o, mejor, la Revolución Bolivariana   de corte antiimperialista,  asustó al imperio; en palabras del propio presidente Obama de una manera “inusual y extraordinaria”     (www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/.../150309_ultnot_eeuu_venezuel) Entonces, para contener al Chavismo, además, asociado con los hermanos Fidel y Raúl Castro, en lo que ese personaje siniestro Álvaro Uribe Vélez  ha dado en llamar  “Castro-chavismo”,  el imperio ha movilizado todo su arsenal estratégico. A nivel interno cuenta con la burguesía nostálgica de poder, capaz de todo con tal de hacerse de nuevo al mando del Estado, y en el exterior con personajes como el ex presidente Uribe mejor conocido como el No 82, por haber estado en la lista de extraditables de la DEA al lado de Pablo Escobar, número 79.  

El pueblo venezolano junto al aparato militar, que desde mucho tiempo atrás venía madurando su nivel de conciencia social, en década y media,  pudo   consolidar  la llamada “Revolución Bolivariana”.  Pero ante la inamovilidad social primero del mismo presidente Chávez y luego   de su sucesor Nicolás Maduro vino el desgaste de ese alto nivel  de conciencia lo mismo que del sentido común del pueblo, y en un arrebato de insensatez y nihilismo mandó al carajo las conquistas sociales, y en las urnas le dijo No al Socialismo del Siglo XXI. Esa derrota del “Castro-chavismo” es un signo de alerta, pues si no se avanza realmente en la transformación del modelo capitalista muy pronto en Venezuela llegará para siempre el “fin de la historia”.  Sectores  verdaderamente revolucionarios,  entienden que  la revolución no se hace   rezando y pregonando el bien, y saben que el capital se defenderá combinando todas las formas de lucha,  como la vieja burguesía apoyada por el imperio lo viene haciendo. El pueblo unas veces  de manera tácita (las urnas)  y otras explícitamente (manifestaciones de calle) le viene pidiendo al Gobierno socialismo verdadero, y si éste quiere sobrevivir no tiene otra alternativa que dar los primeros pasos. Tendrá que entregar a los trabajadores el manejo directo de las empresas, habrá que arrebatarle a la oligarquía el inmenso  poder mediático, con el cual  manipula la conciencia y la mente de la gente; los servicios públicos y el sector financiero deberán ser manejadas por el Estado. Y habrá que hacerlo así muera en el intento. Pero lo previsible es que el Gobierno influenciado por los   sectores conservadores dentro del mismo Estado siga,  a penas,  quejándose   y profundizando el asistencialismo. Mientras tanto el imperio y la burguesía acentuarán la violencia, el acaparamiento, desabastecimiento y parálisis del aparato productivo.

El control de la hiperinflación  será pieza fundamental para el futuro  del modelo chavista. Una  explicación al desborde de esta variable económica     está no en el alto grado de   gasto público e inversión social,  sino por un lado  en la paralización del aparato productivo   y  dependencia de las importaciones y por otro en que dichas importaciones  están manejadas por unas pocas firmas; Marta Harnecker cita a Cursio quien sostiene que, “…de hecho, existe una concentración de la producción, de las importaciones y de la distribución de los bienes y servicios en pocas manos: 3% de las unidades económicas registradas en el país controla las divisas para importaciones “.  Dice Marta que este puñado de importadores “fijan oligopólicamente los precios de los bienes que importan (bienes de primera necesidad, entre ellos los alimentos, y los requeridos para  la producción y el transporte) asumiendo el tipo de cambio paralelo que es mucho mayor (14,5 veces) al valor real de los productos estimado en moneda nacional”. Y la explicación a este manejo privilegiado no es otra que la incorregible  corrupción burocrática.  Así que la hiperinflación será el caballo de Troya en cuyas entrañas cabalga la derrota de la Revolución Bolivariana, pues ningún nivel de asistencialismo podrá competir con la pérdida de poder adquisitivo del pueblo en su conjunto,  el cual desesperanzado  creerá que la    vieja burguesía tiene la razón y que  “el Socialismo del Siglo XXI” no es más que un cuento de hadas. 

En Colombia la conciencia social y sentido común merecen capítulo aparte, pues no están en los genes de las mayorías.  La autollamada “izquierda” progresista es alérgica a los términos socialismo del Siglo XXI,  Castro-chavismo y Revolución Bolivariana, el sólo pronunciarlos les ampolla la lengua y la conciencia.   No  es socialista,  vive de las prebendas y “mermelada” que mendiga al Poder burgués de turno; además,  las banderas de las reivindicaciones sociales son utilizadas para su enriquecimiento personal. El Partido Comunista Colombiano no es comunista sino socialdemócrata y no cree en la combinación de las formas de lucha; precisamente, fue uno de los artífices principales para convencer a las FARC de abandonar la lucha armada. Por parte de la pobrería el sinsentido todavía es mayor, la gente que muere de hambre y adolece de todo tipo de carencias en los llamados  cinturones de miseria alrededor de las grandes, medianas y, aún, pequeñas ciudades, se mueve en las urnas al lado de la oligarquía. Lo mismo ocurre con los trabajadores y campesinos sin tierra.  Por eso la votación obtenida por la  izquierda electorera tradicionalmente es marginal. Y en cuanto   se refiere  a  la FARC POLÍTICA es de esperar que no sea diferente,  y más temprano que tarde terminará difuminada entre todos los movimientos y partidos del espectro político existente.  Por  el lado de la oligarquía si bien la conciencia  y odio de clase social  sí lo tiene  desarrollado de manera superlativa en cuanto al sentido común demuestra que éste no es tan común. Ante el ofrecimiento de rendición y entrega de las armas por parte de la guerrilla de las FARC, nada más ni nada menos que  la oligarquía terrateniente, esa que usurpa y acumula tierras,   en cabeza del pájaro mayor Álvaro Uribe Vélez se opone rotundamente a los acuerdos entre insurgentes y Gobierno. Pero que no se afanen, pues  tendrán que lidiar  con cinco Frentes, unas dos mil unidades, bien entrenadas y con alta conciencia y moral revolucionaria, quienes harán frente a sus tropelías.

Como conclusión hay que reiterar  que de no adelantarse de manera efectiva  la  construcción del Socialismo en Venezuela    muy pronto la burguesía tradicional recuperará  el poder, mientras tanto  en  Colombia desaparecidas las FARC el Castro-chavismo seguirá siendo la vergüenza de la “izquierda” y  el caballo de batalla de la derecha.   

lunes, 26 de septiembre de 2016

EDICTO PÚBLICO ACCION DE GRUPO 2015-831 UNIÓN PATRIÓTICA

Abogado Francisco Basilio Arteaga Benavidez Sobreviviente al genocidio político en contra de la Unión Patriótica invita adherirse a la ACCIÓN DE GRUPO 2015-831 que cursa en el Tribunal Administrativo de Cundinamarca Sección Primera Sub-sección " A ", para exigir la reparación integral por el retiro injusto de la Personería Jurídica del Partido  Unión Patriótica"UP".





domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Fracasó la izquierda latinoamericana?

 Categoría: Linea Formación popular  Publicado: Domingo, 25 Septiembre 2016
Por: Martín Caparrós. New York Times
Ya no sé cuántas veces lo he visto escrito, lo he oído repetido: está por todas partes. La frase se ha ganado su lugar, el más común de los lugares, y no se discute: la izquierda fracasó en América Latina.
Es poderoso cuando un concepto se instala tanto que ya nadie lo piensa: cuando se convierte en un cliché. El fracaso de la izquierda en América Latina es uno de ellos. El fracaso de los gobiernos venezolano, argentino o brasileño de este principio de siglo es evidente, y es obvio que sucedió en América Latina; lo que no está claro es que eso que tantos decidieron llamar izquierda fuera de izquierda.
Hubo, sin embargo, un acuerdo más o menos tácito. Llamar izquierda a esos movimientos diversos les servía a todos: para empezar, a los políticos que se hicieron con el poder en sus países. Algunos, en efecto, lo eran —Evo Morales, Lula— y tenían una larga historia de luchas sociales; otros, recién llegados de la milicia, la academia o los partidos del sistema, simplemente entendieron que, tras los desastres económicos y sociales de la década neoliberal, nada funcionaría mejor que presentarse como adalides de una cierta izquierda. Pero las proclamas y la realidad pueden ser muy distintas: del dicho al lecho, dicen en mi barrio, hay mucho trecho.
La discusión, como cualquiera que valga la pena, es complicada: habría que empezar por acordar qué significa “izquierda”. Es un debate centenario y sus meandros ocupan bibliotecas, pero quizá podamos encontrar un mínimo común: aceptar que una política de izquierda implica, por lo menos, que el Estado, como instrumento político de la sociedad, trabaje para garantizar que todos sus integrantes tengan la comida, salud, educación, vivienda y seguridad que necesitan. Y que intente repartir la riqueza para reducir la desigualdad social y económica a sus mínimos posibles.
Creo que, en muchos de nuestros países, poco de esto se cumplió. Pero creer y hablar es relativamente fácil. Por eso, para empezar a pensar la cuestión, importa revisar las cifras que intentan mostrar qué hay más allá de las palabras discurseadas. Por supuesto, el espacio de un artículo no alcanza para un recorrido completo: cada país es un mundo. Así que voy a centrarme en el ejemplo que mejor conozco: la Argentina del peronismo kirchnerista.
Primero, las condiciones generales: entre 2003 y 2012 el precio de la soja, su principal exportación, llegó a triplicarse. Los aumentos globales de las materias primas ofrecieron a la Argentina sus años más prósperos en décadas. Con esa base privilegiada y 12 años de discursos izquierdizantes, Cristina Fernández de Kirchner dejó su país, en diciembre pasado, con un 29 por ciento de ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas: 10 millones de pobres, dos millones de indigentes. El 56 por ciento de los trabajadores no tiene un empleo estable y legal: desempleados, subempleados, empleados en negro y en precario. Un tercio de los hogares sigue sin cloacas y uno de cada diez no tiene agua corriente. Y hay casi cinco millones de malnutridos en un país que produce alimentos para cientos de millones, pero prefiere venderlos en el exterior.
Aunque, por supuesto, el relato oficial era otro: en junio de 2015, la presidenta Fernández dijo en la Asamblea de la FAO que su país sólo tenía un 4,7 por ciento de pobres; su jefe de gabinete, entonces, dijo que la Argentina tenía “menos pobres que Alemania”. Para conseguirlo, su gobierno había tomado, varios años antes, una medida decisiva: intervenir el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y obligar a sus técnicos a producir datos perfectamente inverosímiles.
Pese a los discursos, en los años kirchneristas también aumentó la desigualdad en el acceso a derechos básicos como la educación y la salud. En 1996, el 24,6 por ciento de los alumnos iba a escuelas privadas; en 2003 la cifra se mantenía; en 2014 había llegado al 29 por ciento. Los argentinos prefieren la educación privada a la pública, pero no todos pueden pagarla: su uso es un factor de desigualdad importante, y creció un 20 por ciento en estos años.
En 1996 la mitad de la población contaba con los servicios médicos de los sindicatos, el 13 por ciento un plan médico privado y el resto, el 36 por ciento más pobre, se las arreglaba con la salud pública. La proporción se mantiene: entre 15 y 17 millones de personas sufren la medicina estatal, donde tanto funciona tan mal. Es la desigualdad más dolorosa, como bien pudo ver la presidenta Fernández cuando —diciembre de 2014— se lastimó un tobillo en una de sus residencias patagónicas y la llevaron al hospital provincial de Santa Cruz. Allí le explicaron que no podían curarla porque el tomógrafo llevaba más de un año roto, y la mandaron en avión a Buenos Aires, 2.500 kilómetros al norte.
Mientras las diferencias entre pobres y ricos se consolidaban, mientras la exclusión de un cuarto de la población producía más y más violencia, las grandes empresas seguían dominando. En agosto de 2012 Cristina Fernández lo anunciaba sonriente: “Los bancos nunca ganaron tanta plata como con este gobierno”. Era cierto: en 2005 se llevaban el 0,33 por ciento del Producto Interno Bruto; en 2012, más de tres veces más. Ese mismo año el Fondo Monetario Internacional informaba que la rentabilidad sobre activos de los bancos argentinos era la más grande del G-20, cuatro veces mayor que la de los vecinos brasileños. Y la economía en general siguió con la concentración que había inaugurado el menemismo: en 1993, 56 de las 200 empresas más poderosas del país tenían capital extranjero y se llevaban el 23 por ciento de la facturación total; en 2010 eran más del doble —115— y acaparaban más de la mitad de esa facturación.
Y esto sin detenerse en el sinfín de corruptelas que ya colman los tribunales de justicia con ministros, secretarios, empresarios amigos, la propia presidenta. ¿Se puede definir “de izquierda” a un grupo de personas que roba millones y millones de dineros públicos para su disfrute personal?
Ni detenerse en la locura personalista que hace que estos gobernantes –y por supuesto la Argentina– identifiquen sus políticas consigo mismos. ¿Se puede definir “de izquierda” a una persona que desprecia tanto a las demás personas como para creerse indispensable, irreemplazable?
Son más debates. Mientras tanto, sería interesante repetir la operación en otros países: comparar también en ellos las proclamas y los resultados. Quizás allí también se vea la diferencia entre el reparto de la riqueza que llevaría adelante un gobierno de izquierda y el asistencialismo clientelar que emprendió éste. Quizás entonces se entienda por qué, mientras algunos de estos gobiernos se reclamaban de izquierda, sus propios teóricos solían llamarlos populistas, una tendencia que la izquierda siempre denunció, convencida de que era una forma de desviar los reclamos populares: tranquilizar a los más desfavorecidos con limosnas —subsidios, asignaciones— que los vuelven más y más dependientes del partido que gobierna.
Pero el lugar común pretende que lo que fracasó fue la izquierda –y eso les sirve a casi todos. A aquellos gobiernos, queda dicho, o a sus restos, para legitimarse. Y a sus opositores del establishment para tener a quien acusar, de quien diferenciarse, y para desprestigiar y desactivar, por quién sabe cuánto tiempo, cualquier proyecto de izquierda verdadera.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El futuro político de las FARC

Libardo Sánchez Gómez

Parece mentira que se organice una guerra, y que dure sesenta años, con la idea central de tener un espacio político; pues no se trata de un chiste sino de una parte de nuestra realidad macondiana, esa que le permitió al nobel Gabriel García Márquez escribir  Cien años de Soledad y “El Coronel no tiene quien le escriba”. Las FARC-EP nacieron y crecieron (¿morirán en el intento?) con la idea de hacer política, de   ser “políticos exitosos”.  Durante el largo periodo activo de la  confrontación armada la respectiva comandancia, el mayor tiempo en cabeza de su fundador Manuel Marulanda, intentaba entablar diálogos con el Gobierno de turno con miras a deponer las armas, pero la oligarquía por  un lado desconfiaba de las intenciones de los rebeldes y por otro   pensaba que tendrían que negociar y ceder sus privilegios; entonces,  cuando accedían a dialogar lo hacían para tomar ventaja militar, con la idea fija de derrotarlos militarmente.

Pero por fin se cumplió el anhelo,  Juan Manuel Santos les abrió la puerta al hermoso mundo de la política  donde, en palabras del mandatario,  podrán “disparar votos en vez de balas”.  Pero, como era de esperar,  las intenciones de éste vocero de la oligarquía no son las mejores,  recientemente ridiculizó las aspiraciones de los futuros políticos, decía en su mejor tono irónico: “pues vayan a ver que van hacer en elecciones, ¿van vender marxismo-leninismo? Eso… es algo trasnochado;   ¿Socialismo del Siglo XXI?  Ja ja, miren a Venezuela, que es el ejemplo de eso…” la oligarquía sabe de antemano que difícilmente podrán desenvolverse en la arena política, y si  lo logran  no los dejarán medrar.  Un sector  mayoritario de   rebeldes ha  aceptado hacer de la política  su forma de vida.  Se les augura éxitos en esa  actividad que, al decir de muchos, es sinónimo de criminalidad.  Ojalá  puedan demostrar lo contrario.  En Colombia, como en la mayor parte del mundo capitalista, la política no se ejerce para buscar soluciones generales sino para satisfacer ambiciones personales. Se busca llegar al parlamento y/o a la dirección del Estado, en sus distintos niveles,  para legislar y actuar a favor no sólo de la clase dominante sino de  intereses y privilegios muy particulares. Tradicionalmente los intereses de las distintas corrientes políticas ya sean progresistas o retardatarias, por lo general,   terminan amalgamadas en un mismo crisol;  y, salvo contadas excepciones, los representantes de los  sectores populares  actúan abiertamente en la misma dirección de la burguesía, mendigando mendrugos de pan y mermelada.

Aún no está clara la futura línea política de las FARC, como nunca lo estuvo  durante los sesenta años de guerra. Algunas veces se declararon revolucionarios marxistas leninistas, otras veces  lo negaron; eso   sí  dejaron  en claro  que la guerra no era  por el poder, ¿ahora como políticos tampoco lo buscarán?  No obstante,  con miras al futuro, las FARC deben tener en cuenta que quienes les apoyaron, principalmente  los campesinos, creyeron que la guerra apuntaba    a cambiar el mundo de violencia,  inequidad y pobreza  desde una posición revolucionaria.  Hace  unos días, se desconoce cuáles eran sus intenciones,  Iván Márquez    en un tuiter    escribió, “no duden que somos    socialistas”. Ojalá no sea un nudo más en el enredo ideológico por el que han trasegado  durante la vida guerrillera. ¿Se mantendrá esa línea? En todo caso, sea esta su brújula ideológica o no el   camino político a futuro de las FARC será extremadamente tortuoso.    Para tirios y troyanos, los guerrilleros siempre guerrilleros serán, así en la realidad  su intención no haya sido ni sea la de amenazar    seriamente  los privilegios de la clase hegemónica.  Si quieren seguir por el sendero de los partidos tradicionales liberal y conservador, su cauda política se puede esfumar antes de comenzar.  Por el lado de los políticos de    “izquierda”, pazólogos de profesión y potenciales aliados,   estos no creen  en el socialismo, les gusta el capitalismo “con  rostro humano”, y no les van a admitir muy cerca de  sus toldas construidas a la sombra  de los campamentos de la derecha.  Mientras en el mundo entero, incluido  los EEUU, se pone en primera línea el socialismo, como única  posibilidad que tienen las formas vivas incluido el hombre  para sobrevivir, en Colombia la izquierda prefiere el capitalismo depredador.  En este sentido Manuel E. Yepe (Elecciones en EE.UU. son distracción masiva.  2016) Opina: “Así como la angustia y desesperación se va haciendo cada vez más presionante para las masas de desposeídos en el mundo y presagian una inevitable insurrección popular a escala global, en el seno de Estados Unidos se hace más aguda la contradicción entre el 1% que lo domina todo y el 99% que no puede seguir engañado con mitos y trucos de la democracia representativa bajo control de los ricos”.   

Probablemente las FARC quieran acomodarse  en la socialdemocracia al lado del   Partido  Comunista Colombiano  (partido liberal chiquito) pero esta puede ser una alianza peligrosa,  los jerarcas desde siempre han gustado   establecer  alianzas con las clases en el poder. Por ejemplo, en el siglo pasado, lo hicieron con el retrógrado Gabriel Turbay en vez de hacerlo con el progresista JORGE Eliécer Gaitán.   Lozano, actual director del Semanario VOZ y máximo jerarca del Partido,    enciende una  vela  a dios y otra al diablo al mismo tiempo. En alguna oportunidad fue testigo estrella a favor de Cesar Pérez,  condenado como determinador de la masacre de miembros de la UP en Segovia. En aquella época, tratando de defender a Parez, dejó  entrever que había sido el ELN. Luego  funge como artífice de la entrega de las FARC; y, ahora,  través de VOZ se presta para hacerle el juego a la oligarquía,   acusa al ELN de asesinar un miembro del Partido, creando una matriz mediática en contra del ELN, para hacer que éste grupo insurgente, también, abandone la  lucha armada. Pero el ELN ha dejado en claro que no abandonará las armas hasta tanto no se lleven a cabo las transformaciones que remuevan las causas que les obligaron a tomarlas.

 Pero  la competencia política dura de las FARC la tendrá con los partidos de la   “izquierda light”,  como el Verde, variopinta amalgama  de políticos francamente reaccionarios. Entre los progresistas, que abrevan en fuentes izquierdistas, están Antonio Navarro y Claudia López, esta última declarada enemiga de las FARC. Por el lado del POLO, partido con una línea política difusa, sobresale Jorge Robledo habilidoso senador   de corte pequeño burgués defensor de los gremios y por ende del  modo de producción capitalista. Otro político sobresaliente del POLO, quien anda en este partido porque no hay más en el espectro de la “izquierda”,  es Iván Cepeda,      honesto y muy comprometido con las causas populares.  Pero dada  su soledad en el parlamento es una voz opositora inofensiva, por eso  la oligarquía lo cuida con esmero, pues lo  necesita para darle al Régimen un viso de democracia.    En cuanto a la UP, este Movimiento   murió en manos de una señora totalmente desorientada, quien admite que   le “gusta el capitalismo” y,  además, se mueve a la sombra de Lozano. En el “progresismo” será imposible prosperar, pues es un Movimiento  político construido por Gustavo Petro exclusivamente para  Gustavo Petro. Con quien sí podrán contar Las  FARC,  como  aliado confiable, es con la liberal Piedad Córdoba más revolucionaria y comunista que todos los “izquierdistas” y comunistas juntos,   a quien recientemente la Corte Suprema de Justicia restableció sus derechos políticos alevemente cercenados por el ex procurador Ordoñez.

Las FARC  tienen la posibilidad de perdurar como agrupación política cohesionada  por lo menos  durante un par de años, es decir, durante el tiempo que  el gobierno  les ayude a sobrevivir económicamente.  Si  la FARC POLÍTICA no   logra   interpretar los anhelos de la base popular, es decir, de  la izquierda   de los sectores revolucionarios, aquellos que quieren tomarse      el poder a nombre del pueblo excluido, para abolir el sistema capitalista e instaurar el socialismo, antes de lo esperado va a terminar atomizada y refundida entre los diversos movimientos y partidos políticos, incluido el Centro Democrático, como aconteció con ciertos miembros del M-19.

Hasta ahora se ha hablado de la FARC POLÍTICA,  nombre que una vez entreguen las armas debe ser cambiado, pues ya no serán más fuerzas armadas revolucionarias.  El nombre lo deberán conservar quienes perseveren en la lucha armada, tras  la toma del PODER para poder efectuar las transformaciones que la sociedad colombiana requiere.   Se espera que quienes  abandonen la causa tengan la gallardía de respetar la decisión de sus compañeros y compañeras y omitan las descalificaciones injuriosas.  Los  guerrilleros en armas, por el contrario,  han dicho de manera gallarda que respetan la decisión de los compañeros que se desmovilicen y les auguran éxitos en su actividad política.  Parece que se trata de un número respetable que se acerca a las dos mil unidades. En todo caso, es preferible un combatiente a plena luz que mil en la oscuridad.   No le hacen bien a la causa libertaria      quienes no están convencidos de lo que hacen, por eso el pueblo colombiano  debe votar masivamente por el SI  al plebiscito,  en el frente de combate seguramente quedará  únicamente gente que sabe lo que quiere.